Cuando queríamos ser indios Aroa Moreno Durán
La COP de Belém ha comenzado este noviembre de 2025 en un clima de escepticismo generalizado y con un tono mucho más bajo que en el pasado. La sensación dominante es que la emergencia climática, pese a su creciente gravedad, ha sido relegada a un segundo plano por la coyuntura geopolítica. Las tensiones internacionales, el retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y el auge del nacionalismo económico están reconfigurando las prioridades globales. El planeta se calienta, pero la política climática se enfría.
La cita de Belém, celebrada en pleno corazón de la Amazonia, pretendía ser simbólicamente potente, una COP que tiene lugar en el mayor pulmón verde del planeta, en un momento en que la deforestación, las sequías y los incendios avanzan a un ritmo sin precedentes. Sin embargo, no parece que el simbolismo esté siendo suficiente para reavivar el compromiso político. Apenas la mitad de los jefes de Estado han acudido. Ni China, ni India, ni Estados Unidos, los tres países responsables de más del 50% de las emisiones globales, están representados por sus líderes. La ausencia de las grandes potencias marca un precedente preocupante puesto que, poco a poco, se consolida una dinámica en la que el liderazgo climático internacional se diluye.
El regreso de Trump a la Casa Blanca ha tenido un efecto dominó. Su decisión de revisar los compromisos de descarbonización y de recortar la financiación a los fondos climáticos internacionales ha generado un vacío de poder que ni la Unión Europea ni las economías emergentes han sabido llenar. La diplomacia climática, antaño un espacio de cooperación global, hoy se percibe como un escenario de desconfianza. Las alianzas se han fragmentado, las prioridades se han replegado y los acuerdos se perciben más como gestos simbólicos que como compromisos reales.
El resultado de esta desarticulación se refleja con crudeza en los datos. De los cien países que han presentado sus nuevos planes de reducción de emisiones, solo dos, Reino Unido y Noruega, cumplen con la trayectoria compatible con el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5 °C. El resto, incluida la mayoría de las economías desarrolladas, se mantiene muy por debajo de los compromisos necesarios. La sensación de estancamiento es generalizada. El “punto de partida” que representó el Acuerdo de París en 2015 parece hoy un recuerdo lejano, y no una meta en la que avanzar.
En los últimos tres años, la agenda climática global ha sufrido un proceso de ralentización evidente. La guerra de Ucrania, el conflicto en Oriente Próximo y la competencia estratégica entre China y Estados Unidos han ocupado el centro del tablero internacional, desplazando el debate climático. El auge de la economía fósil, impulsado por la búsqueda de seguridad energética, y la expansión del carbón en Asia son síntomas de una regresión silenciosa.
Mientras tanto, el planeta sigue acumulando récords negativos. 2024 fue el año más cálido desde que existen registros, y 2025 apunta a superarlo. En el Mediterráneo, las olas de calor han vuelto a ser devastadoras; América Latina sufre sequías prolongadas; y en África, las crisis alimentarias se agravan por la escasez de agua. Todo ello sin que la arquitectura global de gobernanza climática logre articular respuestas eficaces.
Durante las próximas dos semanas, el éxito se medirá no por acuerdos ambiciosos, sino por la mera posibilidad de alcanzar una posición común
En este contexto, la COP de Belém corre el riesgo de ser recordada como una cumbre de bajo perfil. Durante las próximas dos semanas, el éxito se medirá no por acuerdos ambiciosos, sino por la mera posibilidad de alcanzar una posición común. Si logra aprobar un plan de mitigación y retomar los mecanismos de financiación para la adaptación y la pérdida y el daño, se considerará un avance. Pero, en comparación con las expectativas que generaron las primeras cumbres de la década, el listón ha bajado de forma dramática.
La Unión Europea, que en otro momento lideró la acción climática global, llega a Belém en un estado de repliegue. La aprobación del Pacto Verde Europeo (Green Deal) y del paquete Fit for 55 marcaron un hito histórico al integrar la sostenibilidad en la política económica comunitaria. Sin embargo, la ambición inicial se ha visto erosionada por el miedo a perder competitividad frente a Estados Unidos y China, el malestar social ante los costes de la transición y el ascenso de las derechas reaccionarias en varios países miembros.
Las elecciones europeas de 2024 confirmaron esta deriva. El aumento de la presencia de las fuerzas negacionistas en el Parlamento y en el Consejo europeos ha provocado un cambio en la agencia verde. El resultado es una pérdida de impulso en la política climática europea justo cuando más liderazgo se necesita. Bruselas llega a Belém sin una narrativa fuerte ni una propuesta de acción común. En lugar de reforzar el carácter estratégico del Green Deal, que no solo es una agenda ambiental, sino también económica, tecnológica y geopolítica, el debate se ha reducido a cálculos cortoplacistas y ajustes nacionales.
Y, sin embargo, la transición verde sigue siendo la gran oportunidad europea. Invertir en energías limpias, reindustrializar el continente sobre bases sostenibles y reducir la dependencia energética externa son pasos clave para fortalecer la autonomía estratégica de la UE. Renunciar a esa visión sería no solo un error ecológico, sino también geopolítico. La UE necesita recordar que su liderazgo climático es también una herramienta de poder blando, de influencia y de cohesión interna.
En Belém, la distancia entre la retórica y la realidad vuelve a hacerse evidente. Los discursos apelan al sentido de urgencia, pero los compromisos concretos brillan por su ausencia. Las negociaciones avanzan lentamente, atrapadas entre la falta de voluntad política y los intereses económicos contrapuestos. La diplomacia climática no ha desaparecido, pero se ha vuelto defensiva, su objetivo ya no es avanzar, sino evitar retrocesos.
La paradoja es que, mientras los gobiernos titubean, las sociedades y las economías están transformándose por sí mismas. Las empresas invierten en renovables, las ciudades implementan estrategias de adaptación, y los movimientos sociales siguen empujando desde abajo. Pero sin un marco político global coherente, estos esfuerzos dispersos resultan insuficientes para frenar el calentamiento.
Belém debía ser un punto de inflexión, el momento de reactivar el espíritu del Acuerdo de París. Sin embargo, todo indica que será recordada más bien como un ejercicio de contención: evitar el colapso total del proceso multilateral. Las tensiones entre Norte y Sur global, el desacuerdo sobre la financiación y la falta de confianza entre bloques amenazan con bloquear cualquier avance significativo.
La emergencia climática no entiende de calendarios electorales ni de ciclos económicos. El calentamiento avanza con una inercia implacable. La Amazonia, el epicentro simbólico y físico de esta cumbre, sigue perdiendo superficie forestal a pesar de los esfuerzos de Brasil por revertir la tendencia. El planeta se acerca peligrosamente a puntos de no retorno que harán cada vez más difícil contener los impactos del cambio climático.
Frente a ello, la falta de ambición política es una forma de irresponsabilidad histórica. No se trata solo de proteger ecosistemas o cumplir metas de emisiones, lo que está en juego es mucho más y esto incluye la estabilidad económica, la seguridad alimentaria, la salud y la cohesión social. El clima no es un asunto sectorial; es la base sobre la que se asientan todas las demás políticas.
Belém 2025 nos deja, por ahora, un mensaje incómodo, aquel que muestra un mundo que parece estar resignado a vivir en crisis permanente. Pero la crisis climática no admite treguas. La humanidad comparte un destino común, y cada retraso en la acción hace que la transición sea más costosa y más injusta. Si algo debería recordarnos esta cumbre es que el tiempo político y el tiempo climático ya no coinciden. Y que, si seguimos esperando el momento “adecuado” para actuar, pronto descubriremos que ese momento ha pasado.
____________________________
Ruth Ferrero-Turrión es doctora internacional por la UCM y MPhil en Estudios de Europa del Este (UNED). Profesora de Ciencia Política en la UCM.
Lo más...
Lo más...
Leído"No le llames defraudador confeso, llámale Alberto Burnet", los memes del alias del novio de Ayuso
Raquel ValdeolivasLa jueza de la dana acuerda citar a Feijóo como testigo a petición de un grupo de víctimas
infoLibreLos demócratas publican nuevas imágenes de Trump rodeado de mujeres en la mansión de Epstein
infoLibreTu cita diaria con el periodismo que importa. Un avance exclusivo de las informaciones y opiniones que marcarán la agenda del día, seleccionado por la dirección de infoLibre.
Quiero recibirla'Hacia una semántica del silencio' con Gonzalo Celorio
El adquiriente fallido
Mujer, metapoesía, silencio
¡Hola, !
Gracias por sumarte. Ahora formas parte de la comunidad de infoLibre que hace posible un periodismo de investigación riguroso y honesto.
En tu perfil puedes elegir qué boletines recibir, modificar tus datos personales y tu cuota.