De aquellos lodos estos barros

El acoso al rival político, las agresiones y persecución a sus familiares, el ataque a periodistas, las expresiones machistas, la falta de respeto parlamentario, la instrumentalización de la justicia como arma política, o la falta de ética y de elegancia parlamentaria no son nuevas, desgraciadamente, en esta ya no tan reciente democracia.

Las alusiones sin pruebas a la mujer del presidente del Gobierno, incluso la violación de su integridad y dignidad personal, el acoso a la hija del ministro de Transportes visitando su domicilio, el señalamiento a periodistas que hacen su trabajo, los insultos en las Cámaras de representación popular pasan líneas rojas, son antidemocráticas, deleznables, crueles incluso, pero no novedosas para nuestra desgracia colectiva. Lo nuevo son algunas caras, básicamente las de las víctimas, pero no los métodos de intimidación mafiosos que vienen de hace décadas, desde que alguien decidió que todo vale para acceder al poder y para mantenerlo, en su caso.

Pregúntenle a Demetrio Madrid, que tuvo que dimitir a consecuencia de los bulos articulados por el hoy jefe de Gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid y que nadie nunca ha reparado. O en mi opinión el asunto más despreciable en términos democráticos y asco personal: el acoso intolerable que sufrió la familia compuesta por Pablo Iglesias e Irene Montero durante meses y por la que nadie pareció preocuparse especialmente, ni siquiera sabiendo que había menores en esa vivienda. El intento de agresión a Rubalcaba en los pasillos del Congreso por un diputado que aún sigue en el hemiciclo; el cierre de televisiones públicas como la valenciana Canal 9, o la censura denunciada por los profesionales de la televisión gallega y el chorreo de dinero institucional en comunicación dirigido a libelos amigos. Todo esto ha pasado y pasa sin que se tomen medidas. La infame persecución a los periodistas que vemos en estos días no nos debe extrañar, ni por los acosadores, ni por el objetivo que persigan. Deben escandalizarnos, y exigir una rectificación no a través de una declaración parlamentaria vacía, sino por la dimisión de los protagonistas y el cambio de comportamiento, que, reconozco, no espero se produzca.

El acoso judicial, personal y periodístico se ha convertido en pura estrategia política, en una forma de plantear el trabajo en la oposición o en el Gobierno. Hay quien tiene el dinero y la ausencia de escrúpulos suficiente como para acosar y amenazar

El acoso judicial, personal y periodístico se ha convertido en pura estrategia política, en una forma de plantear el trabajo en la oposición o en el Gobierno. Hay quien tiene el tiempo, el dinero y la ausencia de escrúpulos suficiente como para embarrar, mentir, acosar y amenazar. Frente a ello es hora de poner pie en pared, de exigir respeto, compromiso, trabajo parlamentario, institucional e informativo. No es una cuestión ideológica, de pureza, de elegancia, es pura exigencia democrática. Los principios y valores constitucionales que tanto se airean en beneficio de cada cual están en juego, como la propia credibilidad de instituciones tan importantes como los partidos políticos, la representación pública o el derecho a la información veraz.

Ganar y gobernar como objetivo es loable, pero no a costa de impugnar la legitimidad del otro, no negando el triunfo del rival, ni el resultado de la voluntad popular, no atando a la propia democracia. Sabemos bien quién enciende la mecha y quién mantiene la antorcha del odio encendida; de lo que no estoy tan segura es de que se deba responder con la misma moneda, ni mucho menos. No sé qué puede aportar a la ciudadanía, al bienestar de las personas que componemos una sociedad que merece el respeto mínimo para que podamos ver con claridad el valor del trabajo colectivo y del compromiso político como instrumento de transformación.

La lucha es desigual, algunos y algunas periodistas, políticas, juezas, empresarias, no participamos de esa idea de sociedad del chantaje, y nunca vamos a caer en el mismo juego, no debemos ni podemos hacerlo. Por encima de todo está el respeto colectivo y a la profesión a la que nos entregamos. Somos más, menos poderosos, pero más conscientes de que no todo vale. Paremos el partido, respiremos y sigamos respetando unas reglas imprescindibles para responder al objetivo de la sociedad a la que aspiramos. Recordemos los lodos y no bajemos al barro.

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María José Landaburu Carracedo es Doctora en Derecho, experta en derecho laboral y autora del ensayo 'Derechos fundamentales, Estado social y trabajo autónomo'.

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