Mujeres silenciadas

 ‘¿Y a mí por qué no me estudian?’ Con esta pregunta comenzaba la petición que lanzó en 2020 una profesora de filosofía en una conocida plataforma de activismo online. De esta forma, solicitaba firmas de apoyo para que el temario de la asignatura incluyese al menos a una autora. Ni a dos ni a tres ni a cuatro.  ¡Al menos a una! La docente explicaba que entre los diez filósofos que estudiaba su alumnado para las pruebas de acceso a la universidad no había presencia femenina. Y por eso, proponía que en el currículo se incorporaran nombres como el de Simone de Beauvoir, María Zambrano, Judith Butler o Hannah Arendt. En pleno siglo XXI, las mujeres siguen estando invisibilizadas en aquello que se considera la base de la educación: los libros de texto, los colegios o los institutos. Mujeres con grandes logros académicos o profesionales, pero históricamente silenciadas y con las que –y esto es innegable– el sistema educativo tiene una deuda democrática. Porque no solo los hombres han puesto los cimientos en los que se sustentan la ciencia, el arte o la historia. Detrás de ellos, muchas veces en la sombra, mujeres brillantes a las que no se les permitió alzar la voz o dar la cara. Este es mi pequeño homenaje a todas ellas. 

En pleno siglo XXI, las mujeres siguen estando invisibilizadas en aquello que se considera la base de la educación: los libros de texto, los colegios o los institutos. Mujeres con grandes logros académicos o profesionales, pero históricamente silenciadas

Desde su cuarto propio, la escritora Virginia Woolf señaló que, durante la mayor parte de la historia, Anónimo había sido el nombre de una mujer. No pudo ser más certera. Por suerte, desde hace un tiempo hay activistas por todo el mundo que trabajan de forma incansable para recuperar la memoria histórica feminista. Leer, analizar y comprender las voces de las mujeres que han sido acalladas debería ser una asignatura obligatoria. En los centros educativos y en la vida. El documental A las mujeres de España. María Lejárraga (por cierto, nominado a los Goya este año) busca reconocer a una de las escritoras y dramaturgas contemporáneas más importantes y prolíficas de España. Una feminista a la que, como otras muchas, la sociedad machista de la época obligó a deshacerse de su nombre para firmar su obra con el de su marido. Así que adivinen quién se llevó la fama y el dinero a pesar de que, según las expertas, no escribió ni una sola línea. Lejárraga fue, además, impulsora del sufragio femenino y diputada durante la Segunda República. Sus ideas políticas la obligaron a exiliarse tras la Guerra Civil. Y en el exilio murió sola y pobre. La dictadura se encargó, como en muchos otros casos, de hacer desaparecer cualquier rastro de su creación. Más allá de la innegable calidad de su legado artístico, el relato de su vida es apasionante. Aun así, para buena parte de la sociedad sigue siendo una completa desconocida. Permítanme la vehemencia, pero ¿cómo es posible que no aparezca en los programas educativos una autora que se merece una asignatura completa? Ella forma parte de una generación de mujeres que luchó por la igualdad y a la que hay que agradecer la conquista de algunos de los derechos que disfrutamos hoy día. El mejor homenaje es recordar su figura, rescatarla del olvido para que pueda convertirse en un referente para niñas y adolescentes. Dar a esas mujeres el papel protagonista que se merecen para que nadie tenga que volver a buscar quiénes son Carmen de Burgos, Hedy Lamarr, Gerda Taro o Lisa Meitner. Que su historia no se olvide. Que se estudie en los temarios de clase, como pedía la profesora de filosofía de la que les hablaba al principio de esta columna, o que se vea en los cines, como ha conseguido Laura Hojman, la directora del documental sobre María Lejárraga. Es lo mínimo que le debemos a todas ellas.

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