El país de lo malo conocido

Lo último de Pantomima Full ha dolido porque es muy real. En minuto y medio retratan sin despeinarse la cultura conformista de este país. Es más, desnudan la absoluta nada que puede haber en lo que tantos nos siguen diciendo que es “una vida como Dios manda”. Una vida incluso aspiracional. Un puestito fijo, una hipoteca a tipo fijo, una pareja y la misma siempre; un hijo porque toca y dos porque “la parejita”, un veraneo tan predecible como el resto del año.

Que nuestra generación millennial no pueda “permitirse” (sic) esa vida no quiere decir que la anhelemos. Esa es la vida que han tenido nuestros padres y la mayoría de nosotros en la vida de nuestros padres no aguantaríamos un mes. Creo que eso es una buena señal. No nos educaron para aguantar —lo que les había tocado a ellos—, nos educaron para ser la primera generación en poder elegir de verdad qué hacer con su paso por este mundo. Spoilers alert: no ha ocurrido.

Ese sueño de progreso ha dejado a tantísimas personas fuera que los agoreros, los reaccionarios, hacen su agosto. Empezaron diciendo que habíamos “vivido por encima de nuestras posibilidades”, frase atroz tan 2011. Ahora nos dicen que la culpa de nuestra frustración no la tiene un capitalismo fallido sino nuestro exceso de expectativas. La loa a la resignación se ha puesto de moda. El estoicismo tiene tribu. No sentir, no querer más, la parálisis, tanta nada.

Nos dicen que los millennials nos “complicamos mucho la vida”, nos reprochan que nos hemos “salido del tiesto”, les molesta, sobre todo, que nuestro movimiento les sacuda a ellos. Somos la generación del ensayo-error, pero también somos la generación de no dejar de intentarlo. Si somos la generación que ve más pesadilla que realidad en el vídeo de Pantomima Full, algo ya hemos ganado. Complicarse la vida a veces es lo más parecido a vivir.

Se sigue enseñando más a obedecer que a pensar. Se sigue señalando al que intenta otra cosa. Se siguen reprobando las otras maneras de vivir, quizás porque su reflejo deja tiritando la existencia propia

Algunos han escrito que el sketch de Pantomima Full es clasista. Pero no habla de dinero sino de la falta de imaginación, de inquietudes, de espíritu. Pensar que sólo se puede tener una vida rica pagándola es revelador. Lo piensan muchos. Pero el vacío no discrimina y se cuela en las casas con piscina y en los pisos con gotelé y por esa rendija que tienes enfrente como te descuides.

Este es, al fin y al cabo, el país del “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, del “más vale pájaro en mano que ciento volando”, del “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. El legado de décadas de sometimiento, represión y límites sigue entre nosotros. Se sigue enseñando más a obedecer que a pensar. Se sigue señalando al que intenta otra cosa. Se siguen reprobando las otras maneras de vivir, quizás porque su reflejo deja tiritando la existencia propia.

Nadie enfrentó las miserias de la rutina como Julio Cortázar, su mirada inagotable contra los mundos agotados: “Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mí como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los codos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso para ir a comprar el diario a la esquina”.

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