La dana, aliada de Vox Cristina Monge
Trump y los evangélicos fundamentalistas: una alianza contra natura
En el triunfo de Donald Trump sobre Kamala Harris en las elecciones estadounidenses del 5 de noviembre han jugado un papel fundamental, si no decisivo, los evangélicos fundamentalistas blancos. El 82% de ellos ha apoyado al candidato republicano. En los lemas de sus gorras de beisbol podía leerse: “Jesús es mi salvador”, “Trump es mi presidente”, “Dios, armas y Trump”. El hecho no constituye novedad alguna porque en las dos anteriores ya le dieron su apoyo.
El 3 de enero de 2020, el equipo electoral de Trump creó en Miami la iniciativa “Evangélicos por Trump”, que convocó a 7.000 personas en la Iglesia del Ministerio Internacional del Rey Jesús para lanzar su campaña a la reelección como presidente de los Estados Unidos. Al acto fue invitado Trump por el pastor Guillermo Maldonado, autodenominado El Apóstol. Las personas asistentes eran en su mayoría inmigrantes, que ovacionaron a Donald Trump cuando se refirió a la muerte del militar iraní Soleimani en Irak, ordenada por él, a la construcción del muro en la frontera con México y a su condena del aborto.
La alianza de los evangélicos fundamentalistas blancos con Trump y con el partido republicano durante los últimos ocho años es la mejor expresión del cristoneofascismo
Los evangélicos fundamentalistas blancos han elegido a un político homófobo, racista, xenófobo, sexista, machista, antiecologista, belicista, supremacista blanco, imperialista, clasista, autoritario, condenado por la justicia, plutócrata, acosador sexual, constructor de muros, manipulador de la Biblia y referente de la tóxica masculinidad hegemónica, que justifica la violencia contra las mujeres. Han dado su confianza para gobernar los destinos de Estados Unidos a un presidente que hace mofa de sus adversarios, agrede a las mujeres, insulta y desprecia a sus compatriotas puertorriqueños, a los hispanos, a los haitianos, a los musulmanes, y anuncia la expulsión masiva de los inmigrantes en general, a quienes considera invasores.
Así las cosas, comparto las preguntas que planteaba la escritora estadounidense Kristin Kobes du Metz en su libro Jesús y John Wayne. Cómo los evangélicos blancos corrompieron la fe y fracturaron una nación (Capitán Swing, 2022) con motivo del apoyo del elevado y decisivo porcentaje de los evangélicos blancos –el 81%– a Trump frente a Hillary Clinton en las elecciones de 2016:
“¿Cómo podían los conservadores [evangélicos] con “valores familiares” apoyar a un hombre que contravenía todos y cada uno de los principios por los que ellos aseguraban regirse? ¿Cómo podía la autoproclamada ‘Mayoría moral’ aupar a un candidato que se regodeaba en la vulgaridad? ¿Cómo podían los evangélicos que habían convertido el QHJ (‘¿Qué haría Jesús?’) en un fenómeno nacional justificar su respaldo a un hombre que parecía la mismísima antítesis del salvador a quien afirmaban emular?”.
Trump ha cambiado el evangelio como buena noticia de liberación de las personas más vulnerables y los pueblos oprimidos por el antievangelio del neoliberalismo que amplía las brechas de la desigualdad
Leía estos días una lúcida reflexión sobre la entrega incondicional del fundamentalismo evangélico a la persona y al programa político, económico y cultural de Trump en la que se afirmaba que el candidato republicano había cambiado el significado de ser evangélico. Y es verdad. Trump ha mutado los valores del evangelio de Jesús de Nazaret por sus contrarios en su propia conveniencia personal y política: el amor por el odio, la humildad por la prepotencia, el perdón por la venganza, la gracia y el don por el precio, la paz por la violencia, la fraternidad-sororidad por la dialéctica amigo-enemigo, el “nosotros” inclusivo por el “ellos” despectivo y excluyente. Por no hablar del cambio de la igualdad entre hombres y mujeres por la inferiorización de las mujeres y la masculinidad hegemónica, la hospitalidad para con las personas migrantes por su expulsión, la política de tender puentes entre los pueblos por la construcción de muros, el reconocimiento de la dignidad y los derechos de todos los seres humanos por su negación a las personas no nacidas en Estados Unidos, el cuidado de la naturaleza por su depredación. La sustitución del Jesús de Nazaret de los evangelios, que opta por la gente marginada, por el Cristo guerrero y vengativo, que opta por los ricos y los poderosos, el Evangelio como Buena Noticia de liberación de las personas más vulnerables, los colectivos empobrecidos y los pueblos oprimidos por el anti-evangelio del neoliberalismo que amplía las brechas de la desigualdad, la teología de la liberación por la teología de la prosperidad, la comunidad igualitaria de hombres y mujeres por una sociedad jerárquica basada en la autoridad patriarcal, el cristianismo liberador, caracterizado por la práctica de la compasión, por el cristoneofascismo, caracterizado por la insolidaridad con las víctimas.
Los fundamentalistas evangélicos blancos han caído en la trampa que les ha tendido Trump y han sustituido a Jesús de Nazaret por John Wayne, a quien han convertido en “icono de la masculinidad cristiana” (Kristin Kobes du Metz) y de la nueva y agresiva masculinidad hegemónica contra las mujeres, totalmente ajena al respeto y el reconocimiento de la dignidad de las mujeres en los evangelios.
La alianza de los evangélicos fundamentalistas blancos con Trump y con el partido republicano durante los últimos ocho años es la mejor expresión del cristoneofascismo, que es la nueva y más peligrosa forma del teísmo político, la mayor perversión del cristianismo y una alianza contra natura. Se cumple así el viejo adagio latino: Corruptio optimi pessima (=la corrupción de lo mejor se convierte en la peor de las corrupciones).
__________________________
Juan José Tamayo es teólogo de la liberación y autor, entre otros ensayos, de 'Teologías del Sur. El giro descolonizador' (Trotta, 2024, 2ª ed.).
Lo más...
Lo más...
Leído-
Un comisario acusado en 'Kitchen' impulsó el falso caso de narcotráfico alrededor de Podemos
Álvaro Sánchez Castrillo - 2
-
El fin de una tiranía sangrienta: por qué Al Assad se quedó solo y cómo puede Siria reconstruirse
Pablo Mortera Franco - 4
- 5