Vox no da miedo, miedo me da

Si las encuestas aciertan, Marine Le Pen pasará este domingo a la segunda vuelta de las presidenciales francesas y un coro de voces de toda Europa empezará a clamar para evitar que llegue al Elíseo dentro de dos semanas. “A lo hecho, pecho”, se dirá Alfonso Fernández Mañueco mientras repasa su discurso de investidura de este lunes, quizá sin querer martirizarse demasiado por haber adelantado unas elecciones que podían esperar. “Pasa tú, que a mí me da la risa”, le confesó Moreno Bonilla, entre bromas pero en serio, temiendo el momento de tener que echarse al ruedo electoral, con el toro de Vox en medio de la plaza. Que estaba “nerviosito perdido” sólo de pensar lo que ya parece inevitable: abrir las urnas andaluzas con la extrema derecha más fuerte que nunca, sin techo en los sondeos y ya consagrada como un partido de gobierno.

La de Castilla y León pretendía ser una jugada audaz, pero lo de Andalucía es puro pragmatismo político. Elecciones tiene que haber este año y mejor que sea con las incertidumbres de ahora que con las que lleguen en unos meses, que son más inciertas todavía. Hay una guerra a las puertas de Europa, los precios están disparados y las crisis han agudizado muchos de los desequilibrios históricos en Andalucía: ¿Hasta dónde puede llegar Vox?

La respuesta sólo la darán las urnas y va a ser especialmente ilustrativa por la singularidad andaluza. La comunidad con más habitantes de España concentra importantes bolsas de población allí donde más impactan los recortes de servicios públicos y los efectos del alza de las materias primas: el medio rural que, en el caso andaluz, se compone de un buen número de ciudades de 20.000 a 40.000 habitantes que han sido la roca de la hegemonía socialista. Y es ahí donde la ultraderecha pretende ahora rentabilizar todos los malestares. Lo hizo en Castilla y León, donde la campaña se jugó entre granjeros y campos de remolachas, pero ese ya era un espacio ocupado por la derecha: la medida de la transversalidad de Vox la darán los comicios andaluces y su penetración en estos territorios de tradición socialista.

Los discursos de odio, la quiebra de los consensos, la negación de la violencia machista y la criminalización de los inmigrantes continúan, pero Vox forma parte ya del paisaje habitual de la política

En principio, van a la competición con pocos lastres. Se ha hablado mucho en las elecciones francesas de la “desdemonización” de Marine Le Pen, pero me temo que en España ya llegamos tarde a la demonización. Vox ha sido determinante para sostener a gobiernos del PP desde que llegó a los parlamentos autonómicos y, aunque Pablo Casado los combatió con argumentos una vez en el Congreso, el resto del tiempo el PP se ha dedicado a blanquearlos por una cuestión de pura necesidad: sin ellos no pueden gobernar. Y en la izquierda resucitaron muchos fantasmas y muchos votos se movieron para ser útiles pero, más allá de las tácticas, nadie ha desplegado una estrategia real para arrinconarles. Si frenar a la ultraderecha hubiera sido una prioridad, nunca se habrían celebrado las generales repetidas de noviembre de 2019: ¡Pasaron de 24 a 52 escaños!

Los discursos de odio, la quiebra de los consensos, la negación de la violencia machista y la criminalización de los inmigrantes continúan, pero Vox forma parte ya del paisaje habitual de la política que envenena, de las autonomías que quiere abolir y de los medios de comunicación a los que veta. Y justo cuando empiece la campaña de la segunda vuelta en Francia, con las democracias occidentales alzando la voz para detenerlos, llegarán a los despachos oficiales de Castilla y León. Y en unas semanas sabremos cómo empiezan a trasladar su credo a la agricultura, la ganadería, la industria, el empleo y la cultura. Administrarán un presupuesto público y sus decisiones pasarán a ser letra del boletín oficial. No sé si empezarán ya a rendir cuentas por su gestión en la fecha que elija Moreno Bonilla para convocar pero a día de hoy –algo más de tres años después de instalarse en el Parlamento andaluz– Vox no da miedo. Miedo me da.

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