Se acabó: la violencia machista no es una lacra

Si eres mujer y estás leyendo este artículo, es probable que convivan en tu cabeza dos tipos de pensamientos sobre la violencia machista: “No es para tanto. Desde luego a mí no me pasaría” y “Me ha vuelto a pasar (inserte usted aquí el ámbito que prefiera)  en  casa/metro/curro/clase/Whatsapp/Tinder/comida familiar”. También estos dos: “Cómo va a ser posible demostrar una violación si no ha habido violencia” y “Lo he estado pensando y creo que lo que viví aquel día fue una agresión sexual”. También estos dos: “Qué miedo que nos gobierne el negacionismo” y “La violencia machista es una lacra”.  

Este sábado, que conmemoramos el Día Internacional contra las violencias machistas, te propongo pensar juntas. Hace algunos años tenía sentido hablar de la violencia machista como una lacra de nuestra sociedad, algo que puede ser extirpado, como un tumor, que surge y que no podemos evitar, como la erupción de un volcán. Hoy sabemos que la violencia es algo mucho más profundo y estructural y que sin asumir su naturaleza como punto de partida es muy difícil acertar en las estrategias para erradicarla. Pero ¿cómo es posible que al mismo tiempo que nos parece peligroso el negacionismo de la violencia asumamos con total normalidad una forma de nombrarla que es funcional a su propia existencia?

Creo que si algo hemos aprendido las mujeres es la imperiosa necesidad de ponerle inteligencia a un mundo en el que no predomina el orden natural de las cosas —si es que éste existe—, sino uno de dominación masculina en el que, con demasiada frecuencia, nos jugamos la vida. Atesoramos con historia y cariño una Inteligencia feminista que parece especialmente útil para vivir nuestro tiempo. Un tiempo en el que normalizamos haber creado una Inteligencia Artificial más inteligente que nosotras mismas o haber podido llegar a Marte; al mismo tiempo que normalizamos terribles violencias como que sean asesinados en directo miles de niños por el hecho de haber nacido en Gaza o miles de mujeres por el simple hecho de serlo. ¿Cómo se mide la gravedad de la violencia? ¿En función de la relevancia que tenga en la agenda política? ¿Por la cantidad de recursos que se dedica a combatirla? ¿Por los minutos que ocupa en un debate de investidura? Según todo esto, la violencia machista importa poco. Ahí te preguntas si no es para tanto esto de la violencia. Pero sabes que te puede pasar a ti también porque ya te ha pasado. Y porque te ha pasado y precisamente por eso te da miedo que gobernase el negacionismo, pero porque no es para tanto, y porque quién iba a querer convivir con una realidad tan dolorosa; eliges pensar que la violencia es una lacra, como un resto feo de una enfermedad, un defecto que marca nuestra sociedad, pero que puede ser extirpado porque no es lo que somos. Apagas la TV, haces scroll. La vida sigue. Y vivas nos queremos, pero tampoco lo digas mucho a ver si no tan vivas o no tan queridas. 

El relato feminista, nuestra forma de contar las cosas, nuestra ruptura del silencio es, por tanto, una herramienta poderosísima que sirve para cambiar leyes pero, antes de eso y para hacerlo posible, cambia la idea que tenemos de las cosas

Me pregunto contigo: ¿Hemos elegido pensar que la violencia es una lacra? ¿La experiencia de nuestras vidas nos dice que las violencias que hemos vivido son una cosa particular o aislada que solo pasa de vez en cuando y solo a determinadas mujeres? Confieso haber dudado en muchas ocasiones cuáles eran las respuestas más correctas a estas preguntas. Y es normal dudar, ya que sobre la violencia machista hay también un relato hegemónico y éste no es, desgraciadamente, el que permite combatirla con más utilidad pero es, sin embargo, en el que vivimos inmersas. Si lo piensas, tiene sentido que la narrativa imperante en una sociedad en la que impera la violencia sea parte de esa misma violencia. Y también tiene mucho sentido que la mayoría de nosotras vivamos con normalidad inmersas en ese relato que consumimos sin enterarnos desde las noticias de los telediarios, los discursos políticos o los reels de Instagram. Te pongo algunos ejemplos.

Entre la primera vez que nuestro ordenamiento jurídico reconoció que si tu marido te pegaba eso era violencia de género, hasta que reconoció que si tu padre o tu jefe te violaban eso también lo era, pasaron 18 años. Es evidente que tanto antes del 2004 como del 2022 —de hecho, siempre ha sucedido— ha habido hombres que pegan, violan e insultan a mujeres, sean o no sus parejas. Pero ha hecho falta cambiar el relato sobre ello para que el derecho también fuera una herramienta para reconocer a estas víctimas. Entre una ley y la otra, no solo hubo miles de agresiones sexuales, sino también un cambio profundo en el relato sobre las mismas que se expresó con el #MeToo o el #YoSíteCreo. El relato feminista, nuestra forma de contar las cosas, nuestra ruptura del silencio es, por tanto, una herramienta poderosísima que sirve para cambiar leyes pero, antes de eso y para hacerlo posible, cambia la idea que tenemos de las cosas. 

El relato feminista sigue haciendo su trabajo. Frente al relato dominante que sostiene la violencia que nos dice "algo habrás hecho”, el feminismo explica con rigor, pedagogía y paciencia que todas las mujeres podemos sufrir violencia y que la responsabilidad de la misma es de los agresores, no de las agredidas. Frente al esfuerzo de las derechas para responsabilizar con racismo y xenofobia a los hombres nacidos fuera de España de la violencia machista, el feminismo da cuenta de cómo cualquier hombre puede ser un agresor. Frente a presentar la violencia sexual como un hecho excepcional que por desgracia te puede pasar si te metes en un callejón oscuro o vas borracha, el feminismo, desde las políticas públicas, ofrece datos estadísticos que hablan de que 1 de cada 2 mujeres hemos sufrido alguna forma de violencia sexual a lo largo de nuestra vida y que, mayoritariamente, ha sido ejercida por hombres de nuestro entorno, y no por desconocidos. Frente al "fue un calentón”, hoy sabemos que más de 7.000 actuales agresores en España han sido reincidentes. Frente a la denuncia falsa, los datos. Datos que nos dicen que sólo son falsas el 0,001% de las denuncias. Frente al “ahora ya no voy a poder decirle ni un piropo”, el #Cuéntalo, porque parece que lo que te hizo, un piropo no fue. Frente al “si no querías, te hubieses resistido”, solo sí es sí, hablemos de amor, sexo, deseo y placer entre iguales. Frente a “las feministas odian a los hombres”, el feminismo ofrece una forma de vivir mejor también para ellos. Frente a “fue un piquito nada más”, el feminismo dice que fue una agresión sexual. Frente a lo que era “lo normal, lo de toda la vida”, #SeAcabó. 

Frente a una lacra, el feminismo nos recuerda que la violencia machista ordena y estructura la sociedad en la que vivimos. No nos conformemos con un relato sobre la violencia que no habla de sus causas profundas, de su forma extensa y enraizada en nuestras costumbres y pensamientos. El relato de la violencia como lacra es lo que sustenta que las mejores formas de acabar con la violencia tienen que ver con los excesos punitivistas, securitistas, es el relato del suceso en la TV, el de “saludaba siempre”. Frente a eso el feminismo lleva décadas hablando de la violencia como un continuum, precisamente para cambiar la lógica con la que se diseñan las estrategias para erradicarla. No se trata de lamentar, castigar o proteger, sino de llegar a tiempo, de educar y reparar. Tú mejor que nadie sabes que no es una lacra, pues te lleva pasando toda la vida, y no has podido quitártelo de encima. Este 25N, se acabó el silencio, elige tu propia historia, y si la cuentas, cuéntalo feminista. 

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Ángela Rodríguez es secretaria de feminismos de Podemos y exsecretaria de Estado de Igualdad.

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