Plaza Pública

Lo que hay en juego en la pospandemia

Manifestación del Primero de Mayo en Madrid

Unai Sordo

Este Primero de Mayo —en el que recuperamos la presencia en las calles después de la excepcional situación vivida en 2020— lo hemos vinculado a la exigencia de cumplir los compromisos contraídos para mejorar la vida de la mayoría social. Una reivindicación que alude al Gobierno y a los poderes públicos, pero también a las organizaciones empresariales y al poder económico. En el lema “Ahora toca cumplir. Un país en deuda con su clase trabajadora”, pretendemos sintetizar esa idea.

Estamos aún inmersos en una crisis económica y sanitaria sin precedentes. Las situaciones de incertidumbre e inseguridad laboral y vital, el incremento de la pobreza, la disminución de recursos disponibles para millones de personas, el paro —producto de la pandemia y el que se atisba ante decisiones estructurales de empresas a través de EREs— por citar algunos problemas… siguen amenazantes tras un año durísimo. Un año en el que la clase trabajadora ha sido determinante para sacar el país adelante.

No nos cansaremos de poner en valor el papel que hemos jugado las personas trabajadoras, con serio riesgo muchas veces para la propia salud, a fin de evitar un colapso en las actividades básicas para la sociedad. Tampoco el papel insustituible de los servicios públicos, auténtica garantía del ejercicio de los derechos de ciudadanía.

El mensaje fuerza para este Primero de Mayo lo queremos concretar además en el cumplimiento de materias y compromisos tangibles: la subida del Salario Mínimo Interprofesional, la derogación de la reforma de las pensiones del año 2013 —para evitar una disminución drástica de las prestaciones actuales y más del futuro—, y la derogación de una reforma laboral que tiene que ser sustituida por una legislación que fomente la estabilidad en el empleo y recupere los equilibrios de la negociación colectiva.

Pero siendo estas nuestras reivindicaciones centrales, no podemos obviar la peligrosa deriva que está adquiriendo la vida pública —no es solo la disputa política, es bastante más profundo— en nuestro país. Es verdad que el proceso electoral en la Comunidad de Madrid y algunos episodios inaceptables (singularmente los envíos de sobres con balas de fusil que se han ido sucediendo) han sido determinantes para que se extienda la conciencia de que la convivencia democrática está crecientemente amenazada.

Sin embargo el proceso de deterioro de la convivencia sociopolítica es más profundo, viene de antes, y no puede ser un hecho ajeno a las valoraciones de CCOO.

En mi opinión parte de una doble circunstancia. La primera: la normalización política, institucional y mediática que se le otorgó a una fuerza reaccionaria equiparable al nacional-populismo de extrema derecha como es Vox, nada más irrumpir en Andalucía.

La segunda, parte del inicio de esta legislatura cuando la oposición —y no solo la ultra— abrazó e impulsó la idea de “gobierno ilegítimo”, tratando de amortizar de inmediato el ciclo legislativo, con un tono de creciente crispación que llegó al paroxismo en la gestión de la pandemia. Lo que está pasando ahora no es ajeno a las disputas en torno al estado de alarma, al “gobierno criminal”, o el “cuando la gente salga a la calle, lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma”, en pleno mes de mayo de 2020 y cuando cada día se sumaban cientos de muertos por covid.

Como agente social con un nivel de corresponsabilidad bien acreditado a través de nuestros acuerdos en el diálogo social durante esta pandemia —con el Gobierno, pero apostando también por que fueran acuerdos tripartitos con las organizaciones empresariales— nos debe preocupar el nivel de polarización y encanallamiento de la vida pública. No se puede asumir como normal el acoso a cualquier responsable político o el permanente asedio a un Vicepresidente del Gobierno por grupos ultras.

Como sindicato nos preocupa de forma muy singular que las posiciones reaccionarias quieran abrirse paso en segmentos de la clase trabajadora más golpeada por la precariedad, la falta de expectativas vitales y laborales, la inseguridad y la incertidumbre.

Por eso queremos hace notar que la agenda social que plantea CCOO tiene una trascendencia política de primer orden. Porque mejorar las condiciones materiales de vida de la gente humilde es la mejor vacuna para inmunizarla ante los discursos miserables que pretenden situar el problema en el niño no acompañado, en la persona migrante, o en el más pobre “que amenaza tu pan”.

Desde esa vertiente sociopolítica apelamos a recuperar y modernizar los derechos laborales y sociales, reivindicaciones que van de la mano de un refuerzo de la democracia, una defensa de la convivencia y por tanto una posición beligerante ante la xenofobia, el clasismo, la violencia, el odio y el miedo. Es decir, ante las nuevas formas de extrema derecha que tanto daño han hecho a este país y que además suponen la expresión política de buena parte de los segmentos más retardatarios, parasitarios e improductivos del capitalismo español.

Este no es un mensaje de coyuntura ni al calor de la dialéctica preelectoral instalada en Madrid. Parte más bien de la percepción de que en nuestro país, como en otros, está en disputa el modelo según el cual se reconfiguran las sociedades tras una secuencia de crisis —estallido financiero de 2008, políticas de austeridad, lenta recuperación con mayor desigualdad y precarización creciente, y ahora la pandemia— que han deteriorado la vida material y las expectativas vitales de millones de ciudadanos. Todo ello en un contexto de mutaciones en el modelo económico que, bajo las etiquetas de la transición digital y ecológico/energética, nos enfrenta a oportunidades, riesgos y muchas incertidumbres. Desde luego así lo percibe una mayoría de las clases trabajadoras.

Está en disputa cómo coser las sociedades. Una es recomponiendo un contrato social desde una visión integradora, solidaria, con cauces de distribución de la riqueza, y con un papel relevante del poder público como suministrador de derechos de ciudadanía y agente económico; la otra es una deriva mercantil de la sociedad que profundice y cronifique la exclusión, la segmentación, la segregación o la privatización. El debate educativo en España suele ser la mejor metáfora de todo lo demás.

A nadie se le escapa que hay intereses económicos enormes vinculados a cómo se resuelve esa disputa dinámica. Si añadimos la ingente cantidad de los fondos de recuperación europeos que debieran servir para modernizar nuestro aparato económico y social, podemos entender la base material que subyace detrás de la tensión política en España.

El mundo se mueve y no siempre es fácil atisbar hacia dónde. Pero sin duda que alguien tan poco sospechoso de veleidades izquierdistas como el presidente Biden apueste por una subida drástica del salario mínimo; por un paquete de inversiones públicas para estimular la economía de varios billones de euros; que la secretaria del Tesoro de EEUU pida un impuesto de sociedades a escala global para las multinacionales; o que se afirme que “Wall Street no construyó este país. La clase media construyó este país. Y los sindicatos construyeron la clase media”, indica que podemos estar asistiendo a cambios de paradigma político y económico.

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Pues bien, en ese contexto creo que se entiende mejor la importancia del “Ahora toca cumplir. Un país en deuda con su clase trabajadora”. Y también de no quedar lastrados en las ideas dogmáticas del neoliberalismo, por un lado, y del capitalismo más retardatario por otro.

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Unai Sordo es secretario general de CCOOCCOO

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