Plaza Pública

Insidias contra la memoria democrática

Placa del Bulevar Indalecio Prieto, en Madrid (España), a 30 de septiembre de 2020.

Javier Pérez Bazo

Resulta modélico y alentador que el hispanismo francés, tan exiguo en investigaciones de conjunto sobre la larga posguerra española, haya incluido en el programa de oposiciones al cuerpo de catedráticos de Español de la enseñanza secundaria francesa (Agrégation d’Espagnol), el estudio del régimen franquista, incardinado en la recuperación de la memoria y en los aspectos destacados de la cotidianidad nacionalcatólica, de su naturaleza totalitaria singularmente tallada por la represión violenta y de los distintos actos de disidencia y resistencia frente a la dictadura. Deberíamos tomar buena nota de ello. Pues bien, en una de las clases preparatorias al concours, una de mis alumnas, sin duda pronto docente, advirtió con gran desenvoltura y no menos convicción cierta semejanza entre el pasado golpista del franquismo, que veníamos describiendo, y la muy preocupante deriva reaccionaria de acoso y derribo por parte de la oposición actual contra el Gobierno español en ejercicio. Convinimos que de ello cabía inferir, por una parte, la convergencia de sendas actitudes, fundadas ignominiosamente en la negación del contrario y la falsedad en la reconstrucción de los hechos; y, por otra, la evidente carencia de rigor científico al explicar la historia, e incluso la actualidad más reciente, mediante una vergonzosa equiparación de las respectivas responsabilidades políticas de los bandos concernidos, hasta sentenciar ese lacerante “todos fueron y son iguales”.

El franquismo se apresuró a justificar como inevitable su Alzamiento nacional contra la República y el imperativo de erradicar cualquier reminiscencia del liberalismo decimonónico y de la democracia laica republicana para estatuir las bases totalitarias del nuevo Estado. No asombra, pues, que sobre el neofascismo revisionista se construya hoy el ideario de la ultraderecha y se propague como la peste con la complicidad coyuntural del PP y de Ciudadanos. Sólo desde el terco desconocimiento y la necedad se arguye, por ejemplo, la necesidad salvífica del golpe militar de 1936 o, entre otros anacronismos y disparates, el asesinato de Calvo Sotelo como casus belli. Mediante la invención o la negación se logra, a la postre, el deliberado retorcimiento de la historia. Se ha llegado hasta tal extremo que, como tuvimos ocasión de exponer en este diario, el mismísimo Tribunal Supremo, de espaldas a la verdad histórica y sin rubor alguno, legitimó impropiamente a Franco como jefe del Estado desde el primero de octubre de 1936, con lo que tal barbaridad jurídicamente conlleva. La historia al revés.

A la derecha ultramontana le descarna la Ley de Memoria Histórica, gestada en la primera legislatura del presidente Rodríguez Zapatero, desdeñada por su homólogo M. Rajoy, alentada en nuestros días por el Gobierno de Pedro Sánchez, y especialmente por su vicepresidenta Carmen Calvo, bajo el acertado marbete de Memoria Democrática. Su antítesis se presenta de la mano de los atávicos revisionismo y negacionismo frecuentados por las derechas, cuyo más degradado y nauseabundo exponente personifican iluminados voxeros, capaces de ver en las jóvenes socialistas Trece rosas, fusiladas en la tapia del cementerio de La Almudena, un ramillete de torturadoras y violadoras en las chekas republicanas, escudándose para ello en la libertad de juzgar el pasado a voluntad propia, de manera hartamente difamatoria.

En semejante planteamiento revisionista se inscriben las últimas actuaciones del Gobierno del consistorio madrileño, a cuyo alcalde, por propia iniciativa o connivencia con propuestas emanadas de la bancada de Ciudadanos y Vox, no le duelen prendas a la hora de deturpar la historia y deshonrar nuestro patrimonio cultural. No sólo firmó la destrucción del Memorial con los nombres de 2.934 republicanos ejecutados por el franquismo, aún no terminado en el mismo cementerio madrileño por la regidora que le precedió, sino que poco después vedó que se grabaran sobre una placa conmemorativa unos versos de Miguel Hernández, extraídos de su poema “El herido”, de El hombre acecha. Para mayor insidia, Martínez Almeida se ha prestado a eliminar del callejero de la capital española los nombres de los socialistas Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, honrados cívicamente en tiempo de transición a la democracia con sendas estatuas. La insidia viperina de un portavoz neofalangista de la Asamblea de Madrid les acusa de ser responsables de miles de muertes y asesinos de niños en Paracuellos, de haber amenazado con pistolas en el Congreso. Y ello, aduciendo con no poco recochineo que lo hace en aplicación de la vigente Memoria Histórica. Cuesta creer que esta adulteración de los hechos y tanta calumnia revelen la ignorancia de los herederos de los verdugos fascistas, más bien cabe interpretarse como un premeditado falseamiento. En definitiva, remedando a Borges, un cuento más para la historia universal de la infamia.

Como bien han precisado, entre otros, mis colegas universitarios y amigos Ángel Viñas y, en este mismo diario, Julián Casanova, en tales afrentas subyace la intención de deformar la historia respaldada por rigurosas investigaciones y la desvergüenza de medir con la misma vara lo no equiparable. Ambos líderes históricos del PSOE fueron ministros de gobiernos refrendados por las urnas y copartícipes del rápido cambio en un tiempo de conquistas sociales y servicios públicos hasta entonces desconocidos, hubieron de afrontar un golpe militar y murieron en el exilio. En París el presidente de gobierno durante la guerra Largo Caballero, y después de pasar por un campo de concentración nazi; en México Prieto, una de las mentes políticas más sagaces del pasado siglo y artífice del Pacto de San Juan de Luz, negociado con los monárquicos como solución posfranquista. Otra cosa muy distinta fueron, por ejemplo, la usurpación del poder por los golpistas, el genocidio y las crueldades de la dictadura. No cabe, por tanto, la equidistancia. Confiemos en que la Ley de Memoria Democrática corrija estos libertinajes de la palabra, agazapados bajo el rencor iletrado.

La recurrente y revisionista reescritura de la historia, la atribución de hechos falsos al adversario ideológico y la mentira impune se han convertido en ariete del fanatismo de las derechas. Estas prácticas, de gran incidencia mediática, se traducen en un interminable hostigamiento al Gobierno de coalición, radicalmente democrático aunque lo tildan de ilegítimo, y cuya finalidad no es otra que derrocarlo. Como me recuerda mi buen amigo el cirujano José Martínez Cobo, en España la derecha, sempiterno sinónimo de reacción, piensa que el único poder legítimo es patrimonio exclusivo suyo, y obligada a cualquier precio su conquista; si lo alcanzan los demás, son considerados impostores, por principio o dogma revelado.

De estos postulados y estrategias, de reminiscencias franquistas, se contagian otros recintos de la actualidad político-social. Valga como última muestra de ello la zafia batalla contra el Gobierno de la Nación provocada por la Comunidad de Madrid con motivo de la gestión de la pandemia y la asunción de competencias. Al argumentario de Isabel Díaz Ayuso para atribuir al presidente Pedro Sánchez todos los males y tapar así sus propias vergüenzas vino a sumarse la reclamación de responsabilidades al Gobierno por parte de los medios de comunicación conservadores, aun teniendo las autonomías todas las competencias de la gestión, como se sabe. Y esto, cuando no exculpan o encomian a la presidenta madrileña, aupada al cargo con el apoyo, no lo olvidemos, de Ciudadanos y Vox; ahora guiada al precipicio por su jefe de gabinete y por un polémico magistrado al frente de la Consejería de Justicia e Interior, ambos con antecedentes de control positivo de alcoholemia. Añadamos a modo de colofón que, como cabía esperar, tras este grotesco espectáculo de consecuencias irreparables para la población ha seguido el juego del confusionismo y de la ignorancia mendaz de los gacetilleros y tertulianos de insulto fácil y comportamiento tabernario, que bien se conocen, nostálgicos de los Joaquín Arrarás, Emilio Romero y otras perlas franquistas. Pero esto es caudal para distinto molino.

Un juzgado anula el cambio de 17 nombres de calles de Oviedo en aplicación de la Ley de Memoria Histórica

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Javier Pérez Bazo es catedrático de Literatura Española en la Universidad de Toulouse – Jean Jaurès.

 

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