Las guerras de Feijóo (y de sus antepasados) Jesús Maraña

Hay un nuevo sheriff en la ciudad. Podría ser el inicio de la sinopsis argumental de una vieja película del oeste. Es también la proclama que el flamante vicepresidente de los EEUU de América, J.D. Vance, pronunció hace unas semanas ante un escéptico auditorio europeo. Europa ha perdido sus valores y el sheriff Trump ha llegado para restablecer el orden.
Siempre me ha gustado cuando se usan géneros baratos en cine o literatura para tratar asuntos sesudos. Si vamos a ver una película, qué sé yo, de Bergman o de Tarkovski, sabemos que la cosa va en serio. Pero yo tengo predilección por que los debates intelectuales se escondan revestidos de entretenimiento ligero. Más allá de los tiros y el maniqueísmo entre buenos y malos, el western ha probado sus posibilidades para reflexiones de calado.
Por quedarnos con los clásicos, entre los wésterns podemos encontrar adaptaciones de Shakespeare, como Cielo amarillo del maravilloso William A. Wellman o Lanza rota de Edward Dmytryk, versiones libres de La tempestad y El rey Lear, respectivamente. En medio del habitual racismo, hay algún bienintencionado alegato en su contra, como Flecha rota de Delmer Daves, truncado en sus intenciones por su abrumador whitewashing. Solo ante el peligro de Fred Zinnemann trata de las diferentes respuestas de los ciudadanos ante la amenaza social, desde los que se aprovechan de ella porque va bien para el negocio, al viejo militante desencantado, pasando por quienes pagan sus impuestos y esperan que otros lo resuelvan, así como de la necesidad o no de recurrir a la violencia.
Quizá no debamos invocar, como en el wéstern, a un pistolero aún más rápido para que ajuste cuentas. Un imperio que sustituya a otro imperio, continuando el tenaz vaivén de la historia
El tema de reflexión que más cabida ha encontrado en los wésterns es la relación entre la violencia y la ley como epítome de la civilización. En Raíces profundas de George Stevens, el pistolero Shane establece mediante la violencia las condiciones para que se asiente la civilización y luego abandona el lugar. Pero seguramente el mejor ejemplo es El hombre que mató a Liberty Valance de John Ford, el director que más partido supo extraer del género. El sádico forajido Liberty Valance es aparentemente derrotado por el joven abogado interpretado por James Stewart. La ley se impone a la violencia. Sin embargo, en realidad no fue él sino ⎯¡cómo no!⎯ John Wayne, quien, escondido entre las sombras, disparó al pistolero. Solo la violencia pone fin a la violencia. Pero la violencia sabe que debe retirarse entre bambalinas y dar paso al mito fundacional de que la ley y la civilización se fundaron y se sustentan desde sí mismas. John Ford no descuidó ningún detalle. Eligió bien el nombre del despiadado pistolero e hizo que James Stewart pasara de joven idealista a político asentado pasablemente charlatán, que llega y se va del lugar de los hechos, no ya como hizo inicialmente en una diligencia, sino en un moderno ferrocarril.
Como John Ford demostró en sus películas, el western puede ofrecer muchos matices. Por ejemplo, sacar a la luz que la ley mantiene inevitablemente un fondo de ambigüedad. Se presenta a sí misma como si descansara pulcramente en la justicia y la pura racionalidad, y de ahí su incuestionable legitimidad. Sin embargo, encubre siempre una irracionalidad fundamental: que la ley ha de obedecerse por el mero hecho de que es la ley.
Los claroscuros de la ley se personifican en los wésterns con la presencia frecuente de figuras que representan la ley y el orden, pero dispuestas a torcer pertinazmente las leyes a favor del poder y el dinero: jueces, marshalls y, por supuesto, sheriffs. Quienes crecimos viendo películas del oeste en el televisor del salón familiar sabemos que el sheriff no siempre es el bueno de la película. A menudo, es poco más que un matón a sueldo que ayuda a imponer y defender los intereses de los malvados terratenientes o ganaderos.
Volvamos a Vance y a sus desinhibidas declaraciones. Algunos días después del tenso rifirrafe con Zelenski en el despacho oval y después de anunciar la suspensión de la ayuda militar a Ucrania, el vicepresidente de EEUU lo dejó claro: para el amigo americano, la verdadera garantía para la seguridad futura de Ucrania pasa por asegurar sus intereses económicos en territorio ucraniano. Nunca hay que dejar de seguir la pista al dinero.
Cuando era pequeña, una de mis hijas preguntaba al comenzar a ver una película: ¿quién es el bueno? No quería correr el riesgo de identificarse con los malos, que a veces sabían presentarse de manera atractiva, y llevarse al final un desengaño. Buena estrategia. En un western no hay que fiarse sin más del sheriff. Primero hay que comprobar qué o a quiénes defiende, para asegurarse de que, efectivamente, cuenta entre los buenos.
Así que tal vez Vance tenga razón y haya un nuevo sheriff en este planeta, que él ve solo como una ciudad. Pero quizá el sheriff no es el bueno. Tal vez haya que dejar de acobardarse ante sus bravuconadas y buscar cómo plantarle cara. A poder ser, sin incurrir en una irrevocable espiral de violencia. ¿Podríamos recurrir esta vez, más allá del héroe solitario, a una respuesta más solidaria, más comunal? Quizá no debamos invocar, como en el western, a un pistolero aún más rápido para que ajuste cuentas. Un imperio que sustituya a otro imperio, continuando el tenaz vaivén de la historia. Aunque formas de violencia hay muchas.
Y, siguiendo las lecciones del western, tampoco hay que olvidar que los que se apropian de la palabra libertad pueden ser crueles pistoleros, como Liberty Valance, que solo quieren que domine la ley del más fuerte.
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Ana Isabel Rábade Obradó es filósofa y profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid.
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