Exterminio israelí: ¿por qué se ha movido el PP? Pilar Velasco

"Tú, y tú, y tú, y solamente tú", cantaba Pablo Alborán. Quizá es lo que entonan muchos políticos al mirarse en el espejo por la mañana. No es ninguna novedad. En otros tiempos se hablaba del "culto a la personalidad". Vivimos una época de líderes imprescindibles. Al menos es lo que ellos y quienes los rodean parecen creer. Como jalean al alcalde de Amanece que no es poco, “todos somos contingentes, pero tú eres necesario”.
La población mundial se estima que sobrepasa ya los 8.000.000.000 en este 2025. Sin embargo, estamos acostumbrados a ver a los mismos actores protagonizando las películas y los programas de la televisión. Los mismos cantantes acaparando las listas de éxitos. Los mismos tertulianos monopolizando cualquier discusión, por dispar que sea el tema de debate. Y también a los mismos políticos ocupando los más diferentes cargos y presidiendo diversas candidaturas. Como si solo ellos y ellas poseyeran cualidades y habilidades tan especiales que los hicieran adecuados para enfrentarse a la acción y la dirección política.
Una confesión inconfesable: soy fan entusiasta de Star Trek, la serie original, la del Sr. Spock. En algún episodio comentan jocosamente que el Enterprise ⎯para los no iniciados, la nave estelar en la que viajan los protagonistas⎯ se supone dotado con una tripulación de cientos de personas, pero, pase lo que pase, siempre salen los mismos. El mundo parece empeñado en replicar la situación: somos muchos, pero los protagonistas son siempre unos pocos. Los demás nos asemejamos a figurantes y secundarios de esos que, en Star Trek, a menudo visten de rojo y mueren a bulto en cada episodio.
Nuestros políticos pasan de la política municipal a la nacional, de ahí a la internacional y, si es necesario, vuelta a empezar
Nuestros políticos pasan de la política municipal a la nacional, de ahí a la internacional y, si es necesario, vuelta a empezar. De una consejería o ministerio a otro, aunque sus competencias poco tengan que ver. Un aceptable éxito político en forma de cargo parece que capacita ya para cualquier cosa. Las papeletas con las candidaturas cerradas, con nombres menos reconocibles según se alejan de los primeros puestos, pueden incluso estar presididas por la efigie identificable del líder ⎯para mí, una red flag en toda regla⎯ . Lo hizo Podemos con Pablo Iglesias en las elecciones europeas de 2014 y lo emuló Sumar con Yolanda Díaz en las elecciones generales de julio de 2023. Si una propuesta política necesita identificarse con un único rostro, creo que empezamos mal.
La dinámica democrática de nuestras sociedades se reduce en exceso a que, cada cierto tiempo, refrendemos a un líder por encima de otros y a que alguno, ya desgastado, sea sustituido de cuando en cuando. Tras tanta notoriedad, no es de extrañar que los descabalgados del poder, como ciertos expresidentes ⎯llámense Felipe o José María⎯, se resistan a menudo a abandonar la primera plana y se crean la viva personificación de la única democracia verdadera. Son pocos los que saben retirarse de la política y volver sin ruido a sus vidas normales.
En la democracia de Atenas, muchos cargos eran adjudicados por sorteo, con la excepción de aquellos que demandaban conocimientos técnicos específicos. Da que pensar. No voy a proponer la restrictiva democracia ateniense como modélica, pero es una forma de reconocer que todos los ciudadanos están capacitados para participar en pie de igualdad en la política y de intentar garantizar que ciertos intereses particulares no predominen siempre.
Los políticos irreemplazables y los liderazgos exagerados cuadran muy mal con una democracia. La democracia debería presuponer que todos sus ciudadanos poseen la madurez y las cualidades que les posibilitan participar activamente en política, y no conformarse con votar cada cuatro años a aquellos pocos que realmente ejercen el poder. Si esto no ocurre, tenemos un serio problema de educación para la democracia, o de elitismo rampante.
Los partidos políticos con imprescindibles representan mal la democracia. Tenemos como ejemplo a Donald Trump, con ganas ya de soslayar la legalidad para alcanzar un tercer mandato. Es fácil reconocer la inclinación autocrática en Trump, a ejemplo de su amigo Putin, Netanyahu o Erdogan.
Si un partido no puede sustituir a su líder, que tiene que encabezar cualquier elección porque siempre parece el mejor candidato, su contextura democrática queda en entredicho. A mí me molesta más que pase en la izquierda, donde lo personal nunca debería imponerse a lo colectivo. Estoy pensando ahora en Irene Montero como sucesora del en otros tiempos omnipresente Pablo Iglesias. Sé que no es fácil para un partido “joven” y con implantación territorial irregular. Pero igual esto último da la pista del problema que conduce a liderazgos tan reiterativos.
Y como respuesta no valen los plebiscitos planteados sin auténticas alternativas. Demasiados dictadores han recurrido a plebiscitos y aclamaciones para alegar apoyo popular. La democracia exige que nadie sea imprescindible y que todos puedan participar activamente más allá de alzar la mano o seleccionar la papeleta para votar. En democracia, los políticos son contingentes. Solo los ciudadanos, ejerciendo como tales, son necesarios.
Una época se reconoce también por sus monstruos. Los monstruos de moda, presentes una y otra vez en los productos culturales, dicen mucho de nosotros, de qué tememos, qué deseamos y cómo nos vemos. En las últimas décadas abundan vampiros y zombis.
Los vampiros, como también los superhéroes con capacidades prodigiosas, encarnan la excepcionalidad. El vampiro es egoísta y aristocrático, pero también lascivamente atractivo. Se alimenta de la sangre de sus víctimas y, a cambio, puede conceder a algunos escasos elegidos la inmortalidad. En el otro extremo están los zombis, esa masa de seres de apariencia humana, pero que han perdido su verdadera individualidad e intentan torpemente que tú también pierdas la tuya. Masas sin cerebro ni voluntad. Los pocos individuos que continúan siendo ellos mismos han de resistir la horda despersonalizada sin miramientos.
Quizá los monstruos de moda reflejen el estado de la agencia política en nuestras supuestas democracias. Una gran masa de ciudadanos amorfos con los que nadie se quiere identificar y unos pocos elegidos extraordinarios, que seleccionan a sus sucesores y que viven de chupar la sangre a los demás.
_____________________
Ana Isabel Rábade Obradó es filósofa y profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid.
Lo más...
Lo más...
LeídoNetanyahu insiste en que Israel implementará el "plan Trump" después de expulsar a Hamás
Carmen AlonsoNetanyahu reconoce que permitió financiar a Hamás desde Catar para dividir a la causa palestina
infoLibreSánchez, a Feijóo: "El mundo se moviliza por la barbarie en Gaza y usted hace chistes de Franco"
Antonio Ruiz ValdiviaPalestine Youth Club, la revolución feminista del baloncesto en el campo de refugiados de Shatila
Arquitectura efímera
'Bajos fondos'
¡Hola, !
Gracias por sumarte. Ahora formas parte de la comunidad de infoLibre que hace posible un periodismo de investigación riguroso y honesto.
En tu perfil puedes elegir qué boletines recibir, modificar tus datos personales y tu cuota.