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Pandemia y política

Baltasar Garzón

“…Esta crisis no es sólo sanitaria, sino también política. Los medios de comunicación y los ciudadanos no deberían dejarse distraer totalmente con la epidemia. Naturalmente es importante seguir las últimas noticias sobre la enfermedad en sí, pero es igualmente importante poner el foco en la política y presionar a los políticos para que hagan lo correcto”.

Yuval Harari, historiador y filósofo.

Cuando empezó el año, no podíamos sospechar –ni ciudadanos en general ni políticos en particular– que íbamos a ver nuestro mundo patas arriba en poco más de tres meses y que deberíamos echar mano de grandes dosis de paciencia y adaptación para sobrevivir a la dura prueba que se avecinaba. No todos pudieron resistirla. Demasiados compatriotas y muchas personas más en todo el mundo no lo consiguieron. Tras el primer envite, con su saldo de desesperación y desconcierto, nos juramentamos como sociedad en no olvidar lo vivido; en aprender de la experiencia. Así, entrando con mucha cautela en una normalidad diferente, nos encontramos en nuestro país, para empezar, con unas votaciones autonómicas que iban a ser las primeras marcadas por el coronavirus y con las que iniciamos nuestro aprendizaje en esta etapa rara.

La principal lección que hay que extraer de las pasadas elecciones en Galicia y en el País Vasco es que en tiempos de crisis como los que vivimos, en una situación en que la enfermedad asoma la cabeza aquí y allá para recordar que sigue ahí, lo que más valoran los ciudadanos es la serenidad y tranquilidad que aporta lo conocido, lo de siempre. Los gallegos lo han dejado muy claro llevando a la presidencia de la comunidad autónoma por cuarta vez al “popular” Alberto Nuñez Feijóo, que ha sabido apaciguar ánimos desmarcándose de las posturas radicales de su partido y manteniendo a raya a la ultraderecha. Dentro de esa estabilidad pretendida, el político, veterano en estas lides y buen conocedor de lo que se guisa en la zona, ha vendido el mensaje de “lo de casa”, en esa misma dirección de poner en alza la seguridad y con un guiño a un nacionalismo sosegado, basado en el terruño. Tanto Feijóo como su frustrado colega vasco Alfonso Alonso, a quien la dirección nacional del PP no permitió ser candidato, son conscientes de que en estos momentos lo que trasciende es el confinamiento emocional, el redescubrimiento de lo propio y por eso, en ambas comunidades autónomas, las posturas nacionalistas han recibido un impulso extraordinario. Cuando el futuro se abre con todas las emocionantes y desconocidas expectativas que encierra, bien está apostar por políticas novedosas y prometedoras. Pero si lo que prima es la incertidumbre, el regreso a lo conocido es la mejor opción hasta esperar que la tormenta amaine.

Acecha el miedo

Lo que está pasando es que acecha el miedo. Millares de contagiados y de muertos contabilizados, la suma diaria de nuevos casos y el progresivo aumento de esta cifra, hace que se abra paso el pesimismo. Máxime cuando se percibe que, una vez que la gestión de la sanidad y las decisiones en cuanto a lo que hay que hacer han pasado a los responsables autonómicos, en ocasiones la respuesta no es ni oportuna ni suficiente. Ocurre que tras tantas críticas y exigencias pidiendo en muchos casos la descentralización, ahora los gobiernos regionales se encuentran con la obligación de tomar decisiones que afectan a la salud de la población, a su presente y a un inmediato porvenir económico.

Todo sería más sencillo si no se produjeran rebrotes, que cuestionan la capacidad de acción de las administraciones autonómicas, y si se pudiera actuar prescindiendo de las normativas legales. Y, pongo por caso, si la UE no nos hubiera hecho soportar tanta zozobra sobre nuestro futuro económico inmediato, para poder sufragar los inmensos gastos que precisa esta crisis, hasta que se ha conseguido el acuerdo. Ahora, al menos, existe una base de tranquilidad motivada por los 140.000 millones que recibirá nuestro país, con la seguridad de que algo más de la mitad de ese dinero vendrá en forma de subsidios. Pedro Sánchez, que ha conseguido con esfuerzo “salvar los muebles”, sabe por experiencia lo que supone convencer a los oponentes menos empáticos tanto fuera como dentro de casa.

Todas esas premisas, aun las que terminan razonablemente bien, empañan la gestión y provocan situaciones contradictorias. Imagino la desazón de algunos presidentes de Autonomías ante la expansión desatada del virus y la estadística diaria del avance. Y empiezo a pensar que más de un político de los que tanto han expresado su oposición a la tarea gubernamental en esta pandemia se sentiría aliviado de retornar a manos del Ejecutivo central la decisión sobre cómo afrontarla. Es más fácil predicar que dar trigo; más sencillo decirle a los demás de qué manera tienen que hacer las cosas, que llevarlas a la práctica. Todo quedaría en un reproche para los más osados si no estuviera de por medio la salud de la gente. En esta situación no cabe lamentarse, y quienes ahora están al frente deberían darse cuenta de que tampoco sirven las recriminaciones.

¿Qué hemos aprendido?

Pero ¿hemos aprendido algo? En la política no parece que se haya avanzado mucho. Se ve en el principal partido de la oposición enfrentado a sus propios asuntos, en la dicotomía sobre el buen resultado en Galicia donde el candidato era conocedor del sentir de los administrados y actuaba exhibiendo sensatez, y la debacle electoral en Euskadi después de que la dirección de Madrid forzase una candidatura anclada en la ideología más rancia y negacionista, sin considerar las ganas de convivencia normalizada y superación del pasado de la ciudadanía vasca. En la reunión de balance que mantuvieron los populares tras los comicios, frente a voces prudentes como las de Núñez Feijóo y otros barones que invocaban una actitud menos irascible, se levantaba el tenaz empeño del propio Casado deseoso de seguir a la greña con el Gobierno o la de su portavoz en el Congreso Cayetana Álvarez de Toledo propagando el lema “moderación no es sumisión”. Sin dar cuartel en ningún caso al Gobierno, sino culpándolo de todas las afrentas habidas o inventadas.

Fiel a su línea, este lunes 20 de julio el presidente del PP, en el marco de unas jornadas en la universidad de verano del Escorial y en las horas previas al inédito acuerdo de la UE, cuando aún no se conocía el desenlace, se atrevía a acusar a Sánchez de mala gestión, de llegar a Europa sin los deberes hechos y reclamándole “reformas, responsabilidad, solvencia y estabilidad”, al hilo de otras irracionales y torpes críticas. Demuestra una vez más Pablo Casado que ni en los momentos de esperanza logran algunos estar a la altura.

La moderación, la mente fría, la sensatez y la cooperación son las virtudes clave que deben exhibir los políticos en tiempos de pandemia, y su ejercicio cotidiano es la siguiente lección que deberían incorporar a su acervo, pues son absolutamente necesarias para abordar situaciones complejas y de incertidumbre como las que vivimos. El virus está ahí, es mortal o causa efectos muy dañinos. Lo sé por experiencia propia. Y vuelve. No tenemos garantía alguna de que quien no se ha visto afectado en una primera fase, no vaya a enfermar en siguientes oleadas. Nadie está inmunizado, la suerte es aleatoria y la vida muy frágil.

En el acto que el 16 de julio pasado unió a casi todos los políticos de este país –salvo aquellos que enarbolan como banderas el egoísmo y la insolidaridad– sin que por primera vez en tantos años la religión tuviera el protagonismo predominante en un acto de recuerdo, se clavaban en el corazón como puñales las palabras de la enfermera Aroa López repitiendo el ruego de quienes veían ya inminente el final: “no me dejes morir solo”. Ese es el carácter de esta enfermedad, desconocida en sus características, arbitraria en sus objetivos, representante del padecimiento y de la muerte.

El aprendizaje es aquí más difícil, porque depende de la propia capacidad personal de hacer frente a la situación, de no bajar la guardia, de mantener las precauciones básicas para no extender la pandemia por nuestras propias insensateces. Hay muchas personas que lo ven así y entienden que cualquier idea de normalidad antigua no es sino un espejismo. Estamos en una especie de libertad condicional y debemos ser nuestros propios carceleros, cerrando la celda de la negligencia y echando mano del comedimiento.

Lo contrario es permitir el paso al contagio y al dolor. Ya empiezan a sonar las alarmas por nuevas contaminaciones y en algunos hospitales reportan que las camas se van ocupando en exceso. Por lo que estamos viviendo en estos días, un segmento importante de la sociedad española parece que no aprende o que no entiende de los efectos letales del covid 19, y prescinde temerariamente de la adopción de las medidas pertinentes de seguridad. A veces pienso que a esa parte de la sociedad se le da mejor obedecer que responder con responsabilidad sin que exista la coerción de la sanción.

Son tiempos de cambiar el chip en la política y en la vida de cada uno. Se trata de trabajar en equipo, tanto en los partidos políticos como en la sociedad, aunando esfuerzos para intentar que el mal no avance y que logremos superar un trance peligroso para la salud, por incapacidad de contener los propios impulsos, y para la democracia, cuando la intolerancia asoma su fea cara. Los responsables políticos y los de las diferentes instituciones deben escuchar a la ciudadanía cuando pide mesura y protección, olvidarse de los juegos de poder e impedir los vacíos que conllevan. Eso pudo haber valido antes, en otra vida, cuando nos creíamos fuertes y eternos. Pónganse sus señorías la mascarilla contra la crispación y busquen prioritariamente fórmulas para atajar los problemas sanitarios y económicos, pero en común, sin divisiones desafortunadas. Y dediquen sus esfuerzos a explicar a los ciudadanos que en su mano está frenar la enfermedad. Aquellas formaciones que, por miopía, intereses o pura incompetencia, no sean capaces de afrontarlo así acabarán salpicados por el desprecio. La historia no los perdonará.

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Baltasar Garzón es jurista y presidente de FIBGAR

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