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¿Cabe una revolución artificial?

Subámonos a uno de esos satélites de Elon Musk, aunque sea con un crédito a pagar tarde, mal o nunca. Si aguzamos la vista, veremos cómo se va ampliando la grieta. Allí, a lo lejos, un mundo aparentemente insignificante, con minúsculas manchas, grises, que se agitan febrilmente, se va separando irremisiblemente. Si hace 240 millones de años empezaron a desgajarse los continentes de una única formación geológica, Pangea, ahora vemos un proceso similar en la anteriormente más homogénea masa humana.

Desde las alturas, percibiremos una extensión viscosa, bastante uniforme, donde los personajillos mesiánicos son unos simples puntitos más en una amalgama monocolor. Pero si nos fijamos bien, se trata de una masa de bolitas aisladas y  también veremos cómo las grietas que atraviesan el conjunto van agrandándose. Y lo que es peor: cada vez a mayor velocidad. ¿Por qué? Quizá el paradigma más cercano y evidente sea la proliferación de la Inteligencia Artificial y los efectos de dependencia y disgregación social que genera.

A riesgo de ser excesivamente simplista, propongo este esquema:

1.- Se descubre un nuevo artilugio.

2.- Se calcula el beneficio económico de venderlo a la gente.

3.- Si 2 es positivo, se promociona 1, intentando incidir especialmente en el aspecto emotivo del posible comprador, lo necesite o no, influya en sus vidas o no.

4.- El desconocimiento del comprador de 4 sobre el impacto individual e incluso social de 1, favorece los abusos.

5.- Cuando estos abusos afectan a un número apreciable de gente, la Administración trata, a remolque, de regularlo.

¡Pero ya es tarde! Un nuevo ingenio cautivador de voluntades está ya emergiendo. ¡Y vuelta a 1! Y como siempre, la sociedad precisa de un periodo de adaptación que la agresividad comercial no cede.

No es nada nuevo, pero sí más grave, por lo que tiene de irreversible.

Desde siempre, ha habido lucha de clases, en el sentido de que unos dominan el cotarro y otros son los dominados. Los libres y los esclavos; los señores y los siervos; los propietarios y los que venden su trabajo. Pero en todos los casos, ambos grupos estaban en un mismo ámbito. O vivían en la misma casa, o residían en el mismo feudo, o trabajaban en la empresa propiedad de alguien. Había abusos, injusticias, pero hasta cierto punto podían mirarse a la cara e incluso, llegado el caso, partirse el cráneo. Pero ahora no es así.

Ignoro si por astucia de las oligarquías, estulticia del ciudadano de a pie, o simple azar, pero están pasando dos fenómenos simultáneos: por un lado el dominador se ha hecho invisible, o al menos no está al alcance de los dominados (sociedades anónimas, of shore, Edge founds… y mientras tanto, la señora María del tercero sin entender el recibo de la luz); por otro, se está atomizando la posible homogeneidad del ámbito explotado, quitándole cualquier capacidad de reacción, de reconducir la evolución. Y ello tanto a nivel individual, en gran parte gracias a internet, como en el colectivo. Aunque la población es esquilmada en muchas áreas: sanidad, educación, banca, grandes distribuidoras, no se consigue que se perciba la globalidad del expolio. Lo dije en un libro[i] hace unos años: “Si las mareas se unieran, serían un tsunami”, pero no es el caso.

Me explico: la abducción de la población mediante los artefactos surgidos en internet aleja a esta de la comprensión de la labor de dominación que se está realizando. En primer lugar, su vertiginoso crecimiento y sofisticación los hacen incomprensibles a gran parte de los usuarios, a los que habría que añadir a los que se van quedando en la cuneta, agarrados a una precaria cuenta de Facebook o al chat de WhatsApp con los amigos que antes encontraban en el bar. Ello genera indefensión y con ella surge el miedo. Ya lo decía Bertrand Russell[ii] hace siete décadas: Uno de los efectos del miedo es la sumisión al líder, sea este Churchill o Hitler. Miedo a la crisis económica, miedo a la pandemia, miedo a un mundo progresivamente más complicado sin posibilidad de entender (y a menudo acceder) a las herramientas para encontrar una salida. Muchos artilugios generan impotencia, por mucho que se vocee el empoderamiento popular. ¡Hasta la muñeca Barbie se anuncia así: “tú puedes ser lo que quieras”! Pero una vez constatado que en el mundo real ello no es así, se empuja a la gente al mundo virtual, para que pruebe suerte y llegue a ser alguien, ¡a saber qué, pero desde luego, no un ciudadano reivindicativo!

Son las generaciones futuras las que se verán abducidas irreversiblemente por un mundo irreal. Sí, aquel donde su cerebro encontrará cobijo mientras le van atando las manos y vaciando el bolsillo

Alguien ha propuesto sustituir el concepto de Smart city, cada vez más bajo sospecha de control del Gran Hermano, por el de Smart citizen. ¡Vaya! ¡buena idea! En Cataluña ha nacido una plataforma, con su manifiesto y su web: CIVICAi[iii]. La consulto. Un ciudadano se puede apuntar y participar. ¡Ah! Pero si uno intenta hacerlo, necesita el aval de dos de los firmantes del manifiesto inicial (unos doscientos), así que, en el mejor de los casos, se tratará de una Smart bubble. No se me interprete mal, es una iniciativa encomiable, un toque de atención necesario. Pero alejado del ciudadano que está preocupado por si cierra su empresa, si su hijo ha suspendido o por saber cuándo le darán hora para analizar aquel bultito en la axila que le preocupa. Agobiado, acudirá a las redes en busca de alguna solución fácil y rápida, aquella que le ofrecen los populismos. Es una situación habitual en la generación actual, pero con el surgir de la IA, el ChatGPT, Bing o Bard, son también las generaciones futuras las que se verán abducidas irreversiblemente por un mundo irreal. Sí, aquel donde su cerebro encontrará cobijo mientras le van atando las manos y vaciando el bolsillo.

Y lo que es peor: “sin saber quién se lo está haciendo”. Añadiría: no solo sin saber, sino incluso sin querer saberlo, por falta de tiempo, de ganas o de capacidad de razonamiento para buscar una respuesta. Que las oligarquías sean esquilmadoras no quiere decir que sean tontas. En el ocaso de la sociedad industrial que surgió hace algo más de un siglo, las responsabilidades se han ido diluyendo: los dueños han pasado a accionistas de sociedades anónimas, y estas se han alejado del asalariado mediante intrincadas subcontrataciones, difíciles de controlar; los bancos han traspasado el riesgo a sus impositores; las decisiones macro se han ido alejando del gobierno, local o central, a una poco democrática Unión Europea, y de esta a “la situación mundial”. ¿Cómo puede hincarle el diente el ciudadano de a pie?

Así, la grieta entre dominadores y dominados se va agrandando irremisiblemente, hasta no llegar a percibirse. Una isla con sus palmeras, su golf y piscinas, se aleja de un continente amorfo, burbuja de burbujitas, aisladas y entrechocando entre sí. En una sociedad casi feudal fue posible una revolución; en otra industrial fue posible un salto adelante importantísimo, y costoso, en derechos y condiciones de vida. ¿Alguien intuye cómo se podría generar otro paso relevante hacia una sociedad más justa y solidaria en el mundo de la IA?

No sigo para no empujar al lector en brazos del primer trumpista que pase por ahí. No quiero deslucir la rimbombante iniciativa de la Digital Future Society (DFS)[iv], impulsada por el Ministerio del ramo, que propone reflexionar sobre el impacto ético y moral de la Inteligencia Artificial. Pero quisiera dejar clara mi opinión: Mientras la izquierda se entretiene practicando las cuatro reglas aritméticas, la derecha más poderosa, sigilosa e invisible, está ya en ello. La Inteligencia Artificial es un simple instrumento para alcanzar la Sumisión Global.

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[1] CISTERÓ, Antoni. (20159. Confluyendo - ¿De qué hablamos cuando hablamos de confluencia? - Barcelona, libres a mida.

[1] New hopes for a changing world (1951)

[1] https://www.lavanguardia.com/vida/20230321/8838266/nace-primer-lobby-ciudadano-defender-intereses-humanos-despliegue-ia.html. Hablando de https://civicai.cat/

[1] https://digitalfuturesociety.com/es/insights/

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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. Es autor de 'Participar hoy. Notas para una participación eficaz' y miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre.

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