El Gobierno pasa la página de la pandemia sin certezas sobre qué va a pasar a partir de ahora

Un hombre con mascarilla camina por una calle de A Coruña.

Muchos creían, cuando hace dos años se decretaba el estado de alarma, la mayoría de la población se encerraba en casa y el país se enfrentaba a su mayor crisis desde la Guerra Civil, que tendríamos un gran final para tanto sufrimiento colectivo. Que la pandemia de covid-19, de abrupto comienzo, iba a morir entre grandes titulares. No pasó. Después de la primera ola vinieron otras cinco y ni aún con una de las campañas de vacunación más exitosas del mundo pudimos respirar tranquilos. Pero la emergencia sanitaria se desdibuja poco a poco, sin lanzar las campanas al vuelo pero recuperando cada vez más parcelas de La Vida, en mayúscula, más cansados que felices.

La Libertad murió en Star Wars con un estruendoso aplauso y la pandemia muere en España con un estruendoso silencio. A pesar de que el virus sigue circulando, aunque entre el descenso y el estancamiento en torno a los 400 casos de incidencia a 14 días, el foco informativo se ha desplazado, terrible pero lógicamente, a la guerra en Ucrania y las consecuencias para nuestro país de la agresión rusa. Y el Gobierno, como parte de su estrategia de "convivencia" y "gripalización" de la gestión, ha dejado de ofrecer datos diarios y ya ha estrenado su fase de transición para abandonar el marcaje estrecho a la pandemia.

Ya estaba confirmado que sucedería, pero no sabíamos cuándo. Ejecutivo y comunidades inauguraron el pasado jueves la "declaración de Zaragoza", que pone la primera piedra de la nueva estrategia sobre Vigilancia en Salud Pública. La reunión, además de manifestar la intención, por ahora sin cifras, de mejorar los recursos humanos en la materia, alumbró el compromiso de crear una red estatal de vigilancia en salud pública, que coordine a las administraciones de distinto nivel para identificar posibles amenazas. No solo víricas: también relacionadas con los hábitos de vida, la desigualdad o los determinantes sociales.

Además, Sanidad y comunidades explicaron la inminente entrada a una etapa "de transición" entre la vigilancia estrecha y la gripalización del covid. Pronto se dejará de hacer pruebas y seguimiento a todo enfermo contagiado del SARS-CoV2: se destinarán a los enfermos más graves y vulnerables. Sin embargo, se mantendrán "los sistemas de información desarrollados específicamente para el seguimiento de la covid-19", destinados a identificar tanto un nuevo aumento de la transmisión como una nueva variante peligrosa.

El objetivo final, como ya explicitó el Gobierno en enero, es un sistema denominado "centinela", que ya se utiliza para vigilar a otras enfermedades respiratorias. Una red de centros de salud y hospitales comunicarán frecuentemente a las administraciones los casos que encuentran y sus características, una muestra representativa que permitirá estimar el avance de las enfermedades sin contar cada caso ni obligar a los ciudadanos a notificar cada síntoma.

Es solo el primer paso. El anterior ministro de Sanidad, Salvador Illa, acuñó el término "nueva normalidad" para hablar de la salida del estricto primer confinamiento. Pronto se demostró que de normalidad tuvo poco. Su sucesora, Carolina Darias, quiere instalar una convivencia real con el patógeno. Pero aún se mantienen muchas incógnitas sobre cómo van a ser los siguientes pasos.

Previsiblemente, se eliminará el aislamiento obligatorio para los contagiados, vacunados o no, pero no hay certezas absolutas. La mascarilla en interiores tiene los días contados, según ha anunciado en varias ocasiones el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; aunque aún no se sabe si se mantendrán en espacios donde la relación coste/beneficio es especialmente positiva, como el transporte público, los hospitales y centros de salud o las residencias de personas mayores. Tampoco se tienen demasiadas pistas sobre cuál será la estrategia comunicativa de prevención: ¿se recomendará el teletrabajo? ¿Y las recomendaciones sobre la higiene de manos? ¿Se pedirá a los establecimientos que mantengan una adecuada ventilación?

Son preguntas que ya ha respondido, por ejemplo, el Gobierno de Reino Unido en su estrategia de convivencia con el covid publicada hace unas semanas. El gabinete de Boris Johnson ha eliminado los aislamientos, las mascarillas y, en general, toda estrategia de mitigación. Pero desplegará, también, una amplia campaña de comunicación que apueste por la medición de CO2, instalación de filtros y ventilación en espacios como colegios y pubs. Y lo más importante de todo: se guarda la capacidad de volver atrás.

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El Gobierno de Reino Unido reconoce que no hay evidencia que apunte a que la pandemia ha acabado. La inmunidad natural junto a las vacunas han reducido en todo el mundo la relación entre cuadros graves y casos. Pero sigue siendo posible, a pesar de lo insinuado durante la explosión de ómicron, que surja una variante que escape a las vacunas y vuelva a desatar la emergencia. No hace falta que sea un escape total para que se genere un problema de salud pública: la última variante ha demostrado que una baja letalidad lleva a un número considerable de fallecimientos, en términos absolutos, si los niveles de transmisión son tan abrumadores.

La tendencia natural de los virus es a mutar hacia versiones más leves. Pero, como explican aquí varios virólogos, no es una regla exacta, porque el proceso tiene mucho de azar. Pueden surgir mutaciones que generen una enfermedad peor. Por lo tanto, el Ejecutivo de Boris Johnson ha establecido varios mecanismos para volver atrás si la situación cambia. En España, aún se mantiene el silencio sobre si se fijarán esas mismas palancas y cómo y cuándo se activarán.

Además, sobrevuela la pregunta, manifestada por varios epidemiólogos en público y en privado, sobre si la sociedad está preparada para volver atrás, toda vez que parece aceptado que la pandemia ha terminado y está fuera del foco informativo. Los sacrificios han sido extraordinarios. Los especialistas no tienen una bola de cristal, pero tienen muy claro que, venga lo que venga, hay que estar preparados para el peor de los escenarios. Hace dos años, minusvaloramos la amenaza; no puede volver a pasar.

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