Los desafíos de la democracia

La inflación atiza la antipolítica y somete a las democracias a una nueva prueba de estrés

Una mujer sale de un supermercado en Mejorada del Campo (Madrid) con alimentos recién comprados en su carro.

Lastrado por el impacto de la crisis de 2008, tensionado por la pandemia, el modelo democrático se enfrenta ahora a un nuevo desafío: la inflación. Dos certezas encadenadas han hecho saltar las alarmas. 1) La inflación provoca desigualdad. 2) La desigualdad provoca desconfianza democrática. Los datos empiezan a avalar la hipótesis lógica: la inflación está cebando la desconfianza democrática, que partía ya de un suelo alto. Si a la Gran Recesión cabe atribuirle la paternidad de un auge reaccionario no visto desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ¿qué hijos sociopolíticos alumbrará esta constante pérdida de poder adquisitivo y este incremento del coste de la vida? ¿Y singularmente en España, que sufre índices de desconfianza política y desigualdad ya comparativamente elevados?

Del 15M a Wuhan

En el ensayo colectivo Protestas en el mundo. Un estudio de los temas clave de protesta en el siglo XXI, cuatro investigadores en los campos de las ciencias sociales y económicas escudriñan 2.809 manifestaciones entre 2006 y 2020 en 101 países. ¿Cuál es la imagen resultante? La Gran Recesión contribuyó a la generación de dos ciclos de protesta, o quizás de un solo ciclo con dos tramos. El primero, dirigido contra las desigualdades, la concentración de poder y los recortes, reclamaba una renovación democrática del pacto social. Con todas sus diferencias y salvedades, en ese espíritu se integran el 15M y el Occupy Wall Street y hasta la Primavera Árabe. Tras esa primera expansión, en torno a la mitad de la década pasada el humor empieza a agriarse y las protestas se cargan cada vez más de impulsos excluyentes y de autoafirmación identitaria.

El análisis es global, por lo que en este esquema caben incontables matices y excepciones. Pero hay una certeza: lo que uno de los autores del ensayo, Hernán Sáenz, llama "segunda ola populista" resuelve la clásica disyuntiva de toda movilización entre buscar una solución a los problemas o exacerbar discursos de agravio decantándose por la segunda opción. Ese nuevo humor más agrio se convierte en el caldo de cultivo del Brexit, del trumpismo y hasta de una parte de los chalecos amarillos de Francia en 2018. En todo el mundo, detalla Protestas en el mundo, las expresiones de malestar empiezan a desdibujar a los interlocutores y a presentar demandas "mucho menos manejables y corregibles". Ese era el terreno perfecto para los mesías del descontento, que hasta finales de la década pasada vivieron su etapa dorada.

Por aquellos años aparecieron dos ensayos, El pueblo contra la democracia (Yascha Mounk) y Cómo mueren las democracias (Steven Levitsky y Daniel Ziblat), que se convirtieron de inmediato en clásicos por categorizar el que parecía el gran fenómeno de nuestro tiempo: el retroceso de las democracias ante el ascenso de un autoritarismo demagógico y oportunista. Las democracias, teorizaron estos tres autores, ya no caen víctima de golpes de Estado o revoluciones subversivas, sino que se desconsolidan en largos procesos de erosión llevados a cabo desde dentro por sus enemigos. Justo en esas estaban las sociedades occidentales, preguntándose cómo lidiar con este fenómeno, cuando empezamos a oír hablar de un mercado en Wuhan.

Desconfianza democrática ya antes de la inflación

Si a la Gran Recesión le podemos atribuir la paternidad de lo que algunos autores han llamado "nacionalpopulismo" (Matthew Goodwin) y otros "extrema derecha 2.0" (Steven Forti), aún es pronto para saber cuál será la descendencia sociopolítica del covid-19. Observadores como el filósofo Daniel Innerarity han detectado un retroceso del ultranacionalismo, expresado en las derrotas de Donald Trump y Jair Bolsonaro. Menos optimistas son las principales casas que monitorizan el funcionamiento de las instituciones –International IDEA, V-Dem, Freedom House, The Economist–, que han advertido de un retroceso global de la democracia por el amplio margen de discrecionalidad del que han dispuesto los gobiernos por la pandemia.

Más difícil de fotografiar que el tejido institucional, pero más relevante a largo plazo, es el ánimo social. ¿Qué ha traído en ese campo la pandemia? Los análisis destacan que, a diferencia de la anterior crisis, en la pandemia la mayoría de gobiernos, sobre todo en Europa, han optado por políticas paliativas del sufrimiento social, postergando la importancia del déficit y la deuda. La UE y España han sido ejemplos de esta línea de acción. No obstante, la pandemia ha demostrado ser, a pesar de los esfuerzos políticos, un agravador de desigualdades económicas, educativas, sanitarias, de vivienda...

Datos en mano, la pandemia ha provocado en la mayoría de países estudiados un empeoramiento del viejo problema de la desconfianza en la política y las instituciones. España es un caso claro. Los datos del CIS, el Eurobarómetro y el centro de investigación Pew Research Center ilustraban, ya antes de la invasión de Ucrania, un descrédito de las instituciones, un malestar con la marcha de la democracia y un pesimismo económico que sobresalían entre los países avanzados [ver aquí en detalle].

La inflación incrementa una desigualdad ya elevada

Como dejó dicho John Adams, segundo presidente de EEUU, las democracias no mueren, se suicidan. Y su suicidio empieza en las mentes de los ciudadanos. No obstante, a estas alturas sabemos que una ayuda externa para su deterioro son las llamadas "políticas de sacrificio" que inciden en la desigualdad. Lo ha acreditado en una reciente investigación Alejandro Tirado, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Carlos III, que ha analizado el nivel de "satisfacción democrática" en los 27 países de la UE y Reino Unido de 2002 y 2019. En todos el impacto de la recesión rebajó la satisfacción. Hasta ahí, todo parece lógico. Pero el estudio de Tirado aporta algo más al probar que los países en los que se impusieron políticas de salida de la crisis más duras fueron los que más tardaron en recuperar la confianza. España fue la segunda democracia cuya confianza salió más dañada, sólo por detrás de Grecia.

Las conclusiones de Tirado apuntan a que el empobrecimiento y la desigualdad ceban la desconfianza democrática. Con ese dato de partida, preocupa el impacto que pueda tener la persistencia de la inflación, que es en sí misma catalizadora de desigualdad. En un informe de enero, Oxfam Intermón daba la alerta: en 2022 "la inflación ha reducido el poder de compra de los hogares en peor situación un 26% más que el de aquellos con mayores ingresos". Los salarios en términos reales caen a niveles parecidos a los de la gran crisis. El año pasado los sueldos en convenio aumentaron el 2,8% frente a una inflación media del 8,4%, lo que supone la mayor pérdida de poder adquisitivo en más de dos décadas. No es un problema sólo español. El Banco Mundial ha dicho que la inflación supone "el mayor incremento de la desigualdad y la pobreza entre países desde la Segunda Guerra Mundial". El FMI viene constatando un empobrecimiento global que se ceba con los segmentos más bajos. Grosso modo la inflación ha corregido y aumentado la desigualdad de la pandemia.

Aunque España se mantiene en la parte de Europa menos afectada, el fenómeno dista mucho de estar controlado. En una proyección para las próximos tres años, Oxfam Intermón ha alertado que de no corregirse la inflación, la pérdida de poder adquisitivo de los salarios con respecto de 2008 será de 10 puntos en el caso del salario medio. A esto se suma que ya hay síntomas de que el ciclo de políticas expansivas podría acercarse a su fin. Con la firma de Isabel Ortiz, directora del Programa de Justicia Social Global de la Universidad de Columbia, el Informe global sobre recortes presupuestarios y reformas sociales nocivas entre 2022 y 2025 prevé una oleada de restricciones presupuestarias en 143 países, con consecuencias negativas para el 85% de la población mundial. Hay curvas y pueden venir más.

La desigualdad ahonda en una desconfianza ya instalada

¿Cómo puede afectar todo esto en la confianza, básica para la solidez democrática? ¿Y en concreto en España? De nuevo Oxfam Intermón, en su informe Sobra mucho mes a final de sueldo, alerta del impacto en la democracia misma de la pérdida de "cohesión social" por la inflación. Más desarrollado en este punto está el diagnóstico del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), con sede en Suecia, que sitúa a la inflación en el podio de sus preocupaciones en un informe con una conclusión firme: "La democracia se debilita a nivel global en 2022".

IDEA se refiere no sólo al deterioro institucional, sino también a la confianza de los ciudadanos en las instituciones, la política y la democracia misma. Este es el diagnóstico: "La capacidad de las democracias de todo el mundo para proporcionar bienes públicos clave a sus ciudadanos y cerrar la brecha entre las expectativas sociales y el desempeño institucional está cada vez más en riesgo [...]. La alta inflación, las dificultades económicas y el estancamiento, el auge de los partidos de extrema derecha y las preocupaciones por el suministro de energía ponen en peligro aún más la democracia".

Los autores advierten de que el descontento por la débil respuesta política ante la inflación abona el terreno para procesos de deslegitimación del adversario político. Y cierra con una recomendación: "Los gobiernos [...] deben dar prioridad a abordar todas las formas de desigualdad, especialmente a la luz de la inflación y el aumento del coste de la vida".

Un humor social cada vez más agrio en España

Los temores recogidos en el informe de IDEA se han visto esta semana refrendados por el Eurobarómetro. Con trabajo de campo entre enero y febrero, sus resultados destacan ya la inflación como el principal problema, con un 53% que lo cita entre los dos mayores en la UE y un 54% en España. El segundo, "la situación económica", que no deja de estar relacionada, se queda en el 10% en la UE y en el 24% en España.

La preocupación por la inflación se acompaña de pesimismo económico: sólo un 24% en la UE y un 19% en España creen que la situación será mejor en un año. El tercer elemento es la desconfianza. Los datos impactan. Estos son los porcentajes de quienes dicen que desconfían de las siguientes instituciones en la UE y en España: Justicia, 42-51 –es decir, desconfía el 42% de los europeos encuestados y el 51% de los españoles–; Gobierno del país, 63-73; Congreso, 61-78. Escapa más o menos bien la UE: 45-47. Y sale bien el personal sanitario: 21-13. ¿Quiénes salen peor? Los partidos políticos: desconfían de ellos el 90% de los españoles y el 75% de los europeos. En todos los casos el dato es peor en España que en el conjunto de la UE.

Los datos deben leerse a la luz del creciente fenómeno de la polarización. Es decir, cuando alguien afirma desconfiar de los partidos, puede estar pensando en todos menos en el suyo. Pero lo indudable es que hay un extendido hartazgo y que el humor social en España está agriado. Además, ha empeorado en el último año. El pesimismo económico ha crecido desde el anterior Eurobarómetro: un 33% de los españoles creía entonces que las cosas irían mejor ahora; un 24% piensa eso sobre la situación dentro de un año. En cuanto a la confianza, esta es la evolución de los que dicen desconfiar de cada institución en España: Justicia, 50-51; gobierno, 71-73; Congreso, 71-78; partidos, 86-90... Hay alguna excepción, pero la regla general es clara: a peor.

Protestas por la inflación

Históricamente los periodos de salida de una pandemia han sido propicios para la movilización. Así lo ponen de relieve dos estudios de investigadores del FMI de octubre de 2020 y enero de 2021, que alertaban de posibles revueltas sociales vinculadas a la crisis sanitaria pero no durante la pandemia, sino tras la misma. "Desde la Plaga de Justiniano y la Peste Negra hasta la Gripe Española de 1918, la historia está repleta de ejemplos de brotes de enfermedades que proyectan una larga sombra de repercusiones sociales que determina el contexto político, subvierte el orden social y, a la larga, desencadena tensión social", escribe Phillip Barret, economista del FMI.

A esta constante histórica propia se suma que la inflación es un factor que suele detonar movilizaciónes. La reciente actualización con datos de 2022 del ensayo Protestas en el mundo, con cuya versión anterior arranca este artículo, confirma que el "fracaso de la democracia" para lidiar con los problemas económicos sigue siendo el principal surtidor de movilización global. Apunta en la misma dirección un informe reciente de la fundación alemana Friedrich Ebert, colaboradora de la española Alternativas, que detecta una "oleada global sin precedentes" de 12.500 protestas de todos los grupos de renta en 148 países por el coste de la vida" en 2022. Es uno de esos fantasmas que recorren el mundo.

¿Hacia qué lado caerán las protestas? El mundo mira a Francia

Una pregunta es qué cariz político prevalecerá en las movilizaciones. El sociólogo Imanol Zubero, especializado en movimientos sociales y expresiones de protesta, cree que tras el ciclo de movilización sobre el esquema "élite contra pueblo" –que a pesar de elementos que ve discutibles define como "incluyente y progresista"–, ahora vivimos "un brutal cierre de expectativas". "Sigue habiendo mucho enfado, pero ahora el miedo al futuro aporta las circunstancias para que lo capitalice la extrema derecha", afirma Zubero, que recuerda que si hace una década los más castigados por la crisis miraban con resentimiento a la élite, la "nueva antipolítica" extiende una mirada de "resentimiento" contra quienes se entiende que rivalizan por los escasos recursos existentes. Es la lucha de los penúltimos contra los últimos. Así que Zubero ve "difícil que se repita" el marco de interpretación de la realidad que se dio en los primeros años de la anterior crisis.

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Es inevitable que la conversación se desplace a Francia. Al igual que ocurrió con los chalecos amarillos, Zubero ve en las movilizaciones de ahora una combinación "ambigua" de elementos "antielitistas" y "nacionalpopulistas". A la hora de considerar el fenómeno, recuerda que en Francia sí se ha producido –a diferencia de España o de Estados Unidos, a pesar de que a menudo se repita– una masiva captación de voto obrero por parte de la extrema derecha. A la espera de ver la evolución de las protestas, el sociólogo ve escaso potencial "transformador" en algunas de las reivindicaciones, como la jubilación a los 62 años, un "tapón para las generaciones futuras". "Es posible que mucha gente que proteste lo haga desde la indignación de 2012 contra las élites, pero otra bebe de esa indignación nacionalpopulista y nativista de 2016", resume.

Alejandro Tirado, autor del artículo sobre la erosión democrática en la UE producto de la Gran Recesión, también tiene dudas y detecta ambigüedades. Sin referirse al caso francés, se muestra convencido de que "va a crecer el malestar democrático", pero cree que el abanico de posibles traducciones de ese malestar es amplio. "En los jóvenes en España, por ejemplo, ya no hay desilusión, porque han crecido en crisis permanente, sin perspectivas ilusionantes. Eso puede provocar una reacción más radical, en el sentido etimológico, de atacar de raíz problemas enquistados. O puede haber un radicalismo más propicio para la extrema derecha y las visiones excluyentes", expone.

El tiempo dirá. Si el mundo de 2016 parecía inimaginable en 2011, ¿cómo será el de 2028? Es seguro que la historia no está escrita de antemano.

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