Barrios en los que vivir

Grafiti en el céntrico barrio madrileño de Malasaña

Ángela Matesanz

La llegada de estos comicios se percibe porque una parte muy significativa de las habituales promesas electorales aterriza en el territorio en forma de promesas urbanísticas. Infografías y fotomontajes con vegetación y gente feliz de grandes desarrollos u operaciones de reforma, generalmente de espacios emblemáticos y centrales, bombardean a las votantes. Tómense como ejemplo algunas de las operaciones que han aparecido en los medios estos días: incorporación de zonas verdes y peatonalizaciones en espacios centrales, nuevos barrios sostenibles –con vías con 12 carriles para coches– o grandes complejos de ocio, industriales y logísticos que traen la modernidad de algunos países árabes.

Estas imágenes, sin duda, resultan atractivas para una parte importante de la población, aunque no son una novedad. Por un lado, el urbanismo de las últimas décadas, insostenible y desigual, nos ha acostumbrado a importantes proyectos urbanos vinculados a la creación edificios públicos, grandes desarrollos residenciales o de oficinas y/o a transformaciones que recualifican zonas industriales o de infraestructuras que han pasado a ser centrales. Por otro lado, aunque la crisis de 2008 y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria echaron el freno a algunos de estos desarrollos, no puede afirmarse que supusieran un cambio en el modelo de ciudad de nuestros municipios. De hecho, de suponerlo, puede que fuera a peor, al favorecer la llegada del capital financiero y las transformaciones especulativas en los centros urbanos, que han acelerado procesos de gentrificación o turistificación en muchas zonas de las grandes capitales. 

En todo caso, todas estas actuaciones, que revalorizan espacios estratégicos haciéndolos más atractivos, tanto para las personas como para el capital, tienden sin embargo a agravar problemas urbanos que vienen de lejos. Por un lado, concentran los esfuerzos, la inversión y los intereses en espacios en situación de ventaja, evitando que estos se distribuyan de forma más equitativa. Por otro lado, incrementan los desequilibrios sociales y funcionales existentes en el territorio.

Barrios ignorados 

Estos desequilibrios en la ciudad no nos son ajenos. Cualquier persona que busque vivienda, en compra o alquiler, a través de los portales inmobiliarios sabe en qué zonas querría vivir en función de su localización, servicios o vitalidad y a qué zonas puede acceder o no en función de su renta. Cualquier persona que lea este artículo sabría identificar con claridad cuáles son en su ciudad los mejores barrios y cuáles los barrios con problemas

Al menos, en la última década nos hemos acostumbrado a convivir con noticias e informes que constatan el incremento de la desigualdad económica y social entre las personas. También con aquellos que señalan el aumento de diferencias entre barrios (de renta, de esperanza de vida, de problemas de salud) y la proliferación de aquellos considerados vulnerables. La ciudad, los barrios, el espacio en el que vivimos, en el que convergen condicionantes históricos, políticas y prácticas sociales concretas, juegan un papel importante en la explicación de los procesos que llevan a situaciones de vulnerabilidad, pero esta no es intrínseca ni a los espacios ni a las personas. Si se desarrollan acciones para mitigar las debilidades de muchos barrios estos pueden mejorar su calidad de vida y su capacidad de respuesta a cualquier emergencia social o económica, pero también climática. Si se abandonan, pueden llegar a situaciones de las que sea muy difícil salir

Esa sensación de abandono histórico por parte de las políticas locales, pero también autonómicas y estatales, la encontramos en muchos barrios periféricos de diferentes ciudades, áreas metropolitanas y regiones. A las reclamaciones propias de zonas concretas se unen ejemplos como la Plataforma Barrios Sur de Bilbao-Bilboko Hegoaldea Bizirik, el Movimiento por la Dignidad del Sur o la Asamblea de los Barrios del Sur y Este de Madrid, la Plataforma Interdistritos Barrios Hartos de Sevilla o la Asociación Andaluza de Barrios Ignorados. 

Las casuísticas son variadas, pero los problemas y reivindicaciones son comunes: denuncian el abandono institucional continuado y piden inversiones y políticas públicas que mejoren la calidad de vida de las vecinas y vecinos y reviertan situaciones de desequilibrio y aislamiento (fomentadas por infraestructuras y deficiencias en el transporte público). Reclaman programas de rehabilitación y regeneración urbana que mejoren la calidad, aislamiento y accesibilidad de sus viviendas, articulen y recuperen los espacios públicos del barrio mejorando sus condiciones (también las climáticas), el refuerzo o incorporación de equipamientos deportivos, educativos o culturales, entre otros, pero también planes comunitarios y de inclusión. Además, en muchos casos, incorporan temas transversales que tienen especial interés e incidencia en estos espacios, como el acceso a la vivienda, los problemas derivados de los recortes en sanidad y educación o la necesidad de apoyo o ayuda a colectivos más vulnerables como las personas migrantes

Elecciones y modelos de ciudad

Sin embargo, a pesar de que el malestar es creciente y continuado, y de que el aumento ya mencionado de la desigualdad no solo empeora la situación de muchos de estos barrios, sino que empuja a otros a una situación similar, sus reclamaciones rara vez tienen respuesta por causas muy diversas. Entre otras, por un lado, a pesar del trabajo de asociaciones y plataformas de todo tipo, la vulnerabilidad social, económica y vital y/o el propio desencanto hacen que una parte importante de la población de estos barrios no vaya a votar o se abstenga. No se perciben, por tanto, como un sujeto político común con influencia, aunque en otras épocas o en elecciones no tan lejanas hayan sido determinantes. Por otro lado, las actuaciones de mejora de barrios, especialmente de aquellos más vulnerables, son procesos complejos, lentos, que requieren inversión y trabajo continuado en el tiempo. En general, no tienen ni una visibilidad clara en los tiempos de una legislatura. Tampoco producen un rendimiento económico tan potente, ni inmediato, como los nuevos desarrollos o la transformación de espacios estratégicos. Además, al ser la situación de estos barrios resultado de la evolución y la persistencia de políticas neoliberales vinculadas a un modelo desigual de ciudad, no pueden resolverse exclusivamente con acciones locales centradas en el barrio. Requieren de respuestas más globales que cuestionen el actual modelo de ciudad y busquen resolver un desequilibrio que ha pasado a ser estructural. 

En algunas ciudades, especialmente en las que están sometidas a tensiones más fuertes, como Madrid, las demandas de un nuevo modelo de ciudad llevan tiempo sobre la mesa. Las reivindicaciones de estos barrios se articulan con las de las vecinas y vecinos de espacios centrales amenazados por la gentrificación y la turistificación y los problemas de acceso a la vivienda, o con las de aquellas asociaciones que defienden el patrimonio, la movilidad sostenible o la ecología

Iluminaciones rurales

Iluminaciones rurales

Sin embargo, y a pesar de los intentos más que loables de algunas corporaciones municipales por resolver problemas como el de la vivienda, o de la incorporación en los programas electorales de propuestas puntuales dirigidas a barrios, cuesta aun visibilizar esa respuesta estructural que busque revertir el desequilibrio creciente. Cuesta identificar en las propuestas ese modelo que plantee alternativas a la ciudad dual y dé una respuesta clara a la crisis social, económica y ambiental. Puede que para que eso sea posible, haga falta, antes o de forma paralela, la construcción de una imagen colectiva que, por encima de los fotomontajes, ponga la periferia en el centro y la recuperación de la ciudad existente, en la que vive la mayoría de la población, por delante de las operaciones estrella. 

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Ángela Matesanz es experta en Urbanismo y Ordenación del territorio y profesora asociada de la Universidad Politécnica de Madrid.

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