Detrás de la historia

Salvador de Madariaga: luces y sombras de uno de los fundadores de la idea de Europa

Estatua de Salvador de Madariaga en la plaza de A Coruña que lleva su nombre.

José Carlos Huerta

"Pues claro que la tuve: la tentación de comenzar este discurso con un resonante 'Decíamos ayer...' [...] Pero no cedí, ni ceder podía, porque me faltaba la gente con que llenar ese 'decíamos'". Así comenzaba el discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE)ingreso en la Real Academia Española (RAE) de Salvador de Madariaga pronunciado en 1976, 40 años después de su nombramiento como académico, años que pasaría en el exilio. Madariaga es uno de esos personajes de la historia española que, entre bambalinas, influirían en el devenir del país. Europeísta convencido, actuó como representante de España en varias ocasiones, y es considerado uno de los ideólogos de la Europa unida.

Salvador de Madariaga y Rojo (1886-1978), natural de A Coruña, es un personaje complejo, con sus luces y sus sombras, y entre los aspectos más criticados de su figura están su elitismo, su escepticismo ante la democracia, y su equidistancia entre los dos bandos de la Guerra Civil. Con todo, su carrera sería variada y "siempre en movimiento", como declaró su propia hija: ingeniero de minas, escritor, funcionario de la Sociedad de Naciones, funcionario de Instrucción Pública de la Segunda República, candidato al Nobel, historiador, periodista, embajador, catedrático... 

Él se autodefinía como liberal, pero especificó que daba "importancia mínima a lo económico". Su posición política durante la mayor parte de su vida se basó en tres premisas: el intento de construir una Europa unida, sus críticas constantes al comunismo y sobre todo a la URSS, y su oposición al régimen de Franco. 

Madariaga tuvo formación como ingeniero en Francia y ejerció como tal en los primeros compases de su vida adulta, pero pronto empezó a dedicarse a la literatura, y escribiría decenas de obras: poesía, novela, ensayo histórico, ensayo político... También escribió para medios de comunicación, y en la década de 1920 escribió para el Times, entre otros. Sería propuesto al Nobel de Literatura en dos ocasiones, y al de la Paz en una.

En 1930 toma posesión de la cátedra de estudios hispánicos en la Universidad de Oxford, pero un año después dedica un año sabático a dar conferencias por América. La proclamación de la Segunda República pillaría a Madariaga en México, y el 1 de mayo, en La Habana recibe la noticia de que ha sido nombrado embajador en Washington

El desencanto con la República

Durante la Segunda República, el intelectual se vio envuelto en la política. En junio de 1931, en las primeras elecciones generales del periodo republicano, la Organización Republicana Gallega Autónoma lo incluyó en sus listas al Parlamento y Madariaga resultó elegido, aunque sus biógrafos coinciden en que el coruñés no sabía que lo iban a presentar. 

Entre el 32 y el 34, Madariaga continuó su trabajo diplomático, participando en la Sociedad de Naciones y ejerciendo como embajador en Francia. Ya en 1934, bajo el Gobierno de Alejandro Lerroux, fue nombrado ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes —lo que hoy sería de Educación— y de Justicia, aunque en ambos ministerios duraría pocos meses. En mayo de 1936 es nombrado miembro de la RAE, pero no ingresaría hasta cuatro décadas más tarde.

Madariaga fue un personaje incómodo para ciertos sectores republicanos. No comulgaba con todas las ideas de los grandes partidos de la época (CEDA, Partido Republicano Radical o PSOE), ni tampoco se adhirió directamente a ninguno, aunque en ciertos momentos se llegó a identificar más con el Partido Radical de Lerroux.

Con el paso de los años, se fue desencantando de la República y sus líderes. En los primeros años defendió públicamente a Manuel Azaña e incluso declaró admirarlo, pero con el paso del tiempo se fue alejando más y más de la Segunda República por la "radicalización" de los republicanos y su "temor a las masas". Tal sería su desafección con el Frente Popular que, cuando estalla la Guerra Civil, no toma partido por ninguno de los dos bandos. De hecho, en 1935, publica su obra Anarquía o jerarquía en la que deja claro que no cree en el sufragio universal. Años después abogaría por el regreso de la monarquía a una España en la que no deberían tolerarse las huelgas. Pero no adelantemos acontecimientos.

 

Fotografía retrato de Salvador de Madariaga (h. 1966).

La vida en el exilio

El 18 de julio de 1936, el coruñés se encuentra en Toledo, y trata de llegar hasta Madrid. En el camino, un grupo de republicanos de la CNT lo detuvieron con la intención de fusilarlo cuando lo confundieron con un diputado de la CEDA, Dimas de Madariaga, aunque finalmente se dieron cuenta del error y lo dejaron marchar. Madariaga marcharía rápidamente al exilio, y vivió ya el resto de su vida entre Suiza, Londres y París.

Madariaga siempre se consideró a sí mismo como centrista y, según explicó el autor Francisco Javier Bobillo en el programa de RNE Fin de Siglo "estar en el centro es muy difícil". El franquismo lo consideraría un "rojo traidor" y la izquierda, un "conservador reaccionario". El propio intelectual lo explicaba en 1976 tras su vuelta a España: "Yo no me sentía de acuerdo con ninguno de los bandos. (...) Por eso me tuve que ir".

En el exilio en Londres, dedicó sus esfuerzos a intentar un gobierno en el exilio unificador, manteniendo contactos con grupos como la CEDA o los socialdemócratas, y tratando de que se adherieran a este los nacionalistas catalanes y vascos. Sin embargo, este intento fracasó y durante mucho tiempo se dedicó exclusivamente a la política internacional. En el Consejo de la Haya de 1948, Madariaga preside una de las comisiones, mostrándose muy a favor del internacionalismo. 

Madariaga participó en la organización en 1962 de una reunión de sectores antifranquistas de dentro y fuera de España en el marco del Movimiento Europeo de Múnich, bautizada como el "Contubernio de Múnich" por el régimen franquista. En aquella reunión, presidida por el coruñés, hubo un reencuentro entre los distintos bandos antifranquistas, y él declaró que en ella se había "terminado la Guerra Civil española". Este encuentro en Múnich provocó terremotos políticos en España, con la destitución de varios ministros franquistas y que algunos gobiernos extranjeros advirtieran cómo reaccionaba el régimen con respecto a la disidencia.  

En 1973, el diplomático recibe el premio Carlomagno de Aquisgrán, un galardón por lo general reservado para jefes de Estado, ministros, o secretarios generales de organismos internacionales. De hecho, en la sede del Consejo de Europa en Estrasburgo hay una serie de bustos de los grandes fundadores de Europa, y entre Robert Schuman o Winston Churchill se encuentra Madariaga. Se le atribuye la frase: "¿Qué hacemos los Estados desunidos de Europa frente a los Estados Unidos de América? El ridículo".

 

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Salvador de Madariaga y José Antonio Jáuregui, paseando por Oxford (1972).

"Yo no volveré a España mientras haya un dictador", dijo en alguna ocasión el intelectual, que calificó a Franco como un "militar beato y cuartelero incapaz de concebir la libertad". Y en 1976, Madariaga, con 90 años, vuelve a España. El mismo día que tenía que leer su discurso de entrada en la RAE perdió la vista, ya que se encontraba muy débil. Fue recibido de manera muy cálida, pero no le fue posible instalarse en España. Se mostró a favorable a Juan Carlos I, al que consideraba "preparado" para la labor de rey, a pesar de haber sido designado por el dictador.

Para el referéndum de la Constitución de 1978 delegó su voto en su sobrino Luis Solana —hermano de Javier Solana, que sería ministro del PSOE—, aunque finalmente no pudo votar por no figurar en el censo. Murió en la cama el 14 de diciembre de 1978 en Locarno (Suiza), ocho días después de la votación que traería de nuevo la democracia a España, una democracia que él no llegó a vivir. En 1991, sus cenizas fueron esparcidas en el mar en A Coruña.

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