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Miguel Ángel Revilla: “Tenemos la peor clase política que he conocido”

María Granizo Yagüe

Devolvió su nombre a Cantabria y ella le dio su razón de ser. La proclamó infinita a los cuatro vientos. Abandonó una prometedora carrera como bancario y economista para ponerse a su servicio. Declaró la guerra a los meteorólogos para demostrar su microclima y referirse a ella como “el Caribe del Cantábrico”. Habló de sus anchoas como del santo grial, pero ni convertirse en Miguel Ángel de la guarda de su región querida ha conseguido instaurar una parada de AVE en su tierra natal. Nadie podrá decir, eso sí, que no lo ha pedido hasta la extenuación.

Por eso, en Nadie es más que nadie llamó “mentiroso” al antiguo ministro de Fomento José Blanco. No perdonó al socialista faltar a su promesa de llevar el tren de alta velocidad a la tierra verde de los sobaos, de las albarcas, de las vacas tudancas, de los bolos, de los paisajes imponentes y de la gente honesta. Tampoco disculpa ahora la deslealtad de quienes ejercen la política. Después de llamar “chorizos y trincones” a varios cargos del Gobierno de Mariano Rajoy, en su último ejercicio como escritor se pregunta “¿por qué no nos queremos?” y responsabiliza a la actual clase política de ser “la más insolidaria y peor que he conocido; ya no hay tregua ni rival, hay enemigos”.

Mientras se califica como “progresista y una persona que procura ser coherente”, con mascarilla puesta desafía con prudencia al covid-19. Ni la pandemia ni su salud afectada por cuatro operaciones de riñón le han hecho parar. Ya no habla con la u como cuando fue un pastor que tuvo “la gran suerte” de que su madre le enseñara a leer y a escribir. Sin embargo, como entonces, en su vocabulario no entra la palabra vacaciones. Desde marzo ha recorrido un centenar de veces diarias el balcón de treinta metros de su despacho para no quedarse quieto, pero sueña con que “acabe esta pesadilla” para no sembrar más luto y para que nuestro país “no acabe en la ruina total”.

Mientras se disipan los nubarrones y sueña con el sol, el mismo hombre que relee Los Episodios nacionales de Galdós y que disfruta pescando y recogiendo setas, no oculta que llegó a ser amigo, sin saberlo, de un fundador de ETA. Renegando de los coches oficiales, después de cuatro presidencias continúa hablando con la misma naturalidad y cercanía de su vida privada como de la política. Sin haberse contagiado de las dobleces de sus señorías, igual enseña la receta de un plato cántabro como pide a los jueces que investiguen las cuentas y andanzas del rey emérito. Por eso, alza la voz citando la obra de su paisano Manuel Llano para recordar que “la palabra tiene que estar de acuerdo con la conciencia y el discurso con el ejemplo”.

Un niño pastor

Hace cuatro años tituló a uno de sus siete libros Ser feliz no es caro. Lo hizo con fundamento de causa. Miguel Ángel Revilla Roiz nació en Salceda, en el municipio de Polaciones. En aquel bucólico valle abrió los ojos a un mundo en el que solo el verde que alfombra Cantabria rompía con el blanco y negro del franquismo y la posguerra. En aquella España de hace casi 78 años, los niños dejaban de ser niños cuando apenas comenzaban a serlo. Él, hijo de una familia humilde, de una maestra de escuela y de un guarda forestal que compartían casa de alquiler con otra familia, no fue una excepción: “Con ocho años ya estaba pastoreando un rebaño de ovejas a dos mil metros de altura” y frotándose con pericia las manitas frente a la lumbre para soportar las eternas nevadas invernales que, con el cambio climático, también forman ya parte del recuerdo.

En ese rincón del mundo donde se compartía casi todo por instinto de supervivencia, se cuidaba al ganado y se trabajaba la tierra para llenar los estómagos de patatas y de pan de borona, su padre soñó con que aquel crío listo y buenuco fuera algún día médico. Pero la realidad se imponía: ni el chaval soportaba la visión de una gota de sangre ni los tiempos estaban para dudas. Para asegurarle formación y el sustento también intentaron que ingresara en un seminario, pero Miguel Ángel ya desde niño tuvo claro que prefería ser pastor de ovejas que de almas.

El inolvidable sabor de un plátano

Iluminado por la sonrisa dulce de su madre y por su afán de que leyera y escribiera correctamente, recuerda la primera vez que salió de su pueblo para ir a Santander cumpliendo con los preceptos del régimen para vitorear al dictador. Solo tenía diez años, pero entonces descubrió que el mundo se extendía más allá de Polaciones y que había manjares que se perpetúan para unos privándolos a otros: “Me bajaron en un camión de vacas a ver a Franco. Atrapaban a la gente igual que al ganado. En la Plaza de Numancia nos descargaron a todos. Por primera vez vi una frutería y un plátano. No sabía ni lo que era ni que había que pelarlo. Mi madre me dio uno y me supo a gloria”.

Con el olor a hierba recién segada de su pueblo que le embriagó para siempre, hizo su segundo viaje a la ciudad un año después. Esta vez se alargó más: “A mi padre y a mi madre les trasladaron a Santander y a mí me metieron en los salesianos”. Aquella etapa escolar se convirtió en un suplicio para un niño estudioso y tímido al que más de un cura se encargó de saludar a base de capones y de rozarle ortigas por las orejas. También de menospreciarlo y de ponerle el mote de “el gorrón” para desahogar la ira y el instinto violento de quienes invocaban a dios, pero se vestían la sotana sin vocación ni bondad. La ternura y el amor que siempre le esperaban en casa salvaron al pequeño Miguel Ángel mientras jugaba a las canicas y soñaba ser de mayor un buen maestro”.

Comió caliente fingiendo ser hijo de policía

“Si no se avanza recordando se tropieza: hay que mirar la tierra. Ningún proyecto se puede construir sobre el olvido, ni sobre el desdén”. Con estas líneas se abren los Cuadernos de Coplas de Carlos Cano, el disco que Revilla no se cansa de escuchar. Él también tiene bien presente como sus padres “dentro de las pocas posibilidades que tenían, hicieron un gran esfuerzo y me ayudaron para estudiar una carrera en Bilbao. Se lo agradeceré eternamente”.

Tarareando la banda sonora de su vida, la mítica partitura de Jerome Moross para Horizontes de Grandeza, con quinientas pesetas en el bolsillo como único colchón y muchas ganas de dejar atrás el trauma que le dejaron los salesianos durante el bachillerato, Miguel Ángel llegó al País Vasco. Se estrenaba la década de los sesenta. Luis García Berlanga se servía de ingenio e ironía para sortear la censura y estrenar la cinta que Revilla no se cansa de disfrutar: El verdugo. En ella, como en la universidad, el adalid de Cantabria supo ver las contradicciones de la España franquista en plena era del régimen. Sirviéndose también de astucia, fingió ser hijo de su tío materno, policía nacional, para poder llenar el estómago de legumbres calientes, durante un año, cenando a mitad de precio en un cuartelillo.

Un amigo fundador de ETA

En aquel tiempo de rugidos de estómago, de grises, de sospechas donde la presunción de inocencia era una quimera, donde parecer era más importante que ser, de primeras huelgas estudiantiles y de contestación social, el joven de Polaciones estudió Ciencias Económicas. También llegó a ser delegado del Distrito Universitario del País Vasco. Su segundo era un alumno bilbaíno brillante en los estudios con el que viajó a Madrid para participar en las sesiones del Sindicato Libre de Estudiantes que se había montado clandestinamente en la capital. A su llegada, ambos fueron detenidos y arrestados durante dos días como sospechosos de ser militantes del partido de Santiago Carrillo.

Poco después, en junio de 1968, Miguel Ángel encontraría el nombre de aquel compañero, Txabi Etxebarrieta, en las portadas de los periódicos nacionales como el de un militante de ETA y autor material del primer asesinato de la organización terrorista: “¡Quién me iba a decir a mí que aquel chico trabajador y corto de vista había sido fundador de ETA y asesino del guardia civil José Pardines!”

Con Cantabria en el ADN, terminada la carrera el fundador del PRC regresó a Santander y comenzó a dar clases como profesor de economía. En 1973 accedió al cargo de delegado comarcal de Sindicatos de Torrelavega. Unos meses después, vivió uno de los peores tragos de su vida: se le acusó de ser un etarra camuflado porque su apellido coincidía con el de un miembro de la banda. Solo las amistades de su padre próximas a Franco le libraron del encarcelamiento y, tal vez, de la pena máxima.

Todo por Cantabria

Sus diplomaturas en Banca y Bolsa le situaron a mediados de los años setenta en la dirección de una sucursal bancaria. Pero mientras se despejaba su carrera profesional, la vida tan caprichosa como cruel hizo que perdiera a su hermano Jaime, con treinta años, en un accidente de tráfico mientras Revilla conducía su coche delante de él: “Recuerdo que me desmayé cuando me dieron la noticia… Cambiaría todo lo que tengo porque mi hermano siguiera vivo”. Pero como la vida no acepta trueques, el hombre que afirma con rotundidad que su sitio es la Cruz de Cabezuela en Polaciones, el collado entre dos valles en el que se saludan un purriegu y un lebaniegu, calmó su dolor aparcando su carrera bancaria y docente y respondiendo a la llamada de la tierra. Diputado desde 1983 cuando salió elegido miembro del parlamento cántabro, ascendió a presidente del PRC. Como cabeza de partido ha sido segundo en las listas durante dos legislaturas y ya va por la cuarta como presidente de su Cantabria infinita.

Gobernando siempre con la izquierda, aunque llegó a ocupar una vicepresidencia con el PP, mientras sueña con que “la vacuna acabe con el covid-19”, afirma que no se casa con nadie. Su partido votó en contra de la investidura de Pedro Sánchez a quien sigue reclamando el tren de alta velocidad y que se salden los más de ciento veinte millones de euros de deuda pendiente del Hospital de Valdecilla.

Generoso en la palabra y en los actos, el niño cántabro que creciendo en un pequeño pueblo soñó con hacerlo infinito, despide su PlayList. Aunque entona bien las rancheras, le dejamos escuchando Viento del norte, la canción de Nando Agüeros que le gustaría convertir en el himno de su tierra. Mientras, menciona que aun amando a Cantabria más que a sí mismo su cuerpo no volverá a ella porque lo ha donado a la ciencia: “Me guía la luz de un rayo de luna, la clara del alba al amanecer. Me llena de vida toda la hermosura de esta tierra verde que aprendo a querer”.

Edurne Pasaban: “Espero que la vacuna del covid-19 llegue igual al tercer mundo que al primero"

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La PlayList de Miguel Ángel Revilla 

  • Un libro que releería: Los Episodios nacionales (Benito Pérez Galdós).
  • Un disco que no se cansa de escuchar: Cuadernos de coplas (Carlos Cano).
  • La banda sonora de su vida es … “La música de Jerome Moross en Horizontes de Grandeza”.
  • Una película: El Verdugo (Berlanga).
  • Una serie de tv que recomendaría: La voz más alta.
  • ¿Qué soñaba ser de mayor?: Maestro.
  • Un aroma: “El olor a la hierba recién segada en los pueblos de Cantabria”.
  • ¿Cuál es su sitio? La Cruz de Cabezuela en Poblaciones.
  • El tuit que le gustaría recibir: “Una vacuna acabó con el covid-19”.
  • Una cita: “La palabra tiene que estar de acuerdo con la conciencia y el discurso con el ejemplo” (Manuel Llano).

Lo mejor y lo peor de nuestro país es …

  • Lo mejor: El público español.
  • Lo peor: La clase política de estos años.

 

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