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El 22% de los municipios de España tiene un alto riesgo de inundación y en ellos viven 500.000 personas

Quién cobra por cada bomba que te mata

El mundo va por mal camino, como siempre. Oriente Próximo está en guerra, si es que alguna vez no lo ha estado. Eso que nadie está seguro de que exista y que llamamos “comunidad internacional” reacciona de maneras distintas cuando los que hacen la misma cosa son diferentes, son propios o extraños, y en el caso del conflicto entre Israel y Palestina el drama es que todo el mundo sabe cuál es la solución, pero nadie la aplica ni la exige: ¿será que el conflicto es un buen negocio para la industria armamentística? ¿Será que el dinero lo puede todo, hasta al poder? ¿Será que el odio es siempre más fuerte que la razón? No hay respuesta, y donde no hay respuestas se imponen el desconcierto y la barbarie.

La polarización, tan tristemente famosa y cansina en la España de hoy, no sólo envenena nuestro país, también crece como una mala hierba en el resto del mundo, y parece exigir militancias imposibles si uno tiene dos dedos de frente y adhesiones inquebrantables sin lugar para el matiz. El argumento machacón del conmigo o contra mí al parecer hace imposible algo que debería ser tan fácil como escandalizarse con un ataque contra civiles de Hamás y con la política sanguinaria de Netanyahu: los unos, terroristas; el otro, criminal de guerra; o como lamentar igualmente el bombardeo del consulado de Irán en Damasco, Siria, como su represalia con drones y misiles. Se acabó la “paciencia estratégica” y comenzó la Operación Promesa Verdadera. Me temo que esta nueva lucha de gigantes hará aún más invisible al pueblo palestino. Y, de rebote, al de Ucrania, donde Putin sigue adelante y con el dedo apuntando al botón nuclear, pero sale cada vez menos en las noticias. El ser humano ha construido las armas capaces de exterminarlo y la duda es si eso lo convierte en el animal más inteligente o en el más estúpido. O en las dos cosas a la vez.

Esta nueva lucha de gigantes hará aún más invisible al pueblo palestino. Y, de rebote, al de Ucrania, donde Putin sigue adelante y con el dedo apuntando al botón nuclear, pero sale cada vez menos en las noticias

El presidente Pedro Sánchez recorre Europa para alentar la solución pacífica del enfrentamiento interminable entre Israel y Palestina, que es la convivencia en la zona de los dos Estados, pero eso parece imposible tanto porque en Tel Aviv está Netanyahu como porque cuando se trata de este asunto en Washington da lo mismo quién esté, demócrata o republicano. Joe Biden nada y guarda la ropa, pero sólo cuando le preguntan por la desproporción del castigo que ha lanzado sobre Gaza; sin embargo, cuando las bombas las lanza Teherán, su discurso no deja lugar a la duda: ahí estará para defender a su aliado. Por pura lógica, se deduce que si la misma contundencia la usara para forzar a las partes a entenderse, todo sería más sencillo, por complicado que sea. Estados Unidos tiene la fuerza suficiente como para lograrlo y el deber moral de hacer el intento.

La gira de Sánchez es bienintencionada, seguro que sí, pero no parece que vaya a sacar de ella más que buenas palabras, en el mejor de los casos, porque la tendencia que gana peso en el continente es la del rearme, la inversión en Defensa, el fortalecimiento de los arsenales. También porque las potencias occidentales, en ese terreno, andan con pies de plomo y con los ojos más puestos en la Bolsa que en el frente, cuidando más los intereses comerciales y estratégicos que la vida de los refugiados, los invadidos, en definitiva, las víctimas inocentes a las que se ha dado el nombre ignominioso de “colaterales.” Lo que está ocurriendo en Gaza es un genocidio y quien lo ha ordenado no merece amparo sino condena, ser protegido sino detenido. ¿Eso justifica el régimen de los ayatolás? Sólo alguien muy insensato, muy poco informado o con un carácter manipulador respondería que sí. 

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