La Gran Revocación taiwanesa

La estabilidad política de Taiwán está íntimamente relacionada con la agenda de seguridad en la región del Indo-Pacífico. Las especulaciones en torno a la apertura de un “tercer frente” de conflicto (tras Ucrania y Oriente Medio) tiene en la isla su principal referente, más aún que las tensiones en el mar de China meridional (Filipinas).

Tras las elecciones de enero de 2024, que brindaron al PDP cuatro años más a sumar a los ocho precedentes para seguir adelante con su proyecto, el mapa político de Taiwán reiteró su fragmentación en dos bloques antagónicos: el soberanismo controla la presidencia y el ejecutivo; el unionismo (con China continental), el legislativo. En la práctica, esto ha permitido el establecimiento de muchas condicionalidades a la acción de gobierno en un momento en que las relaciones Washington-Taipéi exigen decisiones rápidas e implementables en ámbitos sustanciales como la defensa, el comercio o las inversiones.

En los últimos meses, constatándose cualquier imposibilidad de consenso, el soberanismo ha desarrollado una intensa campaña pública de asociación de la oposición con los intereses continentales, presentándola como una bien avenida quintacolumna del Partido Comunista de China para sembrar el caos y entregarle en bandeja la isla a Beijing. Ahora, impulsa una acción decisiva para corregir los resultados electorales de 2024, proveyendo la mayoría absoluta que entonces negaron las urnas. Lo que está en juego es el control inmediato del parlamento pero, en realidad, es el propio futuro de la legislatura, inmersa en una lucha de poder con la presidencia y el ejecutivo.

El movimiento de revocación masiva de diputados de la oposición, afectando simultáneamente a decenas de legisladores, constituye un fenómeno inédito en las democracias liberales

El movimiento de revocación masiva de diputados de la oposición, afectando simultáneamente a decenas de legisladores, constituye un fenómeno inédito en las democracias liberales. La posibilidad de revocar un mandato fue diseñada originalmente para dar a la sociedad un mecanismo para eliminar a malos actores individuales. Nadie anticipó que se utilizaría para atacar a los legisladores de todo un partido. Un político revocado con éxito debe dimitir el día del anuncio de los resultados, y deben celebrarse elecciones parciales en un plazo de tres meses. El político revocado no podrá presentarse a las elecciones parciales. Si 12 de las revocatorias actuales tienen éxito, el PDP mantendrá la mayoría legislativa al menos hasta la conclusión de las elecciones parciales, de las cuales necesita seis victorias para asegurar una mayoría duradera ya que ahora cuenta con 51 diputados del total de 113. Esto será difícil. Las elecciones parciales involucrarán a todo el electorado, no solo al 25% necesario para que se lleven a cabo las revocatorias. Existe una probabilidad razonable de que nuevos candidatos del KMT se presenten para reemplazar a los revocados, quizá más sólidos de los que el PDP pueda presentar. La maniobra es arriesgada. Por el momento, hay votaciones revocatorias previstas para el 23 de julio y el 23 de agosto.

No es la primera vez que Taiwán da muestras de un vigor democrático genuino. Ello se explica, en parte, por la existencia de una sociedad civil muy dinámica y particularmente bien conectada con el soberanismo. El actual movimiento es tranversal. No es solo cosa del soberanismo partidario sino también del soberanismo cívico, ese amplio movimiento que expresa un magma colectivo en oposición a la idea de reunificación con el continente y que agrupa a generaciones de jóvenes, redes civiles y plataformas varias y cuenta con apoyos significativos en algunas élites empresariales como es el caso, por ejemplo, de Robert Tsao, quien promovió la “Liga de Proteción de Taiwán de Voluntarios Anticomunistas”.

La actual campaña gira en lo político en torno a los discursos del presidente Lai Ching-te, quien lo apuesta todo a la soberanía ratificándolo con una elevación sustantiva del compromiso con la defensa, en línea con lo reclamado por la Administración Trump. A la par que mítines, concentraciones y demás panoplias al uso, ha dispuesto los mayores ejercicios militares de la historia de Taiwán para probar, dice, las capacidades de respuesta ante una hipotética invasión del ejército continental e implementar “las lecciones aprendidas de la guerra en Ucrania”. Los entrenamientos tienen lugar en espacios públicos, como escuelas, templos o carreteras, muy televisados, contribuyendo a generar una psicosis pública que puede arbitrar una atmosfera electoralmente conveniente, especialmente si contribuye a rebajar la indiferencia y activar la participación (las elecciones deben cumplir con un umbral del 25 por ciento de los votantes elegibles para ser legítimas). Finalizarán una semana antes de las votaciones.

La prevalencia de un enfoque circunscrito cada vez más a la dimensión militar agravará las tensiones entre ambos lados del estrecho de Taiwán. Puede que beneficie la expectativas inmediatas de Lai pero cuanto más se instale en el poder y haga avanzar su agenda, mayor es el riesgo de que en China continental se instale la creencia de que solo la fuerza puede resolver ese complejo legado de la historia china reciente.

Otros países, grandes y pequeños, y sobre todo de la región, que a la mínima se pronuncian sobre cuestiones de terceros, debieran actuar preventivamente para hacer más manejables los riesgos, so pena de verse involucrados en nuevas crisis que si bien pueden no ser inminentes si podrían llegar a ser reales de no empeñarse en una desescalada responsable.

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Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China.

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