¡La banca siempre gana! Helena Resano
La democracia moderna enfrenta una fatal paradoja. Nunca habíamos tenido acceso a tantos datos, pero tampoco habíamos mostrado una tan elevada aversión a la complejidad. Esta aparente contradicción se explica porque el exceso informativo, lejos de generar ciudadanos más reflexivos, produce exactamente lo contrario: fragmenta nuestra atención y nos empuja hacia respuestas simples ante intrincadas realidades. Cuando los ciudadanos se enfrentan a flujos masivos de insumos contradictorios desarrollan una suerte de "fatiga cognitiva" que los lleva a refugiarse en certezas categóricas, antes que tolerar la incomodidad de la duda. Uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, el sociólogo francés Gérald Bronner, alude a la concurrencia de "mercados cognitivos" desregulados para concluir que la liberalización total del mercado informativo favorece la emergencia de contenidos que captan nuestra atención pero no necesariamente nos ilustran. Según Bronner, hemos pasado del ataque a ciertas verdades al asalto directo y sin paliativos contra la realidad misma.
Esta ya epistémica patología se alimenta de lo que el politólogo estadounidense Tom Nichols identifica como "síndrome del experto" en su obra The Death of Expertise: The Campaign Against Established Knowledge and Why it Matters (Oxford University Press, 2017). Para colmo, las plataformas digitales amplifican esta dinámica, ya que están diseñadas para maximizar la captación de atención, no la calidad del debate. Como pone de relieve el exhaustivo estudio Algorithmic Amplification of Politics on Twitter, los algoritmos favorecen contenidos polarizantes por encima de matizados análisis. Esta investigación, que monitorizó miles de perfiles durante años, confirma que las redes sociales amplifican mensajes categóricos mientras marginan posiciones moderadas. Una ciudadanía sobreexpuesta y sin competencias analíticas deviene terreno fértil para líderes que prometen soluciones simples para afrontar intrincadas casuísticas. El resultado es una "epidemia de certezas" que transforma opiniones particulares en verdades absolutas.
La derecha global no cesa de adaptar su estrategia a la nueva realidad. Con los incendios forestales ha ocurrido lo mismo que con la DANA valenciana: para eludir responsabilidades de sus gobernantes autonómicos, el PP ha activado una operación consciente de desvío de culpabilidades a través de la conversión de la tragedia en certeza partidista. Cuando las llamas arrecian por falta de prevención, el PP reorienta inmediatamente su discurso hacia culpables externos. "El cambio climático", "la despoblación rural" o "la falta de apoyo del gobierno central" sustituyen al análisis sobre prerrogativas autonómicas, insuficientes partidas presupuestarias, carencias en los planes de emergencia, protocolos no actualizados o la deficiente coordinación entre administraciones, por citar algunos aspectos. Llamar “pirómano” a un cargo técnico de Protección Civil aspira al descrédito de expertos que podrían ofrecer análisis minuciosos, tornando así el drama en arma política a través de una deliberada simplificación.
Es la misma lógica que opera globalmente en la diplomacia trumpiana. La afirmación del presidente estadounidense de haber pacificado siete guerras destila el desprecio sistemático hacia el conocimiento especializado en relaciones internacionales. Trump desestima regularmente análisis del Departamento de Estado, informes de la CIA y evaluaciones de diplomáticos de carrera y académicos, prometiendo soluciones mágicas a añejos conflictos. Su abordaje ignora adrede la complejidad sectaria de Oriente Medio, las dinámicas regionales del Indo-Pacífico o los equilibrios de poder en el África subsahariana, reduciéndolos a simples transacciones comerciales. Para Zeynep Tufekci, profesora universitaria y columnista en The New York Times, este tipo de simplificaciones no reflejan candidez sino cálculo comunicativo porque las certezas categóricas generan más adhesión electoral que equilibrados análisis. La diplomacia de X sustituye el conocimiento por promesas que apelan a las emociones, convirtiendo conflictos enmarañados en eslóganes simples.
Ni PP ni Trump son anti-intelectuales por ignorancia: son estratégicamente contrarios al saber especializado porque la epidemia de certeza resulta más rentable que la gestión responsable de la complejidad
Una grave consecuencia de esta epidemia de certezas es la degradación del debate público democrático. Los forzosos fallos de expertos son instrumentalizados para desacreditar el sistema de conocimiento especializado. Cada error epidemiológico, cada predicción meteorológica imprecisa, cada análisis geopolítico inexacto se convierte en "prueba" de que los especialistas no saben más que el ciudadano común. El funcionamiento de las democracias requiere ciudadanos capaces de tolerar la incertidumbre, procesar información multidisciplinaria y modificar opiniones ante nuevas evidencias. Cuando todo se convierte en opinión igualmente válida, cuando cualquier análisis especializado puede descartarse apelando al "sentido común", el espacio público se fragmenta en tribus epistémicas impermeables. La gestión política se transforma en espectáculo de certezas enfrentadas donde el saber experto deviene electoralmente contraproducente.
Ni PP ni Trump son anti-intelectuales por ignorancia: son estratégicamente contrarios al saber especializado porque la epidemia de certeza resulta más rentable que la gestión responsable de la complejidad. La instrumentalización deliberada del rechazo al conocimiento representa un desafío existencial para las democracias occidentales. La salida de esta trampa epistémica no pasa por restaurar una autoridad incuestionable de los especialistas, sino por recuperar una cultura pública que valore las múltiples dimensiones de los fenómenos y distinga entre saber riguroso y propaganda. Esto requiere reconocer que este fenómeno no es únicamente efecto colateral de la era digital sino estrategia política consciente que hace de la ignorancia virtud votante. Solo comprendiendo esta maniobra podremos reconstruir un diálogo público donde las democracias aborden los desafíos multifactoriales sin sucumbir a las certezas destructivas del populismo. Como advierte Bronner, el reto es antropológico, ya que pasa por recuperar nuestra capacidad colectiva de transitar la incerteza sin refugiarnos en certidumbres tóxicas.
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David Alvarado es Doctor en Ciencia Política, profesor universitario, periodista y consultor.
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