La célula: el modelo de economía circular que llevamos dentro
Siempre que hablamos de economía circular recurrimos a ejemplos de la naturaleza: bosques que reciclan sus nutrientes, ecosistemas que no generan residuos… Pero hay otro sistema, mucho más cercano y menos visible, que lleva millones de años perfeccionando una fórmula de gestión de recursos donde nada se desperdicia y todo se transforma: nuestras propias células.
El metabolismo de una simple célula, esa unidad fundamental de la vida, es un ejemplo magistral de cómo un sistema puede ser eficiente, resiliente y sostenible. El metabolismo celular es una red de procesos bioquímicos donde nada se desperdicia y todo se reintegra. Parafraseando el clásico La Célula, de Bruce Alberts, "las células son fábricas químicas autoorganizadas que convierten materia y energía con una eficiencia inigualable".
Esta definición resume por qué el metabolismo celular es el mejor ejemplo de economía circular. Un sistema donde cada molécula tiene un propósito y ningún recurso se desperdicia. Mientras nuestra economía lucha por cerrar sus ciclos, nuestras células llevan millones de años haciéndolo a la perfección.
El metabolismo celular: una fábrica de cero residuos
La economía circular se basa en minimizar la entrada de materiales, eliminar residuos y contaminación, mantener productos y materiales en uso y regenerar sistemas naturales. Sorprendentemente, estos mismos principios rigen el funcionamiento de nuestras células.
La célula opera como una unidad dinámica que recibe constantemente materia prima, la transforma en energía y componentes esenciales y gestiona sus subproductos con tal eficiencia que apenas genera residuos, al menos en el sentido en que los humanos los concebimos. Cada segundo, nuestras células realizan miles de reacciones químicas con una precisión asombrosa, siguiendo los siguientes principios clave de la economía circular.
Minimiza la entrada de materiales. Nuestras células seleccionan con precisión los nutrientes que necesitan del torrente sanguíneo: glucosa para energía, aminoácidos para construir proteínas, lípidos para membranas, vitaminas y minerales como cofactores. No absorben más de lo necesario y rechazan lo que podría ser perjudicial. Esto es el equivalente biológico a la "reducción en origen" de la economía circular: usar solo lo que se necesita y de la mejor calidad.
Reducir al máximo el desperdicio. La célula no quema sus nutrientes y los desecha. Los "descompone" cuidadosamente en un proceso llamado catabolismo. La glucosa se oxida para producir ATP, la "moneda energética" celular, que luego se rompe mediante hidrólisis, para liberar energía y volver a formarse. Este ciclo continuo contrasta con nuestro sistema energético lineal, donde quemamos combustibles fósiles una vez y liberamos CO₂ a la atmósfera sin reintegrarlo.
Fabricación y Regeneración
Con la energía del ATP y los "ladrillos" moleculares obtenidos, la célula entra en el anabolismo. Es la fase de construcción. Se sintetizan nuevas proteínas, se reparan membranas, se duplica el ADN. La célula se regenera y crece, adaptándose a sus necesidades. Esto es comparable a la fabricación en la economía circular que utiliza materiales reciclados o remanufacturados, y a la regeneración de los sistemas naturales. La célula, al igual que una economía circular, no solo produce, sino que se renueva constantemente. Pero, además, el metabolismo celular no es una serie de reacciones aisladas, sino una red interconectada donde cada proceso afecta a los demás. Esta interconexión refleja el principio de diseño sistémico de la economía circular, donde los procesos industriales deberían imitar los sistemas naturales, creando redes de flujo de materiales y energía donde todo está interrelacionado.
La célula, nuestra propia esencia biológica, es el modelo más íntimo y perfecto de un futuro circular
La célula no solo excreta, también es una campeona del reciclaje y la reutilización. La célula tiene un sistema de "recuperación de materiales" de alta precisión con el que "repara" y "remanufactura" sus propios componentes: la autofagia. Mediante este proceso, la célula descompone y recicla sus propias estructuras dañadas. Los lisosomas (pequeños orgánulos de la célula que ayudan a romper y limpiar lo que ya no sirve) son las unidades celulares encargadas de este proceso y actúan como verdaderos centros de reciclaje, descomponiendo moléculas grandes y proteínas viejas en componentes más sencillos y aminoácidos que se reutilizan para sintetizar nuevas moléculas. Esto es el equivalente biológico de los ciclos técnicos de la economía circular, donde los productos y materiales se mantienen en uso mediante la reparación, remanufactura y reciclaje de alta calidad.
Reducir los residuos y minimizar la contaminación
Los subproductos de las reacciones celulares se gestionan de forma maestra. Algunos, como el dióxido de carbono y el agua, son excretados de forma segura. Otros, como el amoníaco, son transformados en sustancias menos tóxicas (urea) antes de ser eliminados. La célula no acumula "basura" tóxica; su supervivencia depende de ello. Este principio es la base de la economía circular: diseñar para reducir la generación de residuos y minimizar la contaminación. No se trata de gestionar el residuo al final, sino de evitar que se genere desde el principio.
La economía circular promueve "reducir, reutilizar y reciclar". Nuestras células ya lo hacen: optimizan al máximo el uso de energía y materiales, moléculas como el ATP (la "moneda energética") se recargan una y otra vez, y los lisosomas digieren componentes viejos para reusar sus piezas. Pero además, las células no trabajan aisladas. Se organizan en tejidos, órganos y sistemas, lo que refleja un principio fundamental de la economía circular: la interconexión y cooperación sistémica. Así como las células se organizan en estructuras más grandes para lograr funciones complejas, la economía circular promueve que los actores (empresas, consumidores, gobiernos) colaboren en redes interdependientes para crear valor sin generar residuos. Como escribió la bióloga Lynn Margulis: "La vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación". Quizás el camino hacia una economía verdaderamente circular no esté en inventar nuevos sistemas, sino en mirar más de cerca el que ya llevamos dentro.
Las células llevan 3.800 millones de años evolucionando; la industria, menos de 300, por lo que la comparación entre la célula y la economía circular no es solo una bonita metáfora. Es una profunda lección sobre cómo la vida ha resuelto el problema de la sostenibilidad a lo largo de miles de millones de años de evolución. Nuestras células nos demuestran que un sistema puede ser increíblemente productivo y dinámico sin ser lineal ni derrochador.
Si la humanidad aspira a una economía verdaderamente sostenible, quizás debamos dejar de mirar solo a los grandes ecosistemas y empezar a observar con más atención el milagro de la economía circular que opera, incansablemente, dentro de cada uno de nosotros. La célula, nuestra propia esencia biológica, es el modelo más íntimo y perfecto de un futuro circular.
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José Luis de la Cruz es director de Sostenibilidad de la Fundación Alternativas.