¡La banca siempre gana! Helena Resano
Ha sido una semana alucinógena, de esas en que a uno le entra la tentación repetida de no parar cuando vuelve a casa de noche o de madrugada y continuar por la A-6 hasta Portugal y más allá. Estamos todos locos o nos falta un hervor. Ha habido que escuchar y leer que Madrid fue Sarajevo el domingo pasado, que el Paseo del Prado estaba repleto de etarras aburridos practicando su añorada kale borroka, en connivencia con células durmientes de yihadistas que despertaron con el ruido de la Vuelta Ciclista a España. ¡Un caos absoluto! Ni tomar una caña en paz se podía con el miedo que provocaba toda esa “gentuza” (Ayuso dixit) que gritaba no sé qué de un genocidio en Gaza.
El debate se situó primero en la euforia por el éxito de la protesta cívica contra la participación de un equipo propiedad de un íntimo amigo de Netanyahu que lo mismo patrocina una carrera de bicis que la exterminación de un pueblo. Un angelito llamado Sylvan Adams que se gasta sus buenos millones en blanquear por todo el mundo las atrocidades que comete Bibi (como le llama su amiguito Aznar), y que terminará siendo homenajeado en la Puerta del Sol con un carrito de Medallas de la Comunidad de Madrid, escoltado seguramente por David Hatchwell, empresario heredero de una saga especializada en negocios de comunicación y compra-venta de armas (observen la combinación) y actual presidente de la Fundación Hispano-Judía y líder del lobby sionista más influyente en la capital, como bien saben y demuestran su protegida Díaz Ayuso y su discípulo Martínez Almeida, seguidores destacados de la secta capitaneada por José María Aznar (ver aquí).
Sostienen las derechas que lo que ocurre en Gaza no es un genocidio sino una especie de ejercicios de autodefensa de Israel frente al terror de Hamas. Me refiero a las cúpulas de las derechas, porque dos de cada tres de sus votantes tienen muy claro que se está ejecutando un genocidio, con todas las letras e implicaciones que esa barbarie conlleva (ver aquí). Si Aznar habla de “lo que está haciendo Israel” como la garantía de la salvación de Occidente y Feijóo se atreve a calificarlo en el Congreso de “masacre de civiles”, vuelve Ayuso a la carga para marcar la senda a Feijóo y resituarle en el marco aznarista de la “legítima defensa de Israel”, aunque este disparate suponga un insulto a cualquiera que esté viendo los asesinatos de civiles palestinos en hospitales, ambulancias, escuelas, colas del hambre… niñas y niños que no conocen otro amanecer que el de las bombas y los disparos del Ejército israelí.
¿Quién manda en el PP?, cabe preguntarse a media semana (como a mitad de tantas semanas marcadas por la pandemia, la dana, la quita de deuda o los incendios). La respuesta empieza a ser obvia, como señalan los sondeos: en el PP de Feijóo manda Abascal, si hacemos caso a cuál es el eje del discurso de la derecha supuestamente moderada sobre inmigración, sobre seguridad, sobre cambio climático, etc, etc. Tenía este viernes Núñez Feijóo la oportunidad de marcar diferencia con las voces que permanentemente distorsionan sus llamamientos a la moderación, al centro político y blablabla. Coincidía con Aznar en la clausura de los cursos de verano de FAES, el think tank de los populares (ver aquí). ¿Qué ha pasado? Pues que en lugar de debatir valientemente con Aznar sobre Gaza y el exterminio del pueblo palestino anunciado a los cuatro vientos por Netanyahu, han decidido obviar el elefante en la habitación y lanzar todos los dardos contra el “enemigo” a batir: “Pedro Sánchez, me gusta la fruta”, traduzcan ustedes como el propio Feijóo escribió en su cuenta de X. La conclusión es obvia y nada sorprendente: ni danas, ni incendios ni genocidios van a alterar la brújula del PP, centrada en echar al Gobierno de coalición, “como sea” (Tellado dixit) y, si es posible, llevar a Sánchez a prisión (ver aquí).
Aplican sin un gramo de pudor el manual trumpista que coloca como prioridad silenciar cualquier voz crítica, cualquier atisbo de pensamiento que ponga ante el espejo de la realidad las hipérboles que practican sus predicadores, sea desde una tertulia política o desde un programa de humor. Trump no soporta que lo ridiculicen en prime time, y amenaza a las cadenas con quitarles la licencia si no despiden a los profesionales que lo critican. Y se está saliendo con la suya, para escarnio de los propietarios cobardes de esas empresas, que están facilitando –pasito a pasito– la derrota democrática. Por aquí –salvando aún ciertas distancias– ya han tocado la corneta las derechas ante el éxito de audiencia de la renovada parrilla de RTVE (ver aquí), que tiene de los nervios al emporio montado desde hace años por dos grupos empresariales italianos de inspiración claramente neoliberal que dominan las grandes cadenas privadas audiovisuales, acostumbradas a hacer proselitismo de esa hoja de ruta de las derechas centrada en deslegitimar al gobierno salido de las urnas, demonizar y deshumanizar a sus dirigentes y utilizar resortes incluso judiciales para impedir que en España sea factible una opción de futuro que no esté anclada en el pasado.
Los ataques por tierra, mar y aire (es decir por prensa, webs y redes sociales) dirigidos contra la radiotelevisión pública estatal son dignos de la peor mafia. No se limitan a la dirección de la cadena, sino que señalan y disparan contra profesionales de programas y colaboradores de los mismos (ver aquí). Si no fuera para llorar habría que reírse. Tienen tal cuajo que se atreven a desplegar estas zafias campañas mientras utilizan con absoluto desparpajo recursos públicos para alimentar a sus medios afines (y a pseudo medios directamente dedicados a la desinformación pura y dura). Quienes venimos ejercitando desde hace muchos años la máxima transparencia nos sentimos directamente insultados y ofendidos cuando observamos el desfalco de dinero de todos que esta “gentuza” –que diría Ayuso– dedica a desinformar (ver aquí).
Quienes venimos ejercitando desde hace muchos años la máxima transparencia nos sentimos directamente insultados y ofendidos cuando observamos el desfalco de dinero de todos que esta “gentuza” –que diría Ayuso– dedica a desinformar
De modo que sí: tenemos todas las papeletas para que, si un día pueden hacerlo, nos borren del mapa. Siguiendo al pie de la letra el manual de instrucciones del trumpismo, les sobran los periodistas, más aún si se declaran defensores de principios progresistas, lo que los bárbaros definen como “woke” –todos los avances logrados en derechos sociales que pretenden caricaturizar y denigrar para luego directamente eliminar– (ver aquí); y peor todavía si proclamamos la prioridad de parar el genocidio que pretende liquidar al pueblo palestino.
Curiosamente, en esa “guerra cultural” que la ola reaccionaria va ganando de calle colaboran con o sin intención quienes desde la izquierda actúan cohibidos por los complejos y la melancolía o bien henchidos de un orgullo casi machirulo que se declara dispuesto a tirarlo todo para reconstruir después lo que se pueda. Y, por si fuéramos pocos, alguien se brinda a comprar el marco neoliberal que pretende abrir una guerra intergeneracional: zetas contra boomers, jóvenes sin futuro frente a pensionistas con pasado. Aún no tengo completamente leído el ensayo La vida cañón, de Analía Plaza (ver aquí). Anticipo que sostiene obviedades económicas o sociológicas que no tienen discusión. Pero también que parte de una base a mi juicio totalmente distorsionada y simplista: las desigualdades no dependen de la fecha en que uno nació, sino de un sistema que hace lo que sea para blindar los beneficios de clase, dificultar el ascensor social y garantizar la solidez de un sistema capitalista extractivo. Mientras nos entretenemos en no sé qué “rencores” entre abuelos y nietos, los multimillonarios tecnológicos y los empresarios de copa y puro se descojonan de esa “vida cañón” y de los apuros de la generación más joven.
La buena noticia: en cuanto vayamos muriendo los tan denostados boomers, quedará solucionado el problema de la vivienda, la sostenibilidad de las pensiones y la capacidad adquisitiva de los salarios. Otro día, si eso, hablamos de libertades, democracia y desigualdad. Sin prejuicios ni edadismos.
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