Del Protocolo de la Vergüenza a la dana: la gestión que acorrala al PP Marta Jaenes

Una vez más la izquierda baja los brazos cuando la trompetería política y mediática de las derechas impone la ridiculización de una visión progresista del mundo que nos toca vivir. En la permanente “guerra cultural” a la que tanto debe el ascenso del trumpismo y del nacionalpopulismo en todo el planeta, vuelve a perder la izquierda por simple desistimiento. Vamos sobrados, a mi juicio, de sesudas reflexiones intelectuales sobre la dichosa “guerra cultural” y andamos muy escasos de orgullo sobre los principios que compartimos. Lo escribiré sin rodeos: estoy hasta más arriba de la calva de la caricatura de eso que llaman woke. Ya basta.
Si ser woke es defender los derechos humanos, denunciar el genocidio en Gaza, rechazar la xenofobia, luchar por la igualdad, apoyar las reivindicaciones LGTBi… pues sí, soy woke, a mucha honra.
Si ser woke es clamar contra la guerra, contra todas las guerras, creer en el pacifismo, el diálogo, el multilateralismo y la urgencia de acabar con la pobreza en el mundo… sí, soy orgullosamente woke.
Si ser woke es tener una visión inclusiva de la inmigración, por respeto a los derechos humanos en primer lugar y también por inteligencia pragmática, ante la evidencia del envejecimiento de nuestra población y la constatación pura y simple de que España no tendría el crecimiento que tiene en la economía ni en el empleo ni en las cotizaciones si no fuera por la inmigración. Y si ser woke significa tener exactamente el mismo respeto por el inmigrante blanco que por el negro… encantado de que me llamen woke. [Y si escuchas a cualquier vocero del lado diestro soltar esa estupidez de “¿y por qué no te llevas a los inmigrantes a tu casa?”, responde lo que apunta aquí en infoLibre Joaquín Jesús Sánchez: “¿Y tú cómo no te enrolaste en la Guardia Civil en Rentería cuando ETA mataba?” Reducir la cuestión migratoria a una solidaridad individual o beneficencia es, efectivamente, tan miserable como necio).
Si ser woke es apoyar reformas fiscales encaminadas a lograr una fiscalidad justa y progresiva –como establece, por cierto, el artículo 31 de la Constitución–, que rompa el flagrante desequilibrio entre lo que aportan las rentas del trabajo y las rentas del capital a la caja común que sostiene el Estado del bienestar… sí, soy un woke encabronado por la frustración de que las grandes fortunas sigan disparando cada año sus patrimonios, en parte absorbiendo recursos públicos y siempre con una caja blindada en paraísos fiscales.
Si ser woke es defender la necesaria fortaleza de la sanidad y la educación públicas, respetando a quienes optan por la privada siempre que se lo paguen de sus bolsillos sin subvenciones injustificadas, menos aún si se trata de colegios religiosos que no respetan la realidad de un Estado aconfesional que debería ser, parecer y actuar como un Estado laico… sí, soy un firme devoto de la religión woke.
Si ser woke es fomentar la memoria democrática para conocer nuestro pasado, para reparar a las víctimas del franquismo y de la guerra civil, con el objetivo de no tropezar dos veces con el fascio… sí, soy muy woke.
Si ser woke es ser consciente del cambio climático como realidad científica con consecuencias ya probadas, y considerar que todos estamos obligados (especialmente gobiernos y empresas) a apostar por una economía sostenible… por supuesto soy woke, y no un imbécil que cierra los ojos ante la acelerada destrucción de su planeta.
Si ser woke es aspirar a que se cumpla el “derecho a disfrutar de una vivienda digna” –como establece, por cierto, el artículo 47 de la Constitución– y a que para ello intervengan los poderes públicos “regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”, como también prescribe la Constitución… sí, soy un woke convencido de la bondad de cualquier regulación que corrige los defectos del mal llamado “libre mercado”, distorsionado por los intereses de los macropropietarios y fondos de inversión.
Si ser woke es denunciar las políticas neoliberales que fracasaron de forma clamorosa ante el crack financiero de 2007, pero que siguen siendo impuestas por las élites económicas ahora encantadas con esos plutócratas que han accedido al poder en Estados Unidos, Rusia, Argentina, etc… sí, soy radicalmente woke, defensor de un “Estado social y democrático de derecho” –como establece, por cierto, el artículo 1 de la Constitución– que propugna “la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo…”, todos ellos valores incompatibles con ese nacionalpopulismo de inspiración neofascista que cabalga hoy a lomos de una ola reaccionaria impulsada desde las grandes plataformas tecnológicas en manos de unos cuantos milmillonarios sin escrúpulos.
El uso del término woke –literalmente “despertó” como pasado del verbo wake, despertar– surgió hace varias décadas en Estados Unidos con el significado de “estar alerta ante la injusticia racial”, y más recientemente el Diccionario Oxford lo amplió a “estar consciente de temas sociales y políticos, en especial el racismo”. Pero los gurús de las derechas, siempre atentos para destruir cualquier concepto positivo del universo progresista, han logrado emponzoñar la palabra para ridiculizar lo que importa, que son aquellos valores, derechos y aspiraciones que representa.
Se empieza asumiendo ser 'woke' como algo vergonzante y se termina aceptando una realidad electoral falseada
Esos cabestros (en su mayoría son machotes, no sé si alfa u omega) meten lo woke en la misma coctelera que “pacifista”, “pijoprogre”, “rojo de salón”, “blandengue”, etc. Les vale todo en su estrechísima visión de un mundo en el que cualquier conflicto se resuelve aplicando la ley de la selva (convencidos, claro, de que ellos son el animal más fuerte, seguro ganador de cualquier pulso). Han adjudicado también a lo woke la llamada “cultura de la cancelación”. Un concepto que uno rechaza de plano, porque quienes defendemos la libertad de pensamiento (incluso antes que la de expresión) no aceptamos unir términos tan antagónicos e incompatibles como “cultura” y “cancelación”. Se llama censura, señores, y esa la practican con enorme soltura precisamente los grupos políticos de extrema derecha, que en cuanto tocan poder prohíben toda manifestación cultural ajena a sus consignas (ver aquí). ¿Que desde algunos sectores de la izquierda se ha “cancelado” a Karla Sofía Gascón? Sectarios los hay en todas partes, o ingenuos incapaces de asumir que se puede ser trans y de derechas o xenófoba, del mismo modo que se puede ser un obrero inmigrante ilegal en Arkansas y votar a Trump (lean esto de Beatriz Gimeno).
A uno le parece que no habrá forma de sortear la ola reaccionaria que recorre el mundo (y España) si las corrientes progresistas no levantan la cabeza y despliegan la sonrisa para combatir el neoliberalismo egoísta y cerril con todas las armas de la palabra, la imagen y el sonido. Compartiendo las calles con las fuerzas de la sociedad civil que no están dispuestas a retroceder cuarenta años y a entregar a sus hijas e hijos un mundo tenebroso, individualista, formado por consumidores en lugar de ciudadanos.
Las izquierdas no deberían bajar los brazos ni caer en una melancolía paralizante. Se empieza asumiendo ser woke como algo vergonzante y se termina aceptando una realidad electoral falseada. Por si no han hecho bien las cuentas, el bloque de la derecha obtuvo en las elecciones generales de 2011 (censo CER, es decir residentes en España) 12.009.791 votos. Entonces había que sumar al PP los votos de UPyD. En las últimas, del 23J, el bloque PP-Vox cosechó 11.125.584 votos. ¿De dónde sale esa sensación tan extendida en el lado zurdo de que las derechas van hacia arriba de forma imparable? ¿Volvemos a entrar en el bucle demoscópico de Michavila, los Sigma 2 y los Rumba 3? ¿Acaso no existe más España que la encerrada en la burbuja de la M-30 madrileña?
Ser woke y defender los valores que el palabro representa es un orgullo del que se puede y se debe presumir con la cabeza muy alta. Ya basta de complejos inducidos y de miedos inoculados. Ya pueden seguir los tropecientos columnistas del lado diestro burlándose del progreso. Saben perfectamente que lo que produce vergüenza ajena es ese trío de oligarcas (Trump, Musk, Putin) que pretende dominar el mundo. De un lado ellos, sus negocios y el capitalismo de amiguetes. Del otro… los demócratas. Llámennos woke.
P.D. Lo explican muy bien el historiador Timothy Snyder y el politólogo Sami Naïr en sus últimos ensayos, con lecturas rabiosamente actuales y complementarias. El primero advierte que el nacionalpopulismo se ha apropiado del término “libertad”, pero entendida como “libertad negativa”, es decir, que sólo importa la ausencia de prohibiciones y limitaciones. El dios mercado se encarga de todo. Los progresistas, los woke a mucha honra, deben confrontar con el concepto de “libertad positiva”, que implica que el Estado actúe en interés de todos para corregir y regular los excesos y abusos de ese capitalismo salvaje (ver aquí). Y Naïr añade que, si las izquierdas quieren recuperar fuerza y frenar esa ola reaccionaria que pone en serio peligro el proyecto europeo, deben ”proponer un proyecto posneoliberal” que busque la unidad política de una “Europa democrática y social” (ver aquí).
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