¡La banca siempre gana! Helena Resano
Asisto con estupor a una secuencia de mensajes en la red social X donde los líderes de todo el mundo es evidente que han llegado a un acuerdo para transmitir a la ciudadanía que la política no sirve.
Me retuerzo, me niego a aceptar esto. Trabajamos día a día para promulgar leyes que protejan a los niños y niñas del bulling, a las mujeres del acoso, pero cuando las agresiones son de un nivel tan magnífico y apabullante como el genocidio de Netanyahu en Gaza, somos incapaces.
Más de 65.000 personas palestinas han muerto según las cifras oficiales a manos de Israel. Pero dice el informe de la ONU que podrían llegar a ser 650.000. Ojo, 650.000 personas masacradas. Una tercera parte de ellos son niños y niñas. Es un genocidio televisado que se ha cebado con la infancia y que ha matado de hambre a cientos de bebés. Y no hemos hecho nada.
Las muestras de apoyo de la sociedad civil mundial a los palestinos no han hecho más que aumentar. Cada día más personas individuales hemos salido a la calle a decir basta, hemos agitado banderas, hemos puesto imágenes de sandías en nuestras camisetas, hemos escuchado declaraciones en los eventos culturales y paralizado eventos deportivos. Hemos presionado a nuestros gobernantes para sacar a Israel de festivales televisados y competiciones de fútbol. Hemos puesto fotos de niños y niñas gazatíes en los parlamentos, cediéndoles nuestro escaño para darles dignidad y voz.
Pero ha llegado la asamblea de la ONU y los abusones de la clase se han hecho fuertes. El representante del pueblo arrasado tuvo que conectarse por internet porque el abusón en jefe le negó la entrada en la conferencia de la ONU (tenía que pasar por su aduana). Al mismo tiempo, el poderoso abusón genocida tuvo alfombra roja para llegar y obligó a la población palestina a escuchar su discurso con pantallas y altavoces en las calles. El maltrato se abrió paso incluso en una sala vacía donde los líderes internacionales habían declarado su reconocimiento al estado palestino y abandonado la sala ante el discurso del genocida. Pero el maltratador subió y dio su discurso y todo siguió adelante.
Esto no es una guerra, es un genocidio, pero al genocida no se le ponen condiciones, ni plazos, ni consecuencias si no cumple
Ante tanto desplante internacional y una pérdida de prestigio del que los israelíes siempre han hecho gala, la cosa ha ido a mayores y ambos maltratadores mundiales le han echado un pulso a la comunidad internacional. Porque la cosa no va a parar.
Esas declaraciones muy fuertes que constataron a los ojos del mundo que lo de Netanyahu es un genocidio solo dejaban una alternativa. Un organismo como la ONU, una vez constatada semejante barbarie, solo tenía una salida, mandar a los cascos azules y pararlo. Si es un genocidio solo hay un lado en el que estar en esta historia y ese lado amerita un casco azul.
Y aquí han saltado las costuras de la ONU y las de la política. Donde había que poner un poquito más de esfuerzo para terminar de una vez con esto, nuestros líderes mundiales se han rendido y nos dejan desolados.
Trump plantea un panfleto humillante para los palestinos donde se arroga la reconstrucción de gaza sin tener en cuenta a los palestinos, legitima la ocupación y desarma a los gazatíes cerrándoles los túneles para que, en cuanto el genocida vuelva a atacar, no haya escapatoria y queden arrasados. Esto no es una guerra, es un genocidio, pero al genocida no se le ponen condiciones, ni plazos, ni consecuencias si no cumple. A las víctimas no se les dan garantías ninguna, pero los abusones se reparten el botín de la reconstrucción. Es una broma pesada que persigue dos objetivos: el primero construir un falso relato de que Netanyahu pretendió un acuerdo de paz para librarle de los tribunales internacionales, el segundo ganar tiempo para que termine su trabajo.
Los líderes internacionales debían denunciar esta farsa y redoblar sus esfuerzos contra un genocida acorralado, pero, misteriosamente, han bajado los brazos. De forma coordinada han salido uno tras otro a aplaudir esta farsa. Puede ser que la alternativa fuese acabar con Naciones Unidas y con la estructura de organismos multilaterales, puesto que los maltratadores nunca los van a acatar. Han acabado con la ONU igual, si resulta que esta solo sirve para que sus miembros acuerden blanquear a un genocida en vez de ponerle en su sitio.
Hoy es un día muy triste para quienes creemos que la política es la mejor herramienta de los débiles para protegerse. Siempre creímos que las instituciones, la política y la democracia protegen a los pueblos de la ley del más fuerte. Creímos que la ciudadanía, unida, se dota de unas instituciones y nombra a unos representantes precisamente para que estas cosas no pasen. Nuestros líderes nos han defraudado. Se han plegado a la ley del más fuerte y, con ello, nos han dejado a todos los demás a merced de ellos.
Pero quiero recordar que la soberanía no está en quienes han puesto esos tuits infames, sino en cada uno de nosotros y todos nosotros juntos. Saquemos a los balcones nuestras banderas palestinas, salgamos a la calle el sábado a decir que es un genocidio y, si es un genocidio, no vale doblarse, hay que pararlo. Si los dirigentes nos fallan, desde la ciudadanía debemos mostrar el camino. No podemos acatar sin más una tregua al maltratador porque el fin del genocidio no empezará hasta que el estado palestino sea una realidad. Exijamos ya la resolución de los dos estados y que el pueblo palestino pueda tener un futuro porque, si no, nosotros tampoco lo tendremos.
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Emilia Sánchez-Pantoja Belenguer es Expresidenta de masdemocracia.org y Diputada en la Asamblea de Madrid por Más Madrid.
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