Cuando la verdad manda y la responsabilidad huye: el PP y la verdad en política

La verdad en política no es una abstracción filosófica, sino una condición básica para que la ciudadanía pueda decidir con libertad. Cuando un partido convierte la mentira, la desinformación y la huida de responsabilidades en herramienta sistemática, lo que se erosiona no es solo la credibilidad de ese partido, sino la confianza en la democracia misma.

Sin información veraz no hay posibilidad real de elegir, solo de ser guiado por quien controla el relato. Por eso los bulos y las medias verdades no son simples “excesos de campaña”, sino un ataque directo al derecho de la ciudadanía a saber qué ocurre y quién hace qué.

En los últimos años, los verificadores de datos han mostrado cómo la desinformación se ha instalado en el corazón del debate público español, especialmente en periodos electorales. No es un fenómeno neutro: se concentra en determinados actores que han convertido la mentira en método de trabajo político.

Diversos estudios y análisis periodísticos han demostrado que una parte significativa de los mensajes difundidos por el Partido Popular en campaña eran directamente falsos o engañosos. Se trata de una forma de hacer política que asume que el rédito electoral justifica distorsionar la realidad, incluso cuando eso alimenta la polarización y la desconfianza.

Los ejemplos se repiten: desde mensajes alarmistas sobre inmigración o ayudas sociales en campañas autonómicas, hasta insinuaciones de fraude electoral sin pruebas, diseñadas para sembrar dudas sobre el propio sistema democrático. Cada bulo deja un poso, y aunque luego se desmienta, la sospecha ya ha hecho su trabajo en el imaginario colectivo.

La historia reciente ofrece casos en los que el Partido Popular ha utilizado informaciones falsas o manipuladas desde las propias instituciones. Episodios como la campaña contra profesionales sanitarios en Madrid, basada en acusaciones que más tarde la justicia declaró infundadas, muestran hasta qué punto la mentira puede arruinar vidas mientras se utiliza como munición partidista.

También hubo gobiernos del PP que difundieron versiones falsas o no contrastadas sobre hechos de enorme gravedad, instrumentalizando el dolor social para proteger su imagen y sus intereses políticos. Cuando quienes deberían encarnar la responsabilidad institucional optan por la cortina de humo, el mensaje al conjunto de la sociedad es devastador: mentir sale barato si sirve para salvar el día.

Los análisis de bulos en campañas españolas revelan patrones concretos: ataques personales basados en frases que nunca se dijeron, imágenes manipuladas y acusaciones de “pucherazo” que pretenden deslegitimar los resultados antes de que se produzcan. En ese ecosistema, dirigentes del Partido Popular y sus entornos mediáticos han jugado un papel central amplificando rumores y contenidos que luego son desmentidos por verificadores independientes.

No se trata de errores aislados, sino de una cultura política que premia el impacto inmediato frente al rigor. El objetivo no es informar, sino agitar emociones: miedo, enfado, resentimiento, esa mezcla perfecta para que el análisis sereno quede arrinconado.

La mentira no solo se expresa en lo que se dice, sino también en lo que se niega cuando los hechos ya son incontestables. Frente a los numerosos casos de corrupción que han salpicado al Partido Popular en distintos niveles de la administración, la reacción habitual ha sido minimizar, desmarcarse de los responsables o presentar las tramas como anécdotas del pasado.

La mentira no solo se expresa en lo que se dice, sino también en lo que se niega cuando los hechos ya son incontestables

Sin embargo, siguen acumulándose causas abiertas y piezas pendientes de juicio procedentes de redes como Gürtel o Púnica, que afectaron de lleno a exdirigentes y estructuras del partido. La negativa a asumir responsabilidades políticas profundas, más allá de los mínimos impuestos por los tribunales, alimenta la sensación de impunidad y distancia a la ciudadanía de las instituciones.

La desinformación no se queda en titulares; baja a la calle y condiciona la vida de la gente. Quien escucha una y otra vez que “los inmigrantes viven de ayudas millonarias” puede acabar señalando a su vecino sin papeles, aunque los datos muestren que tal relato es falso. Quien cree que el sistema electoral está amañado puede dejar de votar o asumir que la política es una farsa, justo el terreno donde crecen el cinismo y la abstención.

También ocurre con la corrupción: cuando se normaliza que un partido acumule casos durante décadas sin una autocrítica real, se instala la idea de que “todos son iguales” y de que robar es parte del juego. Esa resignación es el mejor aliado de quienes quieren seguir gobernando sin rendir cuentas.

Frente a esta dinámica, la defensa de la verdad no es un lujo moral, sino una urgencia democrática. La ciudadanía necesita medios independientes, verificadores de datos y una sociedad civil activa, pero también partidos que entiendan que perder un voto por decir la verdad es más digno que ganarlo mintiendo.

Mientras el Partido Popular continúe apostando por el bulo, la manipulación y la dejación de responsabilidades, no solo estará dañando a sus adversarios, sino debilitando la confianza en aquello que asegura querer defender: la democracia española. La pregunta ya no es si mienten, sino cuánta mentira estamos dispuestos a tolerar antes de decir basta.

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José González Arenas es secretario de medio ambiente del PSOE de Córdoba.

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