El efecto NIMBY y las plantas de biogás: el miedo que frena la energía verde

Cuando el progreso llega demasiado cerca

Todos apoyan las energías limpias… hasta que las instalan al lado de casa. Ese es el efecto NIMBY, acrónimo inglés de Not In My Back Yard, que significa “no en mi patio trasero”. Un reflejo cada vez más habitual cuando proyectos aparentemente beneficiosos —como las plantas de biogás— intentan asentarse en municipios rurales españoles.

El concepto define una contradicción muy humana: queremos energía sostenible, pero sin alterar nuestro paisaje ni asumir los riesgos. Y esa tensión, entre la sostenibilidad global y la protección del entorno inmediato, está frenando el avance de una tecnología clave para reducir residuos y emisiones.

Biogás: energía del campo, energía del futuro

El biogás es una fuente de energía renovable generada a partir de residuos orgánicos agrícolas, ganaderos o urbanos. Mediante un proceso natural de digestión anaerobia, estos residuos se transforman en metano utilizable para producir electricidad, calor o biometano. El residuo restante, llamado digestato, sirve como fertilizante.

No se trata de una energía experimental, sino de una tecnología madura, especialmente desarrollada en países como Alemania o Dinamarca. Allí, las plantas de biogás son un pilar de la economía rural y una herramienta de autosuficiencia energética. En España, sin embargo, su implantación avanza a paso lento, no tanto por falta de recursos, sino por desconfianza social.

El miedo detrás del “no”

En la práctica, muchos proyectos de biogás en España topan con la resistencia vecinal. Los temores se repiten: malos olores, contaminación del agua, tráfico pesado o pérdida de valor del suelo agrícola. Aunque raramente se confirman, son suficientes para alimentar un rechazo que paraliza licencias y retrasa inversiones.

El problema de fondo no es técnico, sino comunicativo. Los vecinos suelen conocer el proyecto cuando ya está aprobado, sin haber participado en su diseño ni comprendido su funcionamiento. Ante la falta de información, la sospecha ocupa el lugar del diálogo. El caso ilustra una lección universal: la transición energética no se construye solo con ingenieros, sino con pedagogía y confianza.

Participar para creer

Los países que lideran la producción de biogás han entendido algo esencial: la energía es más aceptada cuando se comparte. En Dinamarca, muchas plantas pertenecen a cooperativas formadas por los propios residentes y agricultores de la zona. Tienen voz, beneficios y control. Ven la instalación como una oportunidad colectiva, no como una amenaza impuesta.

En España, los promotores suelen ser grandes empresas externas. Hablan de inversión y empleo, pero pocas veces ofrecen participación o beneficios tangibles al entorno. Sin ese vínculo, el biogás continúa siendo “su proyecto”, no “nuestro proyecto”. La diferencia, aunque parezca simbólica, lo cambia todo.

Queremos energía sostenible, pero sin alterar nuestro paisaje ni asumir los riesgos. Y esa tensión, entre la sostenibilidad global y la protección del entorno inmediato, está frenando el avance de una tecnología clave para reducir residuos y emisiones

El poder de comunicar bien

A veces, basta una palabra para fijar una percepción. Decir “planta industrial de biogás” suena a fábrica y contaminación. Llamarla “instalación local de energía renovable generada con residuos agrícolas” despierta otro tipo de imaginería: una energía nacida del propio territorio. Las palabras influyen en la aceptación tanto como los datos técnicos.

La divulgación es fundamental: visitas a plantas en funcionamiento, charlas informativas en colegios o sesiones abiertas con expertos pueden transformar el miedo en conocimiento. Cuando las personas comprenden qué hay detrás del proceso, los mitos se disuelven y quedan los hechos.

El papel de la Administración

El Gobierno y las comunidades autónomas deben actuar como mediadores, no solo como reguladores. Su responsabilidad es garantizar la seguridad ambiental, pero también facilitar la comprensión social de los proyectos. El control riguroso genera confianza, y la confianza abre puertas.

Los ayuntamientos rurales necesitan más apoyo técnico y pedagógico. No basta con gestionar trámites: hace falta involucrar a los vecinos, garantizar que los beneficios repercutan localmente y demostrar que la sostenibilidad no significa sacrificio del territorio, sino revitalización.

Del rechazo al orgullo

Superar el efecto NIMBY no implica silenciar el miedo, sino escucharlo. Implica mostrar con hechos que una planta de biogás puede convivir perfectamente en el entorno rural, generando empleo, ingresos y energía limpia. Implica también repartir beneficios, formar parte de las decisiones y convertir al vecino en aliado.

Porque detrás de cada planta frenada por desconfianza hay toneladas de residuos desaprovechados y emisiones que podrían evitarse. Cada proyecto que se queda en el papel retrasa el futuro energético que España necesita.

Aceptar el biogás no es una renuncia al paisaje, sino una forma de protegerlo. Es entender que la sostenibilidad no puede hacerse “en otro sitio”, lejos de nosotros, sino aquí, con nosotros. Y quizá ahí, en ese cambio de mirada, empiece la verdadera transición energética.

__________________________________

José González Arenas es secretario de Medio Ambiente del PSOE de Córdoba.

Más sobre este tema
stats