De las minas del Donbass a la Moncloa: el trabajo como respuesta al odio

En 1935, en una mina de carbón del Donbass, en la hoy golpeada Ucrania, un obrero llamado Alexéi Grigórievich Stajánov logró algo que parecía imposible: extrajo catorce veces más carbón del previsto para una jornada de trabajo. Su gesto, que pronto fue exaltado por la prensa soviética, dio origen al estajanovismo, un movimiento laboral que pretendía encarnar la fe en el esfuerzo colectivo y en la capacidad humana para superar cualquier adversidad.

Más allá de la propaganda, Stajánov simbolizaba un impulso profundamente humano: la convicción de que el trabajo, cuando se hace con entrega y propósito, puede convertirse en herramienta de cambio. En aquella Unión Soviética que luchaba por salir de la ruina y la guerra civil, el estajanovismo fue una llamada a reconstruir un país desde el sudor de su gente. Era, en esencia, un ideal de dignidad obrera.

Hoy, casi un siglo después, España no vive tiempos de carbón ni de colectivización, pero sí de una fatiga semejante: la del ruido permanente. El Gobierno de Pedro Sánchez afronta una oleada de ataques sin precedentes, donde la crispación ha desplazado al debate sereno y la política parece haberse reducido a una constante deslegitimación del otro. Se grita más de lo que se escucha, se acusa más de lo que se construye.

Frente a ese clima irrespirable, el estajanovismo puede ofrecer una enseñanza inesperada. No como modelo económico —ni mucho menos político—, sino como actitud cívica. Frente al odio, el trabajo. Frente al insulto, la perseverancia. Frente al ruido, la eficacia silenciosa. Es un recordatorio de que la respuesta más contundente al descrédito es hacer las cosas bien, seguir cumpliendo, seguir construyendo país.

El trabajo bien hecho como resistencia. Esa podría ser la traducción contemporánea del espíritu estajanovista. No se trata de idealizar la productividad, sino de reivindicar la constancia como energía moral. En un contexto donde parte de la oposición busca desgastar al Gobierno más que corregirlo, la labor diaria de quienes gestionan lo público —sanitarias, maestras, funcionarias, científicas— se convierte en la mejor respuesta política posible. Progresar frente al odio es, hoy, una forma de militancia.

Pedro Sánchez, que ha hecho de la resiliencia su rasgo más reconocible, encarna ese gesto estajanovista en clave democrática: resistir para seguir gobernando; gobernar para seguir transformando. No con soflamas, sino con hechos concretos. Seguir trabajando cuando lo fácil sería rendirse.

Pedro Sánchez, que ha hecho de la resiliencia su rasgo más reconocible, encarna ese gesto estajanovista en clave democrática: resistir para seguir gobernando; gobernar para seguir transformando

Por cada ataque mediático, una medida social. Por cada descalificación, una inversión pública. Por cada intento de desgaste, un paso más hacia la modernización del país. Esa es la paradoja: en un escenario saturado de ruido, el silencio laborioso puede ser una forma de liderazgo.

Quienes creen que la política es solo espectáculo olvidan que los cimientos de cualquier sociedad avanzada se construyen, todavía, con trabajo. Como en aquella mina del Donbass, en la hoy ensangrentada Ucrania, donde un hombre anónimo recordó al mundo que incluso en los tiempos más duros hay lugar para la superación. Aquella chispa, que un día encendió el orgullo de un país entero, puede ser hoy una brújula moral para una España que necesita más hechos y menos ruido.

Porque cuando las voces del enfrentamiento se apaguen, lo que quedará no serán los titulares ni las polémicas, sino el trabajo bien hecho. Ese que, sin alzar la voz, demuestra que la mejor forma de vencer a la crispación no es gritar más fuerte, sino seguir construyendo juntos.

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José González Arenas es secretario de medio ambiente del PSOE de Córdoba.

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