Contra el corresponsal de guerra
El mediodía del 7 de marzo, me anunciaron que estaba nominado al premio Julio Anguita Parrado. Al poco rato me olvidé por completo de ello. Ni se me ocurría tener el perfil para obtener este galardón. Pasadas las nueve de la noche, en Kyiv, yo estaba mirando una película. Recibí una llamada que no respondí. Luego otra llamada que no vi. Y finalmente un mensaje, que decía: “¡Que has ganado!”. Mi respuesta fue que si se trataba de una broma.
Al día siguiente de anunciarse el premio, me pidieron si podía impartir esta conferencia. Me pidieron también que debía comunicarles rápido de qué trataría la conferencia. No dudé en la temática, sobre todo porque el jurado, en esa llamada del 7 de marzo en la que me leyeron la deliberación, también añadieron que les había encantado una crónica mía en concreto, una que escribí sobre los días que mi madre me visitó en Ucrania.
Aquel artículo es el anticristo del corresponsal de guerra. O de lo que entendemos como tal. Interpreté que si me concedían este premio es porque mi trabajo ha ido más allá del paracaidismo en zonas bélicas, de las tribus nómadas aguerridas que por un tiempo determinado se mueven de conflicto en conflicto y que han descrito en sus libros los Leguineche, Pérez Reverte o Maruja Torres. Lecturas que yo soy, por cierto, el primero en haber disfrutado.
El artículo lo titulé Paseos con mi madre por Ucrania, un guiño a los paseos del escritor Javier Pérez Andújar con su madre por Sant Adrià de Besòs, su ciudad, en la periferia de Barcelona. La crónica que escribí siguiendo a mi madre explicaba muchas cosas de la guerra. Me atrevería a decir que incluso más cosas que en algunos de mis desplazamientos a las zonas donde se libran los combates.
Por paracaidista entendemos al periodista que tiene que desplazarse de urgencia a un lugar durante un breve periodo de tiempo. Yo he hecho de paracaidista, y en muchas ocasiones es inevitable. He estado una semana en la isla de Lesbos para cubrir la crisis migratoria; me he desplazado a Sichuan para informar del terremoto de hace 20 años, he visitado la frontera entre Tailandia y Mianmar para ver la llegada de desplazados por el conflicto interno. Quizá el resultado de lo que hice en estas misiones fue digno, pero no necesito releerlo para saber que el nivel hubiera sido mucho mejor con un conocimiento más completo y a largo plazo.
Hace justo hoy una semana, mi compañera Lola Hierro y yo estábamos en Krasnopilia. Krasnopilia es un municipio de la provincia ucraniana de Sumi, a tan solo 12 kilómetros de la frontera rusa. En esa zona, las Fuerzas Armadas Ucranianas han abierto un nuevo frente dentro de territorio ruso. Nuestro objetivo era captar en la medida de lo posible lo que allí está sucediendo. ¿Se puede llevar a cabo esta misión como paracaidista? Sí, pero si al paracaidista lo guía un buen fixer, es decir, un productor local que conoce el lugar, conoce sus hábitos, la lengua, traduce y que incluso puede gestionar entrevistas y proponer temas. El fixer hace de periodista para un enviado especial a un lugar del que este enviado sabe poco.
En el caso que nos concierne, Krasnopilia, llegar allí ya es una pequeña odisea. Si tienes contactos en Sumi, si has visitado la región con regularidad, sabes que los Servicios Especiales de la policía ucraniana, más conocidos como SBU, tienen sus controles en este y en ese punto de carretera. Y que desde febrero tienen la orden de no dejar pasar a periodistas, si estos no tienen un permiso especial del Estado Mayor. Si conoces al portavoz del Estado Mayor en Sumi, sabes que no te darán este permiso, que es absurdo enviar la petición oficial. Si tienes suficiente experiencia en esta guerra sabes que cuando estos Servicios de Seguridad cierran un lugar para que nadie informe de lo que allí sucede, teniendo en cuenta periodos previos del conflicto, es que posiblemente se esté cuajando una nueva ofensiva, en este caso en suelo ruso. Si has recorrido antes ese territorio y conoces a las personas adecuadas, puedes saber que en determinada carretera secundaria no hay controles militares, y menos del SBU, y aunque suponga tener que hacer 4 horas más de coche, lo pruebas y te sales con la tuya y llegas a Krasnopilia.
Una práctica habitual del ejército ruso, por ejemplo, es golpear con sus misiles dos veces el mismo objetivo, en un intervalo de pocos minutos, sea para precisar las coordenadas o para asegurarse de que lo han destruido. Esto se puede aprender tomando notas de lo que te explican los militares o los servicios de emergencias. También se puede aprender viviéndolo en carne propia, como nos sucedió a mí y al fotógrafo Albert García en Járkiv, en abril de 2022, dos meses después de estallar la invasión. Vimos el impacto de un misil en un edificio del centro de la ciudad y sin pensarlo nos fuimos para allí escopeteados con el coche. Cuando nos quedaban 200 metros para llegar al lugar del ataque, impactó otro misil. Lección aprendida.
Aquel mediodía que accedimos a Krasnopilia, nos encontramos el centro urbano completamente destruido por bombardeos. El Palacio de Cultura todavía humeaba tras una bomba aérea guiada que había impactado pocas horas antes, tras haber sido parcialmente destruido unas semanas atrás. ¿Por qué le volvían a dar? Porque ambos ejércitos concentran tropas y armamento en las plantas bajas de los grandes edificios municipales.
Las leyes de la guerra
La guerra tiene sus leyes. Es paradójico, pero es así. Están establecidas, y los crímenes de guerra están tipificados por la Convención de Ginebra. Rusia ha perpetrado múltiples crímenes de guerra en Ucrania, muchísimos más que el lado ucraniano, entre otras cosas por el simple hecho de ser el invasor. Pero si una escuela en las inmediaciones del frente sirve de base militar y la atacas, eso no es un crimen de guerra. El crimen original, no hay que olvidarlo, es desatar esta guerra. Un fixer ucraniano es probable que no le cuente al paracaidista el uso militar de la escuela. Porque el fixer seguramente no es periodista de formación y sobre todo, porque es ucraniano: por encima de todo es alguien a quien están invadiendo el país, a quien le quieren borrar del mapa su Estado. El resultado es que no se obtiene una información completa.
Yo también viajo con fixer. Tenemos acreditados con El País a dos personas, a Emil y a Boris. No solo somos un equipo, somos amigos. El nivel de confianza es enorme porque llevamos juntos todos estos años, trabajando de forma constante. Esto es así porque ellos ya saben cuáles son los criterios profesionales que seguimos. Somos los periodistas de El País los que buscamos los temas, gestionamos los permisos, buscamos los contactos. Esto es posible porque nuestra empresa ha apostado por Ucrania en el largo plazo, a un nivel como pocos diarios en Europa. Somos un grupo de redactores que cubrimos de forma permanente la realidad ucraniana. Esto es imprescindible subrayarlo: sin una inversión digna de tu medio de comunicación, estés en plantilla o seas autónomo, y sin una estrategia a largo plazo de la empresa, mucho de lo que les estoy contando hoy no sirve de nada.
Si vas a un punto caliente por tu cuenta, es decir, sin ir escoltado por una unidad militar, afrontas varias desventajas. Una de ellas es que no tienes información de si ha sido detectada la llegada de un misil, de un dron shahed, de una bomba aérea… El ejército ucraniano trabaja con programas informáticos en los que se comparten en tiempo real para los oficiales de cada unidad, desde la unidad más pequeña, la posición del enemigo, sus acciones y la localización de los drones. A veces no tienes otro remedio que colarte en los lugares porque el alto mando no quiere dar permisos a los periodistas o porque no has conseguido que ninguna brigada te reciba. Cuando optas por esto, solo la experiencia sabe guiarte con pies de plomo.
Estamos en la plaza central de Krasnopilia, pues, con el Palacio de Cultura humeando todavía tras caer una bomba aérea. Los otros edificios públicos han sido atacados. No hay nadie en el casco urbano, a duras penas cruza algún todoterreno militar.
Se puede confirmar que la plaza central de Krasnopilia no solo es objetivo ruso, sino que ese día está siendo atacada. Si además se le suma que no hay nadie a la vista, es decir, que hay números de que en ese momento haya un ataque inminente detectado, lo que hay que hacer es que la fotógrafa haga su trabajo en cuestión de unos pocos minutos y salir de allí.
En el caso de Krasnopilia, el Estado Mayor no quiere a los medios en esa zona porque quiere mantener en el máximo secretismo la operación en suelo ruso. Pero con suficiente conocimiento puedes identificar que en la retaguardia de una determinada ofensiva hay militares con el parche de la 47 Brigada Mecanizada. Este es uno de los regimientos estrella de Ucrania, el primero que fue compuesto enteramente por tropas formadas en Europa y con armamento de la OTAN. Allí donde está la 47, hay una operación en marcha de importancia estratégica de primer orden para Ucrania.
A un paracaidista se le puede escapar este contexto, a no ser que se haya documentado antes ampliamente. Como también puede confundirse si se entrevista solo con soldados de la 47. La edad media de estos es claramente más baja que la de la media de la tropa ucraniana. La 47 tenía que ser una brigada modelo para el futuro, por lo que ha intentado ser formada con hombres y mujeres más jóvenes. El ucraniano es el ejército más viejo del mundo. En 2024, la edad media de sus tropas era de 42 años. El de Estados Unidos, 28 años. ¿Es importante que la edad media de las tropas ucranianas sea tan elevada? Lo es porque dice muchas cosas de esta guerra. Entre otras, te da la respuesta al principal problema militar que tiene Ucrania, y es la falta de soldados. Desde hace más de un año, prácticamente ni el tato quiere ir a la guerra, y la respuesta no está solo en el frente.
Hay una enorme diferencia entre el compromiso patriótico de los jóvenes de 20 y 30, y los ucranianos que superan los 40 años. Aquellos que nacieron en la Unión Soviética y que vivieron la independencia de Ucrania tienen más compromiso que los jóvenes que no lo hicieron. La barrera de edad la marcan los que participaron en el Maidán, la revolución que hace 11 años derrocó al presidente prorruso Yanukóvich. Los de más edad tienen más claro qué tipo de amenaza es la Rusia de Putin, porque ya experimentaron un régimen violento sin libertades. Pero estas diferencias tan importantes no las descubres en el frente. Las descubres yendo al mismo peluquero de Kyiv durante todos estos años.
De repente empieza a haber una inusual rotación de personal y a contratar a más mujeres. O empleados como Viktor, que deja la peluquería y te revela que ha encontrado otro sitio en el que trabajar cerca de su casa para evitar tomar el metro, que es donde hay más patrullas de reclutamiento. Moviéndote por la capital descubres que hace dos meses han abierto en determinada calle del centro una oficina de reclutamiento, las famosas TCK. Esto quiere decir que el proceso de movilización ya funciona a todo trapo en las grandes ciudades.
Hasta finales de 2024, el reclutamiento obligatorio se centraba en zonas rurales. Allí es más fácil encontrar a los hombres en edad de servicio, aunque también hay un argumento político detrás de ello: el malestar social siempre es más peligroso para el poder cuando crece en las grandes ciudades. Y hay otra razón, que tiene que ver con un problema endémico de Ucrania, la corrupción. Los sobornos en las oficinas de la TCK, para librar a alguien del servicio militar, están extendidísimos, pero sobre todo en ciudades, que es donde el poder adquisitivo es más elevado. Son recurrentes las noticias sobre esta corrupción en los medios de comunicación ucranianos. Puedes saber de ello siguiendo la actualidad en estos medios, pero también estableciendo amistades locales, que te dan cuenta de tal o cual familiar que, pagando de media 5.000 euros, le han dejado marcharse de la TCK sin ser incorporado a filas.
Hay otras cosas que fácilmente escapan a los paracaidistas. Lo habitual es que los periodistas estén unas pocas semanas en Ucrania cada equis meses, y en viajes maratonianos en los que priorizan recorrer el frente. Si puedes ir más allá de esto, entonces tienes tiempo para consolidar amistades que te inviten a fiestas privadas, sean en pisos humildes o ricos. Y en estas reuniones, tras los preceptivos lingotazos de vodka, te dan el detalle de aspectos cotidianos de sus vidas, como lo jodido que está conseguir droga porque las patrullas de la TCK priorizan pillar a los clientes del camello de turno.
Antes era relativamente fácil porque en Ucrania, como en Rusia, pintados en paredes, puedes toparte con nombres de usuarios de telegram. Son dealers. Los contactas, pides lo que quieres, transfieres el dinero por el bizum local y a tal hora en tal papelera de este parque, o entre los matorrales de tal punto del parque, tendrás tu bolsita con lo que hayas comprado.
Este sistema de trapicheo, con la guerra, prácticamente ha muerto. O bien la patrulla de reclutamiento, que siempre va acompañada por la policía, se hace pasar por cliente y sorprende al camello, o pacta con el camello que este siga con su negocio para apresar a los clientes. La patrulla se lleva al tipo detenido y le plantean que, o va al ejército o a prisión. La mayoría prefiere ir al ejército con la esperanza de que no sirvan de infantería en primera línea.
Consecuencias visibles e invisibles
Las consecuencias de la guerra las puedes detectar si visitas empresas agrícolas en las que a duras penas tienen mano de obra porque los empleados han sido alistados. También aprendes que estas empresas incorporan a accionistas que son veteranos de guerra, porque la ley concede a estos veteranos la posibilidad de adquirir a precio de saldo campos agrícolas de titularidad pública.
Lo mismo sucede si visitas las cuencas mineras. Ahora se habla mucho de estas minas, porque Donald Trump quiere controlar los recursos naturales de Ucrania. Lola Hierro estuvo durante una semana desplazándose a varias minas y hablando con expertos. Y comprobó que la mano de obra está diezmada y que la industria minera está desfasada y anticuada. De hecho, fue Zelenski quien propuso a Trump en septiembre de 2024, cuando el republicano era candidato, que Estados Unidos invirtiera en la explotación de minerales estratégicos a cambio de apoyo militar. Zelenski le dio la mano y Trump le agarró el brazo entero. Pero si separas el ruido de lo profundo, como hizo Lola, entonces expones que en el sector minero están encantados si los estadounidenses fuerzan con su dinero y poder que se modernice su industria.
Solo sumergiéndote en una sociedad descubres de veras lo que es esa sociedad. Hay compromisos que el corresponsal de guerra estereotípico puede considerar aburridos, como asistir a conferencias de empresarios o a cenas con gente pija. Pero ahí visualizas el traspaso de activos industriales a las provincias occidentales, las más seguras, más lejos de Rusia, y la enorme diferencia de perspectivas económicas entre el este y el oeste. Es determinante para el sentir sobre la guerra dentro de la sociedad ucraniana: las encuestas delatan que en el este son más partidarios de terminar como sea la guerra y que la pesadilla se acabe ya.
El oeste vive en una realidad diferente y descubres una y otra a través de cosas tan banales como ir a pescar al río Dnipró, a nadar a mi piscina municipal, a buscar setas… o haciendo el ganso en Tinder. He ido dejando de utilizarlo porque es como en los videojuegos, que al final uno se cansa, pero lo que aprendía era tan bueno que incluso una amiga, alta funcionaria de Naciones Unidas y responsable de políticas de género en Ucrania, me suplicaba que le diera cuenta de ello.
He conocido a mujeres que querían solo citarse con extranjeros, pese a que son pocos hoy en Ucrania y pese a que con estos no ven posibilidades de una relación a largo plazo porque más pronto que tarde regresarán a sus países. Pero preferían a los extranjeros porque los hombres ucranianos pedían que se desplazaran ellas a su barrio, en vez de quedar en algún sitio bonito y romántico del centro, porque tenían miedo de tomar el transporte público y ser reclutados.
Mantuve una breve relación con la propietaria de una empresa de casinos online que había hecho fortuna durante la guerra, porque la desesperación lleva a la gente al juego. Sobre todo los soldados, que tienen muchas horas muertas y sueldos muy buenos para la media ucraniana, metían este dinero en tragaperras y similares de internet. La mujer estaba desolada porque coincidiendo con nuestros encuentros, el Gobierno había aprobado una ley durísima que restringía el gasto en estas aplicaciones, precisamente para evitar que los militares se arruinaran.
He chateado con mujeres que admitían que descartaban de entrada en Tinder los perfiles de soldados porque creían que regresan sonados de la guerra. Me cité con una de ellas, más o menos de mi edad. Hubo una segunda cita y una tercera. Y en la tercera, ella se derrumbó. Me confesó que estaba casada pero que necesitaba sentirse deseada porque su marido, que había vuelto de la guerra con una grave lesión y estrés postraumático, no quería saber nada de ella. La rechazaba. Y así había estado seis meses hasta conocernos. Rompió a llorar y me pidió perdón por haberme utilizado, según ella. No creo que la señora volviera a tener otras citas, pero sentí un gran pesar por ella y por él. Y los cientos de miles de parejas que pasarán por lo mismo.
La mayoría de la ciudadanía tiene Telegram como primer canal de información, según estudios demoscópicos. Los periodistas seguimos en Telegram a medios de comunicación, a cuentas militares rusas y ucranianas, a políticos… Pero hay otro Telegram, el de las cuentas de ocio y de todo tipo de absurdeces. Y en estas cuentas empecé a ver, creo que fue hace dos años, que los usuarios pasaban enlaces para descargarse pirata una nueva serie de televisión, Slovo Patsana.
Trata de bandas criminales adolescentes en una ciudad de provincias en los últimos años de la Unión Soviética. Hasta aquí, todo normal. ¿Verdad? Pues no, no es normal, porque Slovo Patsana es una serie rusa. Y no solo eso, durante unos meses fue la serie más vista en Ucrania, pese a que no se emitía por plataformas o por medios legales. Esto lo sabían los medios de comunicación que se hicieron eco de la polémica porque las canciones de su banda sonora eran las más escuchadas en Ucrania en aplicaciones como YouTube Music y Spotify. Y es que, en buena parte, la juventud ucraniana tiene otra aproximación patriótica a la guerra. Ellos también odian a Rusia, es inevitable, les ha jodido la vida, pero no tienen tantos remilgos en consumir sus productos audiovisuales en ruso. Ir a conciertos, al cine o echar un vistazo a las plataformas de televisión ucranianas es muy útil.
Mi cine favorito de Kyiv es el Zhovten, Octubre, una sala en el barrio más progre de la capital, Podil. En diciembre fui a ver Redacción, una película interesantísima entre el surrealismo y la denuncia social. La película retrata el submundo corrupto de una ciudad de provincias y en la que los únicos buenos son los activistas que surgieron del Maidán y ayudan al ejército en la guerra del Donbás. Gracias a la película uno puede comprender, sin necesidad de entrevistas sesudas, la importancia de aquel movimiento y de lo que nació a partir de él: nació un idealismo que mira a la Unión Europea y al futuro, y que contrasta con el sistema podrido y corrupto heredado de la Unión Soviética.
Redacción tiene pinceladas evidentes de la literatura de Serhiy Zhadan, que es un artista icónico de la Ucrania que lucha por su independencia en esta guerra. Él es de la provincia de Lugansk, ocupada ahora por Rusia. Zhadan es famoso, da entrevistas, es hiperactivo en redes sociales e incluso sirve en una brigada del ejército. Pero si de verdad uno quiere saber lo que representa Zhadan, sin duda debe leer sus novelas, su poesía y escuchar su música. Zhadan es importante porque simboliza la transformación de la mayoría de la sociedad del este de Ucrania: de su proximidad identitaria con Rusia al despertar de una nueva identidad nacional ucraniana.
Mi última lectura ha sido Estudio de campo del sexo en Ucrania, de la conocida escritora Oksana Zhabuzko. Es una novela y tiene muy poco que ver con el sexo. Relata la vida, en los primeros compases de la independencia de Ucrania, a principios de los 90, de una mujer que tiene que emigrar, como tantos otros millones de ucranianos y que se conjura para mantener encendida la llama de la lengua ucraniana. Es una novela que ilustra el camino que ha seguido la rehabilitación del ucraniano tras siglos de represión rusa, y también ilustra la semilla del nacionalismo ucraniano que está impulsando el fortalecimiento cultural de hoy, a costa de enterrar parte de su patrimonio. Otra víctima de la guerra.
Mi madre en Ucrania
Y vuelvo por fin a mi madre en Ucrania. Podría ser una buena periodista. Se llama Ares (es el nombre de una virgen del alto pirineo aranés y catalán) y es honesta, lee a diario y tiene una curiosidad sin límites. ¿Por qué hay tantos anuncios de estomatólogos en Kiev? ¿A dónde van los escombros de tantos edificios destruidos? ¿Por qué los bombones de la empresa del expresidente Poroshenko son tan buenos y baratos? ¿Por qué conducen tan mal los ucranianos? Cada pregunta suya, y créanme, había momentos en que era agotadora, me obligaba a buscar respuestas. ¿Por qué por sistema no respetan las normas de tráfico más elementales? Pues una razón puede ser que la enorme mayoría de los permisos de conducir que se expiden son sin pasar exámenes: pagas un soborno al examinador, y ya puedes salir a la carretera.
¿Por qué en la ciudad de Berdíchiv solo hay como recuerdo de Vassili Grossman una pequeña placa en el edificio donde vivió? Mi madre ha leído Vida y Destino, una de las novelas monumentales del siglo XX, censurada en la Unión Soviética, marginada como su autor. Grossman se trasladó a Moscú y escribía en ruso. Jamás olvidó a su patria, Ucrania, defendió su identidad en otros libros suyos censurados, pero eso no es suficiente en estos tiempos tan complejos y Grossman difícilmente será aceptado en el canon literario ucraniano.
Fuimos con mi madre a Zhovkva, el pueblo en la provincia de Lviv en el que se desarrolla parte de otro libro colosal, Calle Este-Oeste, del británico Philippe Sands. Sands relata las vidas de los dos juristas de esa región que definieron los conceptos de genocidio y crímenes contra la humanidad. Pese a ser defensor sin fisuras de Ucrania ante la barbarie de la invasión, no es bien visto en Zhovkva. Porque Calle Este-Oeste ilustra que los crímenes contra los judíos durante la II Guerra Mundial también tuvieron la colaboración local. Eso no solo fue en Ucrania, pero en Ucrania hay un trauma, un bloqueo emocional con esta cuestión. Al fin y al cabo fue en Ucrania y en Polonia donde el Holocausto fue más salvaje. Pero eso no lo contemplas de forma completa hasta que no visitas Zhovkva y te plantas, desolado, frente a la sinagoga local, en ruinas pese a que fue durante siglos una de las más imponentes de la Europa del Este.
En esos paseos con Ares miré a través de sus ojos, los de un testimonio ajeno a todo aquello: su incredulidad en las gradas del estadio de fútbol de Irpin todavía marcadas por los combates al inicio de la invasión, con los agujeros que dejaron los morteros en el césped artificial ahora reparados de forma chapucera, y los niños jugando sobre él. O cómo se acostumbró Ares enseguida a las alarmas antiaéreas en Kyiv, o cómo andaba por la calle escrutando con compasión las caras de los jóvenes que se cruzaba, para determinar cuáles podrían sobrevivir en el frente y cuáles era mejor que no los reclutaran.
Mi conclusión es que estas especialidades, la del corresponsal de guerra, la del reportero de guerra, la del fotógrafo de guerra, son conceptos incorrectos tal y como los hemos teorizado hasta hoy. Un periodista debe saber trabajar en un pleno de ayuntamiento, en un desahucio, en una conferencia sobre un hallazgo arqueológico, en una investigación sobre corrupción, en una carrera ciclista… A un periodista que está en una guerra le debería motivar por igual ser corresponsal en Aragón o dedicarse a la información medioambiental. No basta la adrenalina de seguir a los soldados bajo las bombas en primera línea de frente. Para desempeñar bien este trabajo, hay que abrir todo lo posible el gran angular y desmarcarse de la clasificación clásica del corresponsal de guerra.
*Cristian Segura cubre la guerra en Ucrania para El País desde 2022