Pilar Adón: de víctimas y monstruos
Las iras — Pilar Adón
Galaxia Gutenberg (Barcelona, 2025)
La autora viene construyendo un mundo narrativo cada vez más matizado y complejo, en que los temas y motivos se reiteran, al servicio de historias que siempre nos aportan matices diferentes. Así, podríamos hablar, ella misma lo ha señalado, de la falta de amor, de la orfandad y la traición. Los personajes, que a veces no consiguen distinguir la ficción de la realidad, como ocurre —por ejemplo— en el microrrelato Masacre, se trasladan para encontrarse en un nuevo espacio, en el que la naturaleza y los animales tienen una presencia significativa (por ejemplo, en Llámame mamá se lee: "Amar a los perros. Querer a los perros como no se quería a ninguna persona próxima o lejana", página 45), y apenas nunca falta una casa que adquiere protagonismo.
Las iras es un libro compuesto por narraciones breves, o muy breves, hasta un total de 18, de las cuales, 12 son cuentos, el más extenso tiene 25 páginas, y 6, microrrelatos. Diría que nos encontramos, por tanto, ante dos tipos de estructuras distintas, ante dos dimensiones e identidades narrativas diferentes.
Casi todos ellos, no es así en los microrrelatos, aparecen divididos en partes numeradas, y están narrados en tercera persona. Fíjense en la peculiar partición y composición de Evanescente, subdividido entre Lo animal y Lo vegetal, y algunas de sus diferentes partes se componen solo de una o dos líneas, donde se cuenta la lucha en el vientre materno de dos hermanas nonatas, mellizas o gemelas. Suelen estar protagonizados por mujeres jóvenes, seres atormentados que, tras sufrir alguna experiencia traumática, necesitan aislarse, por lo que intentan reconducir su vida en un lugar distinto, construirse un hogar propio en el que encontrar la felicidad. Aunque esas palabras grandilocuentes, gastadas por el uso abusivo que se ha hecho de ellas, no suelen aparecer en estos relatos. Pero el hecho de que las protagonistas sean mujeres no cambia el sentido último de las historias. Carecen de referentes precisos y son producto de las impresiones y sensaciones, no sabemos si objetivas, del narrador. El caso es que tan importante resulta lo que se cuenta, como aquello que se elude, invitando a los lectores a hacerse preguntas, a especular sobre lo sucedido.
A la dedicatoria general a su madre, "que le dio forma al árbol" (supongo que se refiere al árbol de los cuentos, a la imaginación, a los libros), se suman las tres citas iniciales, de María Zambrano, Mary Shelley y Emily Dickinson, en las que encontramos algunos de los componentes que tendrán protagonismo en los relatos: "hija soy del error", "el monstruo que soy" y la referencia al perro. Podría decirse, como ocurre siempre que las citas están bien escogidas, que estos paratextos son el primer indicio, el primer nivel de sentido de las historias que van a contarse.
Además, la peculiar prosa de Pilar Adón, que se vale a menudo de la retórica, de los procedimientos más propios de la poesía, suele alimentarse de referencias y citas, incrustadas en el texto (lo que los teóricos han llamado intertextualidad) de autores muy diferentes: Garcilaso (la Egloga II) (página 34), quizá Valle—Inclán (página 41), y el evangelio de San Mateo. Y son solo las que yo he detectado. Pero, además, se cita a Novalis, Wordsworth, Coleridge y Balzac. Así, por ejemplo, Llamamé mamá transcurre en un internado, en el que una niña desea que la señora Muir la adopte, cuyo apellido debe proceder de la protagonista de la célebre película de J.L. Mankiewicz, El fantasma y la señora Muir; mientras que lo que se cuenta en "Tyto alba" recuerda La noche del cazador (1955), la película de Charles Laughton, pues una mujer se marca en el cuerpo la señal de la cruz, por lo que acaban internándola. Por su parte, En el paramo tiene su origen en Jane Eyre (1847), la novela de Charlotte Brontë; y también se alude a la película Fort Apache (1948), de John Ford. Además, encontramos referencias al salmo 7; al evangelio de San Lucas y al Génesis, cuya cita podría haber formado parte de Primera memoria, de Ana María Matute, al evangelio de San Mateo (16: 26).
Podría decirse que hay algo de kafkiano en estas narraciones; pero El sacrificio diría que tiene ribetes beckettianos. El caso es que junto a la llamada alta cultura, también aparecen chistes populares, o se transforma un conocido refrán (De fuera vendrán y de tu casa te echarán) en el título de uno de los cuentos (A tu casa vendrán).
Dado que no puedo ocuparme de todas las narraciones, como me gustaría, voy a centrarme en unas pocas que me parecen significativas. El libro se abre con un cuento, Sublimación de los afectos, en el que la narradora es una mujer innominada que cuida de Liu, de 11 años, por encargo del padre de la chica. Viven en una casa aislada, para que la niña se recupere de la depresión que ha sufrido, causada por la muerte de su mejor amiga, ahogada en un pozo. La cuidadora espera que la chica le cuente algo, no sabemos qué, aunque teme que la tire al pozo de la casa. En el desenlace, quizá con ecos de Henry James, permanece la duda de que si no fue la propia Liu quién precipitó a su amiga al pozo.
Empieza dulce mundo consiste en una relectura de la historia de Caín y Abel, que volveremos a encontrar en el microrrelato En el nombre de la hija. Pero, en esta primera ocasión, las protagonistas son dos hermanas, hijas de Adán y Eva. La narradora fue la primera en nacer fuera del jardín, sobrevive y huye, condenada a vagar por el mundo, hasta conseguir llegar a Nod, un lugar situado al este del Edén, "paraíso en el que habitaban todas las bestias del campo y todas las aves del cielo" (página 30). El suceso lo vive el personaje como consecuencia del destino, de la fatalidad. La narración tiene el fraseo y algunos de los componentes habituales de los relatos bíblicos, como quedarse con la quijada en la mano tras matar a su hermana. Así, el relato de los orígenes, según la tradición católica, no cambia, pero sí el género de los protagonistas del primer crimen, sin que por ello observemos diferencias significativas.
En Primera sangre se relata el grave conflicto que ha provocado el pianista Heinrich Richter, quien ha dejado embarazada a su propia hija, la única que ha sobrevivido de su descendencia. Esa niña nonata es la narradora (en Rabos de lagartija, de Marsé, el narrador es un personaje nonato), quien incita a su madre a abandonar a Richter, a huir, para que no vuelvan a hacerle daño, a "alejarse de esta casa de piedra que es una jaula" (página 32). La alienta también a ello el anciano, la única persona de la zona que sigue poniendo los pies en la casa, pues una vez a la semana les lleva comida.
Se cuenta en El sacrificio la relación entre dos íntimas amigas: "la mayor" y Adita. La narración parte de una conocida expresión absurda que se daba como respuesta a la pregunta `dónde está tal...´: `se la ha llevado un perro en la boca´, en el sentido de vaya usted a saber... El relato tiene algo de beckettiano, aunque este narrador sea más charlatán. Al final, el dicho se convierte en una metamorfosis.
"Roca blanca, fondo azul" es la narración más extensa del conjunto, que Masoliver Ródenas destaca, en su reseña de La Vanguardia, con razón, como la pieza central del libro. Es la única que lleva una significativa cita inicial, de Simone Weil: "La felicidad no está ligada a la inocencia". La narración, en tercera persona, empieza cuando una mujer llega a una tierra nueva que no se deja tratar, fría en invierno y calurosa en verano, y decide acotar un terreno y construirse una casa para guarecerse en ella. La llamará Betania, "en honor a la resurrección" del personaje, nombre que les resultará familiar a los lectores de Pilar Adón. Allí convivirá con la naturaleza y los animales, cuya compañía —la de los insectos, en especial— no siempre le resulta grata, y con sus miedos (página 110). La soledad la lleva a conversar con ella misma. Encuentra en un vertedero algunos de los objetos que necesita para vivir y construir la casa. Se acostumbra a lidiar con el cansancio y la soledad, a luchar "por vivir más y vivir mejor". Desea tener un perro que le haga compañía y lo tendrá, pero mientras que eso ocurre, piensa en Bendigo, que es como lo llamará. En novelas recientes de Sara Mesa, Un amor, y Sabina Urraca, Celos, nos encontramos también con mujeres jóvenes que empiezan una nueva vida solas en el campo.
A lo largo de la historia, la protagonista tiene dos encuentros que diríase que marcan la estructura y el desarrollo de la narración. Así, en un momento dado, se le aparece una chica con el pelo empapado que la mira en silencio, a la que "le gustaría acercarse y pedirle perdón, decirle que no quiso hacerlo", aunque —a ciencia cierta— ni sabremos quién es, ni por qué quiere disculparse (páginas 117 y 118). Sí se nos dice que esa chica se burló de su padre (a quien la protagonista añora, querría volver a verlo y oír su voz), por lo que "tuvo que hacerlo", sin que sepamos qué, quizás empujarla a un pozo, aunque "para los demás el monstruo acabará de encarnarse en ella" (páginas 123 y 124). De este modo, el relato conecta con "Empieza dulce mundo". Pero lo que sí confiesa es que, con el tiempo, ha aprendido a templar su carácter, a moderarse, a controlar sus accesos de demencia; y que esa chica existió de verdad "y que alteró su vida para siempre" (página 118). Quizá, por ello, estuvo en un centro de internamiento (¿un reformatorio, acaso un manicomio?) en el que los tutores y profesores que tuvo la formaron bien, sin más precisiones.
Antes de que se produzca el segundo encuentro, oye disparos y voces de dos mujeres, una de ellas se presenta a caballo y le preguntas si es de allí. Pero no solo no le pone inconvenientes para que se instale en el lugar, sino que también le regala un perro, el tan deseado Bendigo. No llegamos a saber de dónde proviene la protagonista, qué la ha llevado hasta ese lugar, ni que culpa trae consigo, aunque recuérdese la cita de Simone Weil. Al final, sabremos que, a pesar de todos los pesares, su aspiración —que es la de todos— consiste en alcanzar la serenidad, en ser feliz. Aunque en el párrafo final, le surge una duda a la protagonista: "qué sucedería si se aproximara a ella (...) y la empujara otra vez. Si decidiera liberarse de esa presencia, de quien no está allí y a la vez sigue estando, ¿volverían a tratarla como a un monstruo? ¿Volverían a encerrarla?" (página 134).
No quiero acabar el comentario sin llamar la atención sobre la intertextualidad (las citas de Isaías 44:3, y la clásica oración de Mateo 8, 5—11; la referencia a la canción de Woody Guthrie, Esta es tu tierra; y a unos versos de Bukovski, de El amor es un perro del infierno); sobre la ruptura con el tiempo tradicional, pues el presente narrativo se proyecta a veces hacia el futuro; y sobre una de las peculiaridades de su estilo, basado a veces en unas repeticiones de estirpe poética que le imprimen a la prosa, en algún pasaje, un cierto ritmo (Puede observarse, por ejemplo, en las páginas 110, 116, 117 y 118).
Sea como fuere, al contar lo estrictamente imprescindible, a partir de la dosificación los pocos datos que se nos va proporcionando, nos obliga a hacer suposiciones, a especular sobre los sucesos que apenas se nos cuentan, en una narración en la que pesa mucho el pasado, ciertos ritos de paso, pero que nos ilustra mucho más sobre el presente de la protagonista.
Qué sentido tiene el título del conjunto, por qué las iras, que no es el título de ningún cuento, pero que se repite en varios de ellos, cuando el conjunto de las narraciones está muy avanzado (páginas 110, 118, 124, 127, 146 y 151). Las cuatro primeras referencias aparecen en "Roca blanca, fondo azul" y en ellas se alude a la ira que siente la protagonista, a "los mandatos de la ira", aunque sea consciente de que debe controlarla y no dejarse arrastrar por ella. En el microrrelato "En el nombre de la hija", la narradora protagonista se siente una "mensajera de la ira, De su ira, quizá", en referencia a la de su padre. Y, por último, en "Elle est belle, le monstre", la protagonista confiesa que "la ira se revelaba en mí como la perfecta manifestación de uno de los siete u ocho vicios malvados". Son sentimientos frecuentes en los relatos bíblicos, en los evangelios, que se citan o aluden en varias ocasiones, como he señalado. En suma, como le comenta a Nuria Azancot en una entrevista, la ira "surge ante las traiciones y la desobediencia de los hombres".
La ilustración de la cubierta está muy bien escogida, pues el de esa joven podría ser el aspecto de alguna de sus protagonistas. O, al menos, yo lo he sentido así.
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El caso es que las protagonistas de estas narraciones suelen estar solas, aislarlas es la manera de que puedan ser libres, pero sienten inquietud, ansiedad, e incluso a veces miedo, y buscan la compañía de los animales y la identificación con una naturaleza en estado salvaje, que puede llegar a ser un personaje más. Se trata, en suma, de lograr otro tipo de libertad, aunque a veces no llegamos a saber, a ciencia cierta, qué les ha pasado, qué les ha llevado a esa nueva situación, pues siendo víctimas pueden convertirse en monstruos, en asesinas.
Pilar Adón, valiéndose de temas y motivos que se reiteran, con sus correspondientes variaciones, se ha creado su propia tradición. Este libro confirma, si es que acaso era necesario, que entre los nuevos nombres surgidos en el siglo XXI, ella es uno de los pocos imprescindibles, pues leyendo sus inquietantes narraciones, observando el universo simbólico en el que transcurren las distintas historias, tenemos la impresión de que sabe adónde quiere llegar y qué camino debe transitar para lograrlo.
* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.