La novela española en la Historia

Contar España. Una historia contemporánea en doce novelas - Jordi Canal

Ladera norte (Madrid, 2024)

 

Quienes quieran saber de qué modo los novelistas contemporáneos se han valido de la Historia para componer sus ficciones, este libro les interesará y les ayudará a comprender mejor un puñado de buenas novelas. Está formado por un Prefacio, doce capítulos y una selecta y útil bibliografía. En cada uno de ellos, se analiza una novela que podría ser representativa de una época o que ficcionaliza un momento histórico significativo. La más antigua, El 19 de marzo y el 2 de mayo, incluida en la primera parte de los Episodios nacionales de Galdós, fue publicada en 1873, definida por Jordi Canal como "la gran novela clásica sobre la España de 1808 y el Dos de Mayo" (página 40); y la más reciente es Patria (2016), de Fernando Aramburu. Se abarca, en suma, un período de casi 150 años en los que la historia y la ficción aparecen maridados.

Junto a las citadas, se analizan novelas de Unamuno (Paz en la guerra, sobre el enfrentamiento entre carlistas y liberales y el sitio de Bilbao, pudiendo ser leída, según Jordi Canal, como el adiós a un mundo); Emilia Pardo Bazán (Los Pazos de Ulloa, en la que se ocupa de la pervivencia del caciquismo); el P. Luis Coloma (Pequeñeces, novela aristocrática, de tesis, moralizante, antecedente de la novela católica, subgénero que tuvo una cierta vigencia en la postguerra, con narraciones como la de Gironella, que trataremos); Pío Baroja (Aurora roja, sobre la violencia anarquista, con paralelismos con otras novelas de la época, de Conrad o Chesterton); Ramón J. Sender (Imán, sobre la guerra de Marruecos, una de las novelas contemporáneas preferidas de Chirbes, en la que no importan tanto las imprecisiones históricas, y hoy apenas, sino la dimensión humana de la guerra, el antimilitarismo del autor, como recuerda Jordi Canal; si bien se echa de menos un breve comentario sobre las extrañas relaciones que mantuvo con Carmen Laforet, pues definen al personaje); José María Gironella (Los cipreses creen en Dios se escribió como respuesta a Max Aub: cuando el autor catalán hace esa confesión, Aub había publicado por entonces Campo cerrado, 1943, y Campo de sangre, 1945, quien —a su vez— consideró falsa y de escasa calidad literaria la obra que tanto éxito tuvo en el interior), Max Aub (Campo francés, se trata de una novela para ser vista, sobre el éxodo de los exiliados a Francia en 1939 y 1940, y las humillaciones a que fueron sometidos los republicanos); Jorge Semprún (Veinte años y un día, una de sus pocas obras escritas en castellano, cuya acción transcurre en 1956, sin perder de vista 1936, entre el franquismo y el antifranquismo); Javier Cercas (Anatomía de un instante es, según Jordi Canal, la obra clave sobre el intento de golpe de Estado, un momento entre trágico y grotesco de la Transición) y Rafael Chirbes (Crematorio trata de la corrupción inmobiliaria, pero, además, cuestiona los valores de su propia generación, incluso los que él mismo había defendido).

Algunas de ellas se han convertido en clásicos imprescindibles para entender la historia de la novela española: los Episodios Nacionales de Galdós, Los Pazos de Ulloa (1886), Imán (1930) o la serie de los Campos de Max Aub. Habrá que esperar para ver si Anatomía de un instante (2009), Crematorio (2007) o Patria, ya citada (sobre el mundo de horror que implantó ETA y los sufrimientos de la víctimas del terrorismo), adquieren la condición de clásicos con el paso del tiempo. No deja de ser curioso que todas las personas que conozco que cuestionan la novela de Aramburu sean bien nacionalistas vascos o catalanes, bien simpatizantes de Podemos, Sumar o alrededores. En cambio, novelas de mucho éxito de ventas en su momento, como Pequeñeces (1891) o Los cipreses creen en Dios (1953), han perdido vigencia porque apenas gozaron de estima literaria, y la ideología conservadora, acomodaticia, ha acabado ahogándolas.

Si Jordi Canal también hubiera tenido en cuenta la narrativa breve, no deberían haber faltado los relatos de A sangre y fuego (1937), de Manuel Chaves Nogales; así como los Cuentos sobre Alicante y Albatera (1985), de Jorge Campos; o Largo noviembre de Madrid (1980), de Juan Eduardo Zúñiga, por solo citar unos pocos títulos importantes. Recuérdese, a propósito de la espinosa cuestión de los géneros, que Anatomía de un instante cuesta trabajo leerla como una novela; no en vano, en la contracubierta (¿obra del autor?) se define como "un ensayo en forma de crónica o una crónica en forma de ensayo". Por mi parte, me atrevería a definirla como una crónica que se vale de los procedimientos habituales de la ficción.  

El orden en que aparecen los análisis de Jordi Canal, no es el de la fecha publicación de las obras, sino el de los acontecimientos históricos a los que se refieren las distintas ficciones. Si nos fijamos en esas fechas, es fácil observar que hay una cierta continuidad, pero también algunas lagunas notables, como ocurre entre 1904 y 1930, 1930 y 1953, y entre 1965 y el 2003. Constato que aparecen cuatro obras del siglo XIX, otras cuatro del XX (tres de ella de autores del exilio republicano español: Sender, Aub y Semprún), y tres novelas del siglo XXI. Me imagino que se trata de un equilibro buscado. Por lo que se refiere a la ideología de los autores, aunque creo que a la mayoría de ellos podría tachárselos de progresistas, tampoco faltan los conservadores, anarquistas y escépticos de diverso pelaje, además de aquellos cuyo pensamiento político evolucionó hacia posiciones distintas a lo largo de su vida, como les ocurre a no pocos de ellos.  

Es importante no olvidarse de que, salvo la obra de Cercas, son ficciones, no documentos históricos y, como tales, deben analizarse y valorarse, por mucho peso que pueda tener en ellas la Historia. Sin embargo, en algunos casos, el contexto acaba importando más que el análisis de las novelas, aunque a mí no me molesta si lo hace alguien tan preparado como el autor del libro que me ocupa. En este sentido, el Prefacio del autor es imprescindible, atinado y utilísimo, para saber a qué atenernos. En doce páginas, hace un alegato en favor de la lectura de novelas; una práctica que debería ser imprescindible para los historiadores. Asimismo, se apoya, aunque no sea del todo necesario, en opiniones de filósofos, historiadores y prestigiosos autores de ficción, como Marta C. Nussbaum, Carlo Ginzburg (hijo de Natalia y Leone Ginzburg, y autor de El queso y los gusanos), Roger Chartier, Isabel Burdiel, Marc Bloch, Mario Vargas Llosa, Milan Kundera y Sergio Ramírez ("Historia y literatura son hermanas siamesas", precisa el nicaragüense, página 17).

Otra cosa, a mi entender, son las denominadas novelas históricas, que en España es un género que ha dado poco de sí, con las excepciones que se quieran, y que como señala Jordi Canal, "resultan, casi siempre, las menos interesantes para el historiador lector de novelas" (página 17).

Me atrevería a añadir que no menos imprescindible, e incluso más, debería ser el conocimiento profundo de la Historia para los estudiosos de la literatura. El caso es que debemos ser conscientes de que ni la literatura miente, cuando es verdadera (el autor nos recuerda lo que Galdós escribió al comienzo de Trafalgar: haré lo posible para que mi relato sea verdadero; mientras que Max Aub, quien definió sus obras como "mentiras de verdades", le reprocha a la novela de Gironella precisamente su falta de verdad) y, por tanto, la literatura puede resultar una fuente de conocimiento del pasado y del presente; ni la historia nos cuenta siempre la verdad de los sucesos ocurridos.

Si pensamos en los reconocimientos más importantes que cosecharon estas novelas, Los cipreses creen en Dios obtuvo el Premio Nacional de Narrativa en 1953, como Anatomía de un instante y Patria; y esta última y Crematorio también ganaron el Premio de la Crítica. En fin, por fortuna, no siempre los premios se dan al tuntún. Sobre cuántos de estos autores siguen vivos hoy, porque sus obras se leen y se estudian, el asunto puede ser opinable pero, en esencia, diría que excepto el P. Coloma y Gironella, los demás se encuentran en las librerías, casi todos ellos en colecciones de clásicos, los lectores actuales conocen sus obras y son lectura escolar. Así las cosas, la inclusión de estos dos autores en su selección me parece adecuada, porque su mundo era otro, no el imperante en la actualidad, pero sí en otros momentos de la historia. 

A la Bibliografía, ordenada por capítulos, por libros analizados, no hay que ponerle pegas, una vez que el autor nos advierte que "no tiene pretensiones de exhaustividad", como no podría ser de otra manera. Pero, si me permiten que me ponga chinche, podría haber dado la fecha de la primera edición de los libros, no solo la de la edición que ha manejado, y echo de menos alguna que otra referencia. Por ejemplo, los libros de Celia Fernández Prieto (Historia y novela: poética de la novela histórica, 1998, y Contar la vida, novelar la historia, 2022); los volúmenes de J.F. Montesinos sobre la novela del XIX; la referencia a trabajos sobre Schopenhauer y Nietzsche en España (tanto el gran libro de Gonzalo Sobejano, sobre el segundo, como el artículo de Rafael Pérez de la Dehesa, dedicado al primero); pero también debería haber señalado que el demoledor artículo de Mainer sobre la novela de Gironella está recogido en La corona hecha trizas, libro que se cita, aunque Baltasar Porcel y Vázquez Montalbán no la juzgaran con tanta severidad); sobre Campo francés, podría haber tenido en cuenta los prólogos de otras ediciones; y en los comentarios acerca de las novelas del XXI no hubiera estado de más considerar lo que dijeron, en el momento de su publicación, los críticos más solventes. Pero, basta ya de chincherías, pues siento un gran respeto por los trabajos de Jordi Canal, por su valentía y lucidez al poner de manifiesto las mentiras e ilegalidades del procès, que seguro debió de proporcionarle más de un mal de cap.   

El libro está muy bien escrito: aunque se le cuelan algunos palabros, relaciona adecuadamente las novelas con su contexto histórico, a la vez que nos presenta el momento de la historia en el que transcurre la trama, y analiza las novelas con suma pericia. Por tanto, solo queda añadir, en las dimensiones que puedo moverme, que el libro nos deja con ganas de más... Ojalá continúe con este mismo empeño y nos proporcione pronto otros volúmenes semejantes, con títulos y autores diferentes, pero igualmente significativos, en los que no deberían faltar Réquiem por un campesino español (1953 y 1960) o La aventura equinocial de Lope de Aguirre (1964), de Sender; Los hijos muertos (1958), de Ana María Matute, con la presencia de la Guerra Civil y los campos de trabajo durante el franquismo, quizá su mejor novela; La caída de Madrid (2000), de Rafael Chirbes; o Martinete del rey sombra (2023), de Raúl Quinto, Premio de la Crítica y Nacional de Narrativa, por solo sugerir unos pocos títulos que le darían juego. 

Lo que le dijeron a Ullán

Cuando el análisis literario parece, en ocasiones, haber perdido el rumbo en el ámbito universitario, este libro puede servir de modelo de cómo analizar una novela, sin perder de vista el contexto histórico y los valores que acarrea como ficción. Pues, al fin y a la postre, esta obra es un alegato en favor del maridaje entre la Historia y la Literatura, y debe leerse también como una llamada de atención a los historiadores, para que tengan más en cuenta las novelas, y a aquellos estudiosos de la literatura que parecen haber olvidado el peso de la Historia; , algo imposible de concebir en las décadas finales del pasado siglo. En fin, España puede contarse de varias maneras, y una de ellas, y no la menos importante, es a través de sus ficciones, de algunas de sus mejores novelas.  

 

* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.   

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