Mark Rutte, el antiguo aliado de Merkel y Macron que traicionó a Europa por Trump

Donald Trump y Mark Rutte toman asiento al inicio de la Cumbre de la OTAN.

La Haya acogió la histórica Cumbre de la OTAN que sella el compromiso entre los países aliados de alcanzar un gasto en defensa del 5% de su PIB dentro de una década, en 2035, en lo que supone un acuerdo político no vinculante legalmente, pero que contentó las demandas de la Administración Trump para que los europeos “pagasen” más en términos militares.

En realidad, ningún país de la OTAN paga a una caja común, la Alianza no es cómo la UE donde los Estados Miembros realizan una contribución anual que engorda el presupuesto comunitario con el que luego se financian los fondos estructurales, agrícolas o programas conjuntos de investigación y ciencia o el Erasmus de los estudiantes. Cuando el presidente estadounidense habla de pagar, se refiere al gasto militar que según él deben hacer los países europeos para respaldar su seguridad y reducir el paraguas que Washington ofrece al viejo continente.

Inexactitudes que el secretario general de la OTAN podría matizar, pero lo que se ha visto antes, durante y después de la Cumbre es que el actual responsable de la Alianza Atlántica mostraba ostentosas risas y pronunciaba declaraciones aduladoras hacia el líder estadounidense.

“Lo conozco desde hace diez años, es un buen amigo, confío en él y estaba totalmente en lo cierto cuando decía que Canadá y Europa no ofrecían a la OTAN lo que deberían”, explicó con decisión este miércoles Mark Rutte. “Creo que es un hombre de fuerza, pero también un hombre de paz”, definió a Donald Trump el secretario general de la Alianza.

Los halagos de Rutte a Trump, al que considera también “un hombre predecible”, durante la rueda de prensa posterior a la Cumbre de la Alianza no sorprendieron a los presentes. Fueron los últimos en casi una semana cargada de elogios y gestos sobrecargados que han llamado la atención en Bruselas y en numerosas capitales, empezando por la de su propio país, Países Bajos.

Rutte, el adulador

En estos días a Rutte se le ha visto brindar con sonrisa ostentosa al lado de Trump, gesticular amistosamente sentado a su lado en una rueda de prensa, llamarle “papi” y darse palmadas en las piernas mientras el presidente estadounidense explicaba el acuerdo sobre el gasto militar. Pero la revelación de los mensajes enviados que le envió mientras el segundo viajaba en el Air Force One han revelado su personalidad política. La de un superviviente capaz de adaptarse a diferentes interlocutores.

“Felicidades y gracias por tu decisiva acción sobre Irán, ha sido verdaderamente extraordinario. Estás volando hacia otro gran éxito en La Haya... Europa va a pagar a lo GRANDE como debería, y será tu victoria”, escribió literalmente Rutte a Trump. Y el ocupante de la Casa Blanca lo publicó en su red social.

El antiguo primer ministro neerlandés, un político que durante catorce años participó en las Cumbres de la UE junto al resto de líderes de los 27, en los peores momentos de las crisis de deuda, del brexit o la covid, alguien que fue una las principales voces en los debates comunitarios, dejando a los pies de los caballos a sus antiguos socios.

Los mensajes de Rutte a Trump han sido ampliamente criticados en las tertulias de los Países Bajos, donde ha habido periodistas que se han atrevido a preguntar irónicamente en el programa Vandaag Inside del canal de televisión SBS6, si podría respirar porque tendría la boca muy ocupada, en una alusión de claras connotaciones sexuales. En su país, han llamado a Rutte “fanboy” de Trump y calificado sus mensajes como “babosos”, “desagradables” o “vergonzosos”.

“Absolutamente no, no lo estoy en absoluto”, aseguró él publicamente en rueda de prensa sobre si se sentía abochornado por las publicaciones de sus mensajes privados por parte de Trump.

El antiguo primer ministro neerlandés mostraba así sus dotes de supervivencia política maduradas durante los cuatro gobiernos de coalición diferentes que debió diseñar en su país. Y ahora, como secretario general de la OTAN, adula al mandatario de la principal superpotencia por la acción militar autorizada contra Irán y le brinda como victoria personal el acuerdo diplomático entre 32 países aliados. Empleando, además, las mayúsculas como suele hacer Trump en sus mensajes.

Socio de la extrema derecha, amigo de Merkel y luego de Macron

Durante sus catorce años como primer ministro, Mark Rutte ha sido capaz de entablar algunas de las alianzas políticas más extrañas y polarizadores que se recuerdan en las políticas neerlandesa y europea.

En 2010 ganó las elecciones de los Países Bajos por un estrecho margen liderando el partido liberal de centro-derecha VVD. La coalición con los socialdemócratas, con los liberales progresistas y los verdes fue imposible, así que no tuvo problema en virar 180 grados para pactar un gobierno en minoría con los democristianos y apoyarse parlamentariamente con... la extrema derecha de Geert Wilders, el mismo líder antimusulmán amigo de Le Pen, Orbán, Meloni o Vox.

Durante dos años fue una estrella en ascenso, recuperó a su país de la crisis subprime que se había llevado por delante, en los primeros meses, a varios bancos y, gracias a duras políticas de austeridad que cuadraban bien con la moral calvinista neerlandesa, sorteó la crisis de deuda cuando Grecia, Irlanda, Portugal y luego España eran rescatadas. Considerado por la prensa parlamentaria neerlandesa el político del año y en máximos de popularidad, forzó la maquinaria hasta que Wilders le retiró su apoyo. Convocó elecciones, mejoró los resultados de su partido y llegó a una coalición con los socialdemócratas.

El segundo gobierno Rutte estuvo marcado en Bruselas por la figura de su ministro de Finanzas, Jeroen Dijsselbloem, a la postre presidente del Eurogrupo. En las Cumbres, Rutte se posicionaba con la canciller Angela Merkel para exigir ajustes a España o Portugal. En los Eurogrupos, Dijsselbloem lo hacía con el titular de las finanzas germanas, Wolfgang Schauble, para torcer la mano del gobierno griego de Syriza. Llegaron a amenazar con expulsar del euro a Grecia. Y Dijsselbloem, un socialdemócrata, mismo acusó a españoles y portugueses de no reducir sus niveles de endeudamiento y déficit porque se “gastan el dinero en alcohol y mujeres”.

Cuando la crisis pasó, ya llevaba más de un lustro en el poder, empezaba a ser de los veteranos en las Cumbres y realizó un nuevo viraje. Los tiempos en Europa cambiaban y un joven liberal como él llegó a la presidencia de Francia. En Bélgica y en Luxemburgo también había primeros ministros liberales, Charles Michel y Xavier Bettel, mientras Merkel se encaminaba hacia el final de su mandato.

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Era la UE europeísta enfrentada a la extrema derecha derrotada en Francia, y Rutte participaba de ese cordón democrático como si Marine Le Pen no fuese socia de su antiguo aliado parlamentario, Wilders. Macron, Michell, Bettel y él mismo solían terminar el segundo día de las Cumbres europeas en alguna cervecería de Bruselas, líderes de la misma familia política, unidos en parte por la lengua francesa, de la que sólo Rutte se descolgaba.

Hasta que llegó la pandemia y tuvo que realizar un último trabajo en favor de las políticas de austeridad. Merkel había pactado con Macron los fondos de recuperación exigidos por España e Italia, con el temor de que una nueva crisis económica ahora sí se llevase por delante a la UE. Pero alguien debía apretar las tuercas al sur, para no dar un cheque en blanco. En la Cumbre más larga en la historia comunitaria, de jueves a martes, en un julio de sol infernal en Bruselas, Mark Rutte exigió lo indecible para reducir el importe de los Fondos Next Generation y conseguir que la mitad del dinero fuesen préstamos a devolver. Pedro Sánchez tuvo que salir de la sala y amenazar con dejar en evidencia a los 27 mientras los ciudadanos europeos estaban confinados.

Hubo acuerdo, pero en los Países Bajos las cifras de contagios y muertos ponían en cuestión su mandato. Su tiempo expiraba y en la OTAN se abriría en dos años una ventana de oportunidad. Su despedida de la capital comunitaria fue entre fuertes abrazos y alabanzas de Macron delante de la prensa. Los diferentes viajes ideológicos a lo largo de casi quince años le habían granjeado apoyos de toda índole política para ocupar el puesto de Stoltenberg en la Alianza. En Estados Unidos, Joe Biden no objetó su nombre ya que el puesto de secretario general corresponde a un europeo. De La Haya a Bruselas, apenas 150 kilómetros y varios giros políticos.

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