LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Por qué una familia rica con tres hijos puede acceder al bono social eléctrico para familias vulnerables

Librepensadores

Un día cualquiera

Xosé F. Barge

Enciendo el televisor y el presentador de un noticiero prime time habla sobre la mudanza de Trump a la Casa Blanca. “Donald Trump es presidente de los Estados Unidos”, me repito por enésima vez. Es por culpa de Hillary Clinton. Bueno, no es exclusivamente su culpa, pero en gran parte sí lo es.

Hace ocho años, cuando Hillary perdió las primarias frente a Barack Obama, llevaba meses pensando en convertirse en la primera mujer que ocupe la presidencia de los Estados Unidos, y probablemente lo hubiera sido si el primer presidente negro no se hubiera cruzado en su camino. En cualquier caso, cuando Obama se convirtió en el gran kahuna, Clinton no quiso permanecer en un segundo plano. Con el ávido afán de engrosar currículum que la caracteriza, se convirtió en una secretaria de Estado de lo más activa: cerró la mayor exportación de armas de la historia de Estados Unidos –66.300 millones de dólares provenientes, principalmente, de países del Golfo , actores principales en las guerras de Irak, Siria y Yemen–; impulsó la invasión Libia y festejó con desmesurada efervescencia el asesinato de Gadafi mientras se preparaba para una entrevista en televisión; además, recientemente, la fundación Clinton ha suscitado numerosas polémicas que cuestionan seriamente su transparencia y un largo etcétera de cosas que no van a engullir esta divagación. Eso sí, quiero que queden claras mis dudas sobre si Hillary Clinton hubiera sido mejor presidenta.

Miro de nuevo al televisor y el presentador narra la detención de seis personas por descargar y compartir pornografía infantil. Un guardia civil explica que en algunos de los vídeos aparecen bebés que son sometidos a torturas –¿verdad que duele más leerlo que verlo en el telediario? –, otro guardia civil interpela a los espectadores y les advierte que cualquier persona que descargue este tipo de contenidos tiene altas posibilidades de ser detenida.

Joder. Es como mezclar una novela de Bukowski con 1984. Si eres de piel sensible, de a los que todo nos roza, el telediario puede ser una bofetada de brutalidad sobrecogedora.

Ahora aparece Susana Díaz diciendo que Podemos es lo mismo que Donald Trump, así, porque le sale del corazón, porque de la cabeza imposible.

Hay telediario para escribir un libro. Uno largo y aburrido. O para concluir que, definitivamente, nada tiene demasiado sentido.

Nuestra crisis no es en realidad una crisis. Quiero decir, sí lo es en un sentido semántico, pero en absoluto a la imagen de las viejas crisis financieras. No vamos a resurgir de esta crisis con un nuevo periodo de esplendor de las clases medias –por llamarnos de alguna manera–. El cambio en la situación socioeconómica difícilmente nos permitirá dar vuelta atrás. Cambiará, por supuesto, pero no volverá a ser lo mismo.

Siguen pasando los años y esta crisis no termina de irse. Los trabajos no son lo suficientemente buenos ni los sueldos lo suficientemente dignos. Hay mucha gente que lo pasa mal, y otro montón de gente que lo pasa peor de lo que lo pasaba, aunque viva dignamente.

El mundo está descontento y los extremismos siempre han sabido aprovechar muy bien el cabreo poblacional. Y no se confundan, la historia ha dejado de repetirse. Nada tiene que ver Trump con Hitler. La historia de las nuevas tecnologías, los medios de comunicación de masas y en general la televisión –clave en la victoria de Trump– es una historia incontestablemente nueva, pese a que son muchas las personas que llevan años advirtiendo sobre potenciales situaciones como la que ahora, exclamamos, nos pilla desprevenidos.

Hay una parte de mí a la que le aterran los derroteros que está tomando la política y la prensa –especialmente la nuestra–, y otra, siento decirlo, a la que le fascinan. ¿Hasta dónde podemos llegar? ¿De veras seremos capaces de superar los ficticios y distópicos derroteros que inventaron Huxley, London o Moore?

Otra cosa es que en algún momento esté lo suficientemente seguro de querer traer un vástago a este mundo.

Si Trump cumple una pequeña parte de las promesas electorales a las que se ha comprometido, el mundo estará patas arriba en menos que canta un gallo. Al fin y al cabo, aunque la inevitable extinción humana se demore algunos miles de años, nuestra existencia seguirá significando un suspiro para el universo.

Y es que a eso me refería cuando decía que nada tiene demasiado sentido. No de una forma negativa, en plan, tengo que leer a Paulo Coelho para encontrar mi propósito vital, sino desde la aceptación, disfruta de este sinsentido mientras puedas, pues, al fin y al cabo, no puedes hacer gran cosa para cambiar al ser humano.

Xosé F. Barge es socio de infoLibre

Más sobre este tema
stats