¿Libres?

Julen Goñi

Los deseos son los instintos domados, amaestrados, y lo que llamamos "voluntad" surge con la negación de estos en los primeros años de nuestra vida, en lo que se entiende por educación. La voluntad, por tanto, no es una facultad, menos aún innata, sino resultado del encuentro entre el instinto y el obstáculo para su realización. Antes de decir "quiero", hemos querido sin lenguaje y, por tanto, sin reflexión. La fuerza de una mano, un gesto de desaprobación, un tono de voz más elevado, etc. ponen a prueba nuestro instinto y empieza a tejerse eso que llamamos "voluntad". Si lo detienen, si logran anular el impulso hacia su realización, entonces se convierte en deseo. Y cuanto mayor sea el control externo del instinto, menor será el deseo. Y, a la inversa, cuanto menor sea aquel control, mayor será el deseo. 

A las experiencias que ocurren con las personas con las que nos relacionamos en nuestros primeros años, normalmente la madre y, en menor medida, el padre, se irán añadiendo las que tengamos con otras personas, así como el conocimiento de otras experiencias a través de las informaciones que recibimos (escuela, medios de comunicación, amistades…), que servirán para fortalecer los primeros aprendizajes o para ponerlos en cuestión. Nuestras decisiones serán, pues, el resultado de la socialización de nuestros instintos. A tal socialización, tal voluntad.

Las condiciones materiales de vida y las relaciones humanas que tengamos constituyen el hilo con el que se teje la voluntad. Por tanto, cuando juzgamos los actos de una persona deberíamos tener en cuenta esas circunstancias, lo que Carlos Castilla del Pino denominaba la "situación", porque descubriríamos que la libertad que se atribuye a nuestra voluntad no es tal y como nos la han contado desde el liberalismo, para justificar la injusta desigualdad, sino que es fundamentalmente fruto de esa desigualdad

Julen Goñi es socio de infoLibre

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