Nacionalismo y mangoneo
Todos defendemos y tenemos señas de identidad, valores, historia, algunos incluso bandera e himno. Pero no todos somos nacionalistas, pues creemos que el nacionalismo es lo contrario a universalidad y cosmopolitismo. A veces cito el jingoísmo, ese nacionalismo agresivo y exaltado denunciado por Stefan Zweig, Schopenhauer, hasta Trotsky; y otros muchos que identifican nacionalismo con fascismo, imperialismo y capitalismo.
Tambores de guerra, golpeados por los mayores abyectos que ha dado la historia, suenan ahora. Cuando el mundo tendía a conectarse, compartir e intercambiar, surgen los defensores de: todo es mío, o de nadie. Violentan el derecho de gentes; esquilman el patrimonio ajeno y socavan los derechos humanos.
Este continente, madre y padre de la democracia, es atacado por todas partes. Se echa de menos a un Clístenes, contra el chovinismo y matonismo de sátrapas como Trump, Putin, Xi y compinches, exaltadores desmesurados de lo suyo frente a lo extranjero. Aquí también tenemos lo nuestro.
Monroe anunció aquello de “América para los americanos”. Años después, Woodrow Wilson, también presidente americano, abrió la puerta de nacionalismos y autonomismos tras la Primera Guerra Mundial. Sus “Catorce Puntos” resolvieron, y también desestabilizaron, como señala Eric Storm (Nacionalismo).
El zar nostálgico, Putin, reniega de dos antecesores tímidamente democráticos, empeñado en recuperar el imperio
Trump, sin encomendarse a Dios ni al diablo, recupera la doctrina Monroe (1823), y pretende “hacer a Estados Unidos grande otra vez”. Vuelve a aquello de América para los americanos y recupera el espíritu de las mejores épocas de Kissinger, cuando manejó de manera violenta, a capricho y antojo, al resto del continente, para someterlo, esquilmarlo y mangonearlo. Es dolorosa historia.
Ahora, ni corto ni perezoso, amenaza a Venezuela y de paso a Colombia, mientras interfiere en las elecciones hondureñas. Subyuga al argentino Milei; le gustaría que Canadá fuera el estado 51 y, puestos, mira de reojo a Groenlandia. Este ser más dinerario que humanitario es execrable hasta el punto de que ha violentado el Derecho del Mar, rematando a los sobrevivientes de un naufragio que él causó, al parecer un pescador cuya familia ha acudido al Tribunal Penal Internacional.
El zar nostálgico, Putin, reniega de dos antecesores tímidamente democráticos, empeñado en recuperar el imperio. Míster Zanahorio y míster Novichok, en connivencia, se han dividido el planeta en parcelas. Explosionan, extorsionan y envenenan a quien se cruce en su camino. Sus objetivos son coincidentes.
El ruso solo quería Ucrania, pero parece dispuesto a guerrear contra Europa. Trump sería ese traidor al que no le importa que quiebren a la Unión Europea, apoyados por quintacolumnistas: el húngaro y el belga. Ambos, egoístas, miedosos y, curiosamente, cerriles nacionalistas.
Estados Unidos es experto en abrir puertas que cerrarlas cuesta Dios y ayuda. Luego vendrá como salvador, a reparar el orden mundial. De momento, sus objetivos son cargarse la democracia y a sus socios europeos. Ya lo arreglará el que venga, qué curioso. Los nacionalismos avanzan y Europa es un obstáculo.
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Mariano de la Puente Mayenco es socio de infoLibre.