No nos merecen esos dioses. Tampoco nos los merecemos

Antonio García Gómez

Implacables y fieros como estatuas de sal, “únicos y verdaderos” por decisión de sus eminencias, cancerberas de los dogmas intocables, infalibles —tras haberse apoderado de sus imágenes, sus biografías, sus entelequias y hasta de sus travesuras (broma del sacrificio de Isaac incluida)— que acabarán rindiendo a las poblaciones sometidas, crédulas, feligresas y perplejas de tanta mentira montada, resguardada en templos suntuosos, rituales obtusos y preceptos infumables.

Tras haberse dejado atrás el único precepto que debiera obligarnos a todos —empezando por esos dioses que predican sus rabinos, sus obispos, sus imanes, sus testaferros “estómagos agradecidos”— a ir tras las soflamas, mantras y consuelos que a la larga nos fiarán, seguir a esos dioses evanescentes y sus representantes inmisericordes en la tierra, del más allá prometido como último clavo ardiendo.

No nos merecen esos dioses de pacotilla, justicieros y todopoderosos, de imágenes embadurnadas de oro y pedrería, de misterios y supuestas promesas más allá del triste pasar por el día a día de este mundo imperfecto, de “los sancta sanctórum”, del solo permitido el paso a los iniciados y ungidos.

Negadas la convivencia, el respeto y el perdón. Para evitar el debilitamiento de la doctrina, a cuenta de haberse aferrado al poder terrenal, perecedero, en nombre de la promesa divina, más allá de la muerte, siquiera sacrificada en el ara de los y las mártires... que de ellos será el reino de los cielos, en la contemplación y disfrute eterno de sus dioses y huríes… si hiciera falta, también.

En manos, pues, y a pesar de tanta parafernalia huera, de decálogos impunes y perdonavidas, vengativos e insolidarios, desde los misterios que desgranarán. Todo desde el confín del origen humano, tras haber creado historias de miedo y amenazas, al servicio de los mitrados, los poderosos y los iluminados reveladores de los cuentos de dioses y otras milongas sagradas.

Tras haberse dejado endiosar los iniciados en el rito y el misterio, hasta haber logrado engalanar las decisiones de sus dioses “secuestrados”, ahora resulta que, según dónde, los dioses también serán de primera, de segunda o de tercera.

No nos merecen esos dioses de pacotilla, justicieros y todopoderosos, de imágenes embadurnadas de oro y pedrería, de misterios y supuestas promesas más allá del triste pasar por el día a día de este mundo imperfecto,

Ahora que ya han empezado a engrasar, de nuevo, en nuestros lares, los clavos con los que crucificarán, un año más, a aquel palestino, dicen que bienintencionado, que predicó la disposición del samaritano, repudiado y poco religioso, a descubrir a “su prójimo” en entre los más vulnerables de los hombres y mujeres que caían en desgracia, bajo la soberbia y altiva mirada de los fariseos y sus seguidores acérrimos.

Ahora ya no quedará nada de aquel palestino pobre y desprendido que, probablemente, haya perdido a su familia bajo los escombros y esté huyendo despavorido al mismo centro del infierno. Al mismo tiempo que ya suenan trompetas y tambores, atronando el cielo oscuro de las festividades de creyentes, ayunando por su dios, embozados tras su dios, en nombre de las santas iras de los dioses, como coartadas del odio que avanza sin tregua al frente del miedo invencible, a la disposición de los dioses títeres, “únicos y verdaderos”, en nombre de sus imanes, sus rabinos, sus obispos. Amén.

Y a la Junta de Andalucía le gustaría que se fomentasen las tradiciones “fetén” y castizas, animando a los chicos y chicas de los colegios a escuchar “música sacra”, visitas a las capillas y el olé en detrimento del Ramadán, porque eso es cosa de moros y tal y tal.

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Antonio García Gómez es socio de infoLibre.

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