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De Quijotes y Sanchos

Javier Herrera

No soy tan cervantista ni tan machadiano como para saber si esta idea que hoy me asalta y que me sirve para reflexionar sobre la naturaleza bipolar de nuestro país ha sido ya expresada por algún especialista en dichos autores o comentarista de nuestra realidad política. Y es que no encuentro mejor explicación a nuestra ancestral enfermedad colectiva que apelar a nuestra obra inmortal, en la que las visiones entre el hidalgo y su escudero, representantes ambos de mundos contrapuestos, no llegan a ser cruentas gracias a los buenos deseos de su autor, que lejos de separar logra fundir los contrarios. 

Extremos ambos que se encuentran no solo a nivel individual en cada uno de nosotros sino a nivel social en cuanto cuerpo colectivo; un extremismo detectable en cualquier situación, decisión o hecho que se acometa: baste que el factor Sancho descienda para que un quijote ascienda en vaso comunicante automático y que, por fas o por nefas, se produzca una oposición frontal irreductible. 

Apliquémoslo a la ecuación Sancho=realismo y Quijote=idealismo en los múltiples sinónimos de ambos vocablos y veremos inmediatamente reflejadas las dos cadenas de oposiciones a las que nos vemos enfrentados a diario en nuestra realidad: da igual que el Quijote se pegue trompazos e intente descender al nivel del Sancho, que no dejará de ser Quijote; y da igual que el Sancho intente comprender y elevarse al nivel de locura de su amo porque seguirá siendo sancho de por vida y a mucha honra. 

Apliquemos a la realidad política el asunto y veremos que cuando alguien se comporta con realismo y el principio Sancho se impone, de inmediato surgen los quijotes, quijotitos, etc., que, por supuesto, antes eran sanchos o sanchitos, apelando a los principios morales, humanitarios, legales, de coherencia y conciencia, etc. y así in aeternum, para aburrirnos hasta la saciedad, porque si luego esos mismos se comportan a la inversa tendrán, por supuesto, también a la inversa su respuesta: o quijote o sancho, no hay remedio.

El caso es no vivir de acuerdo con la realidad contante y sonante -que tiene los dos polos- con el hecho práctico que nos proporcione seguridad, bienestar y un plus de egoísmo, como sucede en los países más pragmáticos, con Inglaterra a la cabeza. Parece que ir a favor de nuestro yo colectivo está desechado de nuestro orden mental quijotesco, reglado y normativizado según convenga, sencillamente porque en última instancia no creemos que pueda existir un equilibrio quijote-sancho o entre realidad-irrealidad, traicionando el espíritu constructivo de la obra cervantina en el sentido del mutuo contagio entre uno y otro personaje. 

Sabia lección; el Quijote al toparse con la realidad tal y como es muere desengañado de sus ideales y Sancho, ¡quién lo diría!, con su gramática parda y al pan-pan-y-al-vino-vino que es, cree que va a ser gobernador de una ínsula que realmente no existe… 

Pero, claro, el descenso de uno y el ascenso de otro, sería el ideal soñado -pura ficción- un ideal en el que los españoles no creemos porque somos propensos a la exclusión y a la intolerancia: o quijotes o sanchos en perpetuo sube-y-baja, en intercambiable cara y cruz, cruz y cara, pero jamás intercomunicados persiguiendo en armonía y equilibrio el bien general, tal y como sería deseable para el sentido común, la razón lógica, el bienestar mental y la buena marcha del negocio...

Receta: aplique cada cual a diario a cualquier decisión política la idea que cada uno tenga de la oposición Quijote-Sancho y situándose en uno de los bandos o, mucho mejor, en los dos a la vez puede que tenga una idea certera y cabal de la realidad española tal y como es en cada momento. O casi…

Javier Herrera es socio de infoLibre

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