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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

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El votante atrapado

Pablo Quirós Cendrero

Decidir ir a votar es un ejercicio personal, en el que confluyen varias circunstancias al mismo tiempo. La confianza del individuo en un sistema determinado, en el que nos hemos desarrollado como sociedad desde hace unas décadas. La valoración positiva o negativa hacia los que se pueden presentar a las elecciones, y el deseo de que se realicen las propuestas que creemos son mejores, entre las diferentes que se ofrecen. Pero en los últimos tiempos existen también otras inquietudes que, aunque siempre estuvieron encima de la mesa, hoy en día se muestran como imprescindibles a la hora de que exista un futuro gobierno, en nuestro país; se trata de los posibles pactos electorales tras los comicios.

La confianza de los ciudadanos en el sistema o del uso que hacen del mismo las formaciones políticas que nos representan, se ve reflejada en la abstención que puede darse en la jornada electoral a la que son llamados. Unos porque no creen en el sistema de ninguna de las maneras o les parece algo inútil y otros por el desacuerdo que puedan acumular hacia la mayoría de los grupos políticos, por las actuaciones en los cursos inmediatamente anteriores. La valoración de las múltiples propuestas de los partidos, en su cumplimiento o no en cuanto a la aceptación mayoritaria o a la hora de refrendarse en las Cortes, también se refleja en cada plebiscito. Pero qué ocurre con la idea que lleva cualquier persona dentro del sobre, a la hora de votar a una formación política y se encuentra con que el partido, en el que había depositado su confianza, pacta con otro grupo y no cumple lo que había prometido; o al pactar, se suavizan enormemente las líneas de esas pautas, que llevaron a ese ciudadano a votar por ellos.

Aproximadamente, entre el 50% y el 60% de los votantes suelen ser fieles a su grupo político de siempre, más allá de las discrepancias que puedan tener en algunos asuntos. Es un sentir casi de culto al líder o a su ejecutiva, aunque también están los súbditos, que disienten a viva voz, pero al final acatan las directrices del partido. Si bien en los tiempos que corren, en los que la oferta a la hora de depositar la papeleta en las urnas, se ha ampliado considerablemente, existe un porcentaje como nunca se había dado hasta ahora, de volatilidad en el posible electorado. Se habla de casi un 35% de ciudadanos, que no se deciden a votar por una u otra formación, hasta última hora.

Sucede pues que la polarización política y la ruptura del bipartidismo en España, ha añadido más tonalidades a la hora de buscar un color en común por parte de los grupos políticos, para obtener mayorías que pongan en práctica las políticas públicas. Esto hace que, dentro de los votos recibidos por un mismo partido, se ubiquen diferentes anhelos en cuanto a forzar a esa formación a pactar con otra, bien hacia un lado o hacia el otro de la escala ideológica. O simplemente a pactar o no, siendo ambas posiciones una dificultad añadida a la arena política española, para llegar incluso a formar gobierno.

Hacia la nueva política, partieron desde el bipartidismo un número considerable de votos cansados o disconformes con la actuación en diferentes ámbitos, de los dos partidos que habían recogido la confianza hasta entonces de los mismos. Dentro de los que se convirtieron en votos naranja, los hay que quieren que Ciudadanos pacte con el PSOE, para evitar que los socialistas tengan tendencias como la de nación de naciones. Y de los que se volvieron morados, los hay que están ahí para que el Psoe sea un poco más de izquierdas, y no sienta necesidad de consolar a “los forajidos” del IBEX. De cara al 10N y tras un año sin gobierno, en el que todos se echan a la culpa frontalmente, podemos sacar algunas conclusiones. Un PP que no sobrepase los 90 diputados tendrá que abstenerse sin forzar negociaciones imposibles, todo ello si no se lleva a su líder por delante, lo cual haría más fácil el gobierno. El segundo escenario puede llamar la atención, consistiría en un teatro llevado a cabo por Sánchez e Iglesias, para poder obviar al independentismo si dan los números, y el tercero y más complicado, una caída no tan estrepitosa de los naranjas que pudiera llegar a sumar de alguna forma.

Todas las posibilidades cuentan con numerosos hándicaps más allá de las discrepancias entre sus cabezas visibles. Desde el “con Rivera no…” ya conocido, hasta la negación de la gran coalición, lo que nos da el nivel de europeos que tenemos; sin dejar atrás el sentido anticapitalista de muchos de los que votan a Podemos, pensando que no van a pactar nunca con el PSOE.

En un juego de odios y rencores que se les ha ido de las manos, se encuentra el proceso electoral inminente. Rivera odia a Sánchez, Iglesias al PSOE y Sánchez no perdona el que no se le haya dejado gobernar, algo que atenuó con Iglesias tras la moción de censura que, desde entonces, ha sacado de la galaxia política al liberal ibérico. En estas disquisiciones, Casado queda al margen, aunque no se afeite y dependa de lo bien o lo mal que lo hagan los otros, máxime cuando ha conseguido una vida extra, gracias a la torpeza sin límites del cuartel general naranjacuartel general naranja. Las federaciones socialistas más meridionales, organizadas sobre estructuras predemocráticas, organizan muchas veces en plenos locales, comunicados en el que se inserta el “a por ellos…”, mientras que en otras se da por hecho lo de la plurinacionalidad. En la casa morada dejaron hace tiempo de intentar vender el asalto a los cielos, y se nutren básicamente de lo que acusan a Sánchez de poder hacer, unos días con unos y otros días con otros. Mientras que por la puerta de atrás y vestidos con la bandera, parece que se cuelan un poco más los que rozan el reglamento democrático, muchas veces por la parte externa; pudiendo así plantear retrocesos y estupideces que parecían superadas ya, si bien es cierto que a algunos ha habido que remolcarlos continuamente.

De una manera u otra, está claro que en todas las siglas que se presentan, hay un número importante de votantes atrapados, que no acaban de dar el paso hacia ningún sitio y que debaten día tras día, la posible configuración futura de su formación. Así como otros si se han atrevido a escapar de lo que creen es una tiranía de los propios, y dudan entre abstenerse o regalar su voto a otro en forma de castigo para algún conocido. Como último detalle señalar la aparición de Más País a modo de coche escoba bienintencionado, queriendo reeditar la transversalidad de antaño, que ahora parece muy complicada en una lucha identitaria dentro de todas las formaciones. Sea como fuere, después de todo se advierte movilización suficiente como para darle emoción hasta el final, ante la desafección de los ciudadanos y la necesidad acuciante de gobierno estable por parte de los mercados.

  Pablo Quirós Cendrero es socio de infoLibre

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