Cultura
Libros sobre libros sobre libros sobre libros
No es este sitio para apostar, pero me juego algo a que nadie vislumbró el éxito. "Es un libro que nació humilde, pequeño, escrito a la intemperie y en un momento personal complicado. Me embarqué en él como una travesía esperanzada que me permitiera explorar este amor y esta fascinación por los libros que me han acompañado siempre, desde niña. Jamás imaginé que podría tener esta cariñosa y hospitalaria recepción, una calidez que ha desbordado mis sueños más locos". La obra ha alcanzado las 18 ediciones, y la crítica también se ha rendido. "Quizás esta acogida tenga que ver con la reivindicación de algo que parecía condenado a extinguirse y que reclama más que nunca su vigencia. Y no me refiero solo al libro como objeto, sino a una forma de vivir, un placer compartido, una relación con el saber, el conocimiento y la imaginación a través de la letra escrita".
El infinito en un junco, de Irene Vallejo, es un logro atípico en el panorama editorial español. Sospecho que, como ha ocurrido con otros ensayos (pienso en La España vacía, de Sergio del Molino), ha llegado en el momento justo y ha tocado una fibra… Lo cual no quita ni un ápice de mérito a la autora y su trabajo. "Muchos profetas aventuraban que ese mundo de papel iba a desaparecer sustituido por las pantallas y la información digital. Frente a esa visión apocalíptica y competitiva, El infinito en un junco ofrece esperanza y defiende que el libro ha evolucionadoEl infinito en un junco y se ha adaptado a lo largo de siglos y siglos. La convivencia de formatos es un hecho histórico. Lo que estamos viviendo ahora no es una competición sino un enriquecimiento de las posibilidades de la lectura. La inesperada acogida de este libro demuestra que esa larga cadena de anónimas y olvidados amantes de los libros, sigue hoy viva en muchas personas: libreras, bibliotecarios, profesoras y maestros, clubs de lectura, toda esa maravillosa tribu libraria".
La pasión de Irene ha sido compartida a lo largo del tiempo por otros muchos letraheridos, que han querido explicar, con libros, qué son los libros. Desde luego, algo más que un artefacto longevo y exitoso, "son objetos con aura, están relacionados con nuestras emociones, con nuestra biografía, pasan a formar parte de nuestra vida. Nos gusta sentirnos reconocidos en esa experiencia colectiva de la lectura, adentrarnos en sus orígenes, recorrer su historia e incluso relacionarnos con lectores de otras épocas". La historia de los libros, asegura, es la historia de nuestra memoria, el relato milenario de la lucha contra el olvido. Desde el nacimiento de las primeras civilizaciones, los libros han sido el único dique contra la amnesia y contra la destrucción de nuestras mejores ideas, nuestro pasado, nuestros sueños y emociones, nuestra fascinación por la belleza. "Por todo ello, el libro ha tenido una enorme importancia no solo en la vida cultural, sino en la misma construcción de nuestro mundo, la sociedad actual y el modo en que vivimos".
Esplendor y miseria de la lectura
El estudio de las transformaciones de las maneras de leer nos permite analizar de manera diferente las mudanzas culturales, religiosas y políticas que han ido transformando las sociedades occidentales desde la Antigüedad clásica hasta nuestros días. "Muy temprano, ya en el mundo griego, esas sociedades fueron sociedades de lo escrito, del texto, del libro —leemos en Historia de la lectura en el mundo occidental—. Pero la lectura no es una invariante antropológica sin historicidad. Las mujeres y hombres de Occidente no han leído siempre de la misma manera. Varios modelos han orientado sus prácticas; 'varias revoluciones de la lectura' modificaron sus gestos y costumbres".
En su última evolución, la lectura ha entrado en zona de peligro, o eso denuncian algunos de sus cronistas. A finales del siglo XX, George Steiner (Pasión intacta) deploraba que, en nuestra sociedad, el silencio tiende a convertirse en un lujo. "Los historiadores de la consciencia (historiens des mentalités) tendrán que evaluar la contracción de nuestra capacidad de atención, la desaparición de la concentración producida por el simple hecho de que nos haya interrumpido el timbre del teléfono, por el hecho subordinado de que la mayoría de nosotros, salvo cuando actuamos con resolución estoica, contestamos al teléfono, no importa lo que estemos haciendo". Qué diría ahora, cuando vivimos en permanente estado de interrupción.
Por esas mismas fechas, Francisco Solano avisaba de que la lectura, para bien o para mal, había alcanzado "tal vez su mayor esplendor, y su más áspera miseria. Un esplendor que se desplaza agobiado por su proximidad a la gloria póstuma, y una miseria que clava su significado en la banalidad del mercado editorial, rampante y feliz con su cuenta de resultados, pero al cabo también sometido al agobio de la velocidad, que es la negación extrema del hecho de leer".
Las dos afirmaciones son sólidas, pero sus contrarias resisten bien los embates del pesimismo; un mal, dicho sea de paso, que se puede curar… leyendo.
"Somos biblioterapeutas y las herramientas de nuestro oficio son los libros. Nuestra botica contiene bálsamos beckettianos, torniquetes tolstoianos, los calmantes de Calvino y las purgas de Proust y Perec", explican Ella Berthoud y Susan Elderkin, autoras de Manual de remedios literarios. Cómo curarnos con libros. La biblioterapia, aseguran, ha gozado de popularidad durante décadas en forma de libros de autoayuda, pero los amantes de la literatura llevan usando las novelas como bálsamos —consciente o inconscientemente— desde hace siglos.
"A veces lo que funciona es el argumento de la novela; otras veces es el ritmo de la prosa lo que tiene un efecto calmante o estimulante sobre el alma. En ocasiones es una idea o una actitud sugerida por un personaje que se encuentra en un dilema o un aprieto parecido. Sea como sea, las novelas tienen la capacidad de transportarte a otra vida y hacerte ver el mundo desde otra perspectiva. Cuando estás enfrascado en una novela, incapaz de despegar la mirada de sus páginas, estás viendo lo que ve un personaje, tocando lo que toca, aprendiendo lo que aprende. Quizá creas que estás sentado en el sofá de tu salón, pero las partes más importantes de tu ser —tus pensamientos, tus sentidos, tu espíritu— se encuentran en un lugar completamente distinto".
Por si alguien lo duda, los libros leídos curan; y los escritos, también. "Uno se libera de sus enfermedades vertiéndolas en los libros; vuelve a presentar y a experimentar sus sentimientos para así dominarlos", dejó dicho D. H. Lawrence. Y a lo mejor es verdad.
Animales lectores
Alberto Manguel, el nombre que nunca puede faltar en un texto de estas características, considera que la lectura es la más humana de las actividades creativas. "Somos, en esencia, animales lectores —sostiene en Lecturas sobre la lectura—, y que el arte de la lectura, en su sentido más amplio, nos define como especie. Llegamos a este mundo empeñados en encontrar una narrativa en todo: en el paisaje, en el cielo, en las caras de los demás y, por supuesto, en las imágenes y palabras que nuestra especie crea. Leemos nuestras propias vidas y las de otros, leemos las sociedades en que vivimos y aquéllas que existen más allá de nuestras fronteras, leemos imágenes y edificios, leemos lo que se encuentra entre las pastas de un libro".
Esto último, afirma, es esencial. Porque la palabra impresa da coherencia al mundo.
Las luces que encienden y no incendian
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"Los libros son el vehículo de nuestras ideas más valiosas, la balsa en la que han sobrevivido algunos conceptos que quizás naufragaron en su momento, pero han llegado hasta nosotros para dar forma al mundo en que vivimos —dice Irene Vallejo—. Además, han sido siempre garantía de la democratización del saber, simbolizan la lucha por expandir el conocimiento, con hitos históricos que se remontan a la Biblioteca de Alejandría y continúan en el desarrollo de escuela, bibliotecas y librerías, la difusión de la imprenta o la universalización de la educación y la alfabetización.”
Cierto, actualmente, cualquiera puede acceder al conocimiento a través de los libros. Sabe Vallejo que los ordenadores y las pantallas precisan de un soporte electrónico caro, dependen de la conexión eléctrica y de red, y la compra online implica ceder nuestros datos a una plataforma que sabe qué libros leemos, incluso qué páginas nos interesan más, cuáles subrayamos. Pero… "Cuando acariciamos un libro, tenemos en nuestras manos un artefacto de conocimiento y libertad, un objeto no vigilado que nos permite viajar sin censuras ni control al territorio del mito, de nuestras historias y nuestra memoria".
Iniciamos hoy una temporada en la que el libro volverá a reunirnos en torno a este artículo semanal. Qué bueno es estar de vuelta.