Los diablos azules

“Leer”, ese verbo que no admite imperativo

Los alumnos de Sonia Asensio, del IES Juanelo Turriano de Toledo, preparan un mural.

Sonia Asensio

Nunca he pretendido convencer a nadie para que leyera. Quizás sugestionada por aquello que tan bien enunció Daniel Pennac: "El verbo leer no soporta el imperativo, aversión que comparte con algunos otros verbos: el verbo amar, el verbo soñar... No diré 'lee', 'sueña' o 'ámame".

Pero lo cierto es que, más allá de las responsabilidades implícitas a mi trabajo como profesora de literatura de secundaria, soy inmensamente feliz cuando mis alumnos leen (sueñan y aman). Porque yo sé del gozo, del viaje, del silencio, de las galerías que se transitan cuando estás dentro de las páginas de un buen libro. Así que lo que sí intento es contagiar mi entusiasmo porque creo que la lectura de la literatura les proporcionará momentos únicos y será, después de las paredes de las aulas del instituto, una excelente compañía.

Cuando planteas en clase que, afortunadamente, la literatura no sirve para nada, los alumnos que no me conocen piensan que algo no va bien, porque les he dicho que durante todo el curso vamos a leer juntos. No vamos a hacer ningún trabajo escrito sobre las novelas que vamos a leer porque… ¿quién leería si luego tuviera que ponerse a redactar un "personajes, argumento, estructura, etc."? ¿Cada vez que vamos al cine tenemos que redactar luego un trabajo escrito? ¿Cada vez que nos contamos un capítulo de nuestra vida nos supone un "ahora tengo que escribirlo"? No debemos penalizar, bajo mi punto de vista, la lectura y eliminar lo más bello, que no es otra cosa que disfrutar.

No necesito comprobar como profesora que mis alumnos han leído un libro, porque lo leemos juntos, como decía más arriba. Durante una hora a la semana, la clase se calla unas veces y juntos, sencillamente, leemos. Yo también, claro. No aprovecho para hacer "otras cosas", sólo leemos. Otras veces nos contamos lo que hemos leído.  "Profesora, ya me he terminado la novela", (está conmigo, yo lo he visto), "y quiero salir a contarla" (seguramente le subiré la nota de la evaluación).  "Esta novela trata de…. Y os la recomiendo porque es muy cercana a los problemas que tenemos a nuestra edad, ¿sabéis?". "Fíjate, Nuria, siempre acabas buscando libros donde la fantasía es recurrente", o "Fíjate Aarón, realmente a ti lo que te atrae es una buena trama con asesinatos, policías y casos forenses ¿no?".  "Por cierto, si a alguien le ha gustado la novela que suelta Nuria o Aarón, seguro que se la puede prestar".

Nuria, Aarón, Celia, Gema y Álvaro van a conserjería a hacer una fotocopia de la portada del libro. Con cada una de ellas subimos torres de lectura en clase, al lado de nuestros nombres, que a principio de curso decoramos para que sean los tesoreros de los títulos leídos. Juntos vamos encontrando qué nos gusta leer y poco a poco se van fiando de mí, de la importancia de esa hora que compartimos tantos viernes en silencio y que nos une en una complicidad muy emocionante.

Además tenemos que leer las novelas que consideramos como "obligatorias" (tremenda paradoja) dentro del temario. Es decir, a los clásicos. Pero nuestros alumnos ya confían en nosotros y saben que vamos a leer juntos las obras de teatro, y Lucía será Laurencia y José Luis será don Álvaro y María será Bernarda. Y siempre que podamos, además, sacaremos la entrada para ir, de verdad, al teatro, porque es la literatura en las tripas.

Mural de los alumnos del IES Juanelo Turriano de Toledo.

Vamos a leer juntos las poesías, no son para casa. Necesito que sepan qué significa para don Antonio Machado "ese otro milagro de la primavera", necesito que sepan de "Leonor" y del "alto Espino". Quiero mirarles a los ojos cuando leemos "Tú justificas mi existencia". Hablar con ellos de eso. De que, afortunadamente, Bécquer no reside "donde habita el olvido".

Como estamos en febrero… "¿Os parece que hagamos un homenaje a don Antonio Machado? ¿Habéis buscado en casa qué versos llevaba en su bolsillo antes de morir?".  ¡¡Oh sí!! ¡Son bellísimos! ¡Qué estaría sintiendo el poeta desterrado, premonitoriamente "casi desnudo, como los hijos de la mar..."! Vamos a "vestir el centro" y vamos a colocar por las paredes una exposición-homenaje a nuestro Antonio Machado.

Y vamos a celebrar todo. Vamos a celebrar el Día del Libro, el Día de la Poesía, el Día del Teatro, el Día de las Bibliotecas… Elegimos un poema y decoramos de nuevo el centro con ellos. Sí, en folios de colores, con dibujos o lo que queramos. Explicamos por qué hemos elegido esa poesía a los compañeros y hablamos de ella. Mirad qué bonito…

Por cierto, los padres también participan. Les invitamos a que vengan a ver las torres de libros que sus hijos han leído y que guardan nuestra clase como elementos vigías contra el ruido de la calle. Los alumnos-hijos les dicen que han leído en clase (luego también en casa, es el siguiente paso, porque la quieren terminar) todas esas novelas. Y además les mostramos el poema que elegimos para decorar nuestros pasillos. Y les enseñamos la biblioteca, recurso potentísimo, sin cables ni wifi, que está a nuestra disposición absoluta: los libros son de los alumnos.

Respecto a los padres, tenemos que hacer mención de uno de los proyectos más bonitos y sólidos que tiene mi instituto desde hace ya muchos años: un club de lectura para ellos y para toda la gente del barrio que quiera venir a leer con nosotros. Los alumnos no pueden participar, es la única norma. Los exalumnos, sí. La calidad de estos momentos traspasa cualquier reflexión o simpatía que yo pueda transmitir. Una vez al mes (a veces, dos) nos reunimos por la tarde para comentar la lectura que habíamos seleccionado y nos tomamos un buen vino para acompañar a las palabras. Los padres forman parte del amor por la lectura, saben que establecen con el centro y con sus hijos un hilo difícil de romper.

En definitiva, si el profesor se convierte en un transmisor convencido de los textos literarios que lleva al aula, los alumnos, nuestros alumnos, nuestros hijos, aprenden a amar las palabras. La confianza nace de la pasión y del silencio, de la lectura en voz alta, de la recitación y la glosa y de la reflexión.

Ellos quieren leer a Bécquer cuando yo les digo respecto del amor: "Hoy me ha mirado, ¡madre mía!, hoy creo en Dios". Ellos ven en mí a Fortunata e incluso creo que vislumbran un inexistente mantón puesto encima de mis brazos en jarras, hablando como creo que hablaría ella, comiéndome ese huevo crudo y caminando entre las mesas como si estuviera en la sucia escalera donde va a conocer a Juanito. Y cuando Federico clama que le escriba, o le deje vivir en su "serena noche del alma para siempre oscura" no sólo nos acordaremos de San Juan de la Cruz, el curso anterior, sino que, seguramente, viviremos ese día en el que él o ella decidió no enviarnos ese mensaje de Whatsapp…

Microrrelatos para la revista del instituto, poesía recitada, contada y expuesta. Novelas custodiando nuestra aula. Lectura silenciosa y dramatizada. Club de lectura. Representaciones de teatro en Madrid o Toledo. Biblioteca. Préstamo de nuestros libros entre nosotros. Celebración del amor en San Valentín, mientras no sea cursi. Leer juntos. Leer solos. Yo les cuento lo que leo. A veces lo mismo que ellos, a veces distinto. Visitas de autores en el aula. Confianza en los clásicos: al fin y al cabo siempre estamos sintiendo las mismas cosas, desde el origen de los tiempos.

*Sonia Asensio es profesora de literatura del IES Juanelo Turriano de Toledo.Sonia Asensio

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