Si seguimos divididos, pereceremos

Albino Prada

Palacios del Pueblo

Erik Klinenberg

Capitán Swing (Madrid, 2021)

Es más que reconfortante confirmar en este ensayo de Erik Klinenberg la importancia de algunas cosas físicas, justo ahora que estamos inundados por el solucionismo digital por todas partes. Incluso comprobar que, para algo tan importante como el fortalecimiento o erosión del "pegamento social", las que el autor denomina infraestructuras colectivas (no solo públicas o estatales como se verá) juegan en la dirección del fortalecimiento, mientras que las digitales en no pocos casos favorecen su erosión.

Quizás habría que precisar que –para quién escribe esta reseña– ese pegamento o cemento social necesario lo es entre los muchos ciudadanos que cada vez más están aislados, segregados, divididos o enfrentados entre sí, mientras que al tiempo no son capaces de identificar sus conflictos con los pocos que los mantienen subordinados con poderosas barreras sociales. Sobra decir que cuando ambas cosas suceden a un tiempo, la hegemonía de la abducción neoliberal es completa.

Para romper tamaña abducción, este ensayo de Eric Klinenberg ofrece jugosas propuestas y casos reales bien documentados. Propuestas basadas en infraestructuras físicas (no virtuales o digitales) que integran a los muchos, que los hacen reconocerse como iguales, con vínculos sólidos de los unos con los otros desarrollando intereses comunes. Y que –al mismo tiempo– identifican sus diferencias radicales con los pocos que venían hegemonizando, sobre la base de sus divisiones internas, el destino del conjunto de la sociedad. Eso: si seguimos divididos pereceremos y solo reconocidos como semejantes tendremos un futuro digno de ese nombre. Lo que en otras ocasiones denominé sociedad decente.

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Antes de entrar en las propuestas constructivas que se fundamentan en este ensayo conviene explicitar dos círculos no virtuosos respecto a los que tomar distancias: la digitalización de la vida social y su monetarización.

Dos mantras neoliberales en la gestión de la tecnología y la sociedad. En el primer caso porque mientras las interacciones cara a cara que facilitan las infraestructuras colectivas (una biblioteca, un parque) cimientan una sólida vida pública las digitales van justo en el sentido contrario. Un círculo vicioso ya que "Internet se ha convertido para los jóvenes en una infraestructura social fundamental porque los hemos privado injustamente de otros lugares donde establecer vínculos significativos"; porque o bien no existen o bien tienen un precio prohibitivo.

Siendo así que, una vez capturado por estas tecnologías, la división y el enfrentamiento se multiplican por los "filtros burbuja" que hacen que todo el mundo solo encuentre datos y opiniones que ratifican sus creencias. Internet habría cambiado la manera en que la gente ve y trata a los demás creando enormes distancias sociales, incluso entre amigos. Esas redes sociales digitales [Los medios de comunicación globales (audiovisuales, digitales) tienden a erosionar el espacio público, Herman, E. y McChesney, R. (1999): Los medios globales, Cátedra, página 23] no pueden darnos aquello de lo que aquí estamos hablando: espacios físicos comunes donde la gente pueda reunirse, participar y forjar vínculos sociales sólidos.

La monetización y privatización de todas las necesidades, más la competitividad van de la mano y no solo en el mundo digital. El bum de las piscinas individuales frente a las públicas se recoge en este ensayo con datos abrumadores como un síntoma de corrosión. Y en muchos otros casos el sálvese quien pueda se favorece con un uso excesivo de las infraestructuras públicas, en paralelo a una inversión insuficiente.

Algo que puede corroer a barrios enteros en procesos de gentrificación elitista (por turismo, nuevos ricos, etc.): "el precio de las casas sube tanto que solo los ricos pueden permitirse vivir allí; las tiendas y los restaurantes se vuelven más exclusivos y empiezan a atraer a determinada clase de clientes". Un fenómeno bien conocido asociado al entorno urbanístico de las conocidas como GAFAM digitales que, por cierto, si dotan de infraestructuras sociales reales (instalaciones de uso común para ocio y consumo) a sus élites de trabajadores.

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Frente a esta corrosión y división de la sociedad las propuestas constructivas de este ensayo tienen un denominador común: son infraestructuras físicas colectivas. Sitios donde nos reunimos con facilidad como bibliotecas, cafés, guarderías, comercios, parques, huertos urbanos, etc. Que bien pueden ser privadas aunque con frecuencia serán públicas; y no siempre estatales sino a veces comunitarias o vecinales.

Conviene enfatizar que este rasgo de servir de pegamento y de reunión social puede llegar a ser un objetivo prioritario también de otras infraestructuras públicas (por ejemplo energéticas o de transporte) que normalmente no se consideran desde este punto de vista. Porque también "las infraestructuras modernas que nos permiten obtener energía, agua potable, transporte público rápido, comida asequible y estructuras resilientes" debieran gestionarse no por agentes privados centrados en el lucro sino por comunidades vecinales o locales que, de paso, refuerzan así sus vínculos sociales. Una traída de aguas vecinal, un parque solar del edificio, sendas peatonales o apeaderos intermodales del barrio.

Siendo así que "en muchas ocasiones se pueden reforzar a la vez ambos tipos de infraestructuras", tanto las que el autor llama material como social. Y hace bien en añadir este consejo: "antes de que volvamos a alzar la pala deberíamos saber qué queremos mejorar, que necesitamos proteger y, lo que es más importante, que tipo de sociedad queremos crear".

Si así hiciésemos la transición energética, hacia una movilidad sostenible o hacia una autonomía alimentaria no estarían al servicio de la privatización y la concentración en grandes redes sino al del impulso de lazos de colaboración entre vecinos. La disyuntiva: decantarse o bien hacia megaproyectos o bien a escala de asociaciones vecinales.  

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Este ensayo concreta su análisis sobre muy variadas infraestructuras colectivas que son esos necesarios lugares de encuentro en los que con facilidad nos reunimos. En todos los casos sobre una premisa básica que remite a la obra de J. Jacobs (Muerte y vida de las grandes ciudades): que la escala de la ciudad trabaje en la misma dirección. Ya que, como puso de manifiesto el huracán Sandy en una descomunal Nueva York, "se reveló la sorprendente fragilidad de la infraestructura material y social de una de las áreas metropolitanas más ricas y mejor protegidas del mundo".

Puede que el ejemplo más sobresaliente sean las bibliotecas: "Las bibliotecas son un único tipo de infraestructura social esencial". Por eso en este ensayo se vuelve a ellas una y otra vez. Son mucho más que libros, lugares de encuentro para niños, mayores y su entorno familiar. Espacios donde se busca cultura y compañía gracias a los clubes de lectura, sesiones de cine, grupos de costura, clases de arte, música o temas de actualidad. Lugares privilegiados para desarrollar talleres relacionados con la ilustración, cómics, dibujo, teatro, etc. Y para que todos aquellos que no tienen espacios o ingresos adecuados para esos fines puedan suplirlos con dignidad.

Aunque lamentablemente, como bien se documenta y se da la voz de alarma en este ensayo, son espacios para los que "los líderes políticos que se mueven por la lógica del mercado han proclamado que las instituciones como las bibliotecas ya no funcionan, que nos saldría más a cuenta invertir en nuevas tecnologías y confiar nuestro destino a la mano invisible".

También debemos valorar desde esta perspectiva el tejido social que ayudan a impulsar las guarderías, los centros educativos o de jubilados, o los mercados de abastos cuando se abren a la interacción social de todos sus usuarios y familiares.

Medio siglo en una nueva Edad Media

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Por no hablar de los parques y jardines cuando su custodia colectiva evita su abandono. Sin olvidar aquellas infraestructuras privadas (como bares, cafeterías, librerías, peluquerías, comercios,…) de barrio que facilitan una relación personal más improbable en grandes superficies comerciales a las que en vez de caminando se accede con automóvil.

O experiencias más recientes como la de los huertos vecinales urbanos, o los talleres de artesanos que transmiten su saber hacer a los más jóvenes, o los espacios de apoyo a ONG y a diversos tipos de asociaciones de voluntariado. Todas ellas actividades que reclaman el tipo de infraestructuras colectivas de las que, con oportunidad y esmero, se ocupa el autor de este más que recomendable ensayo.

Albino Prada es ensayista e investigador.

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