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Bosnia y Herzegovina, un callejón sin salida para los refugiados

Refugiados en el campamento de Vučjak, en Bosnia y Herzegovina.

Se han abrigado lo mejor que han podido. Algunos llevan mantas echadas sobre los hombros, un hombre sostiene un paraguas verde, todos llevan colgada una mochila grande en la espalda y un saco en el brazo. Las despedidas son breves con los compañeros que se alojan en el campamento de Vučjak en Bosnia-Herzegovina. Esta tarde de niebla, 25 de ellos se dirigen a la frontera con Croacia, miembro de la Unión Europea, a menos de una hora a pie. 25 dispuestos a entrar en el game, el más que arriesgado "juego" de cruzar la frontera.

“Ya he intentado pasar seis veces", dice Muhammad, un joven paquistaní. "Cada vez que nos arrestan, la policía croata nos ordena que pongamos los teléfonos móviles frente a nosotros y los rompen. También tenemos que darles todo nuestro dinero. Luego queman nuestras bolsas, nuestra ropa de abrigo y nuestros zapatos. Acto seguido nos llevan de vuelta a la frontera de Bosnia y Herzegovina. "A pesar de este maltrato repetido, el joven reanudará el juego tan pronto como haya conseguido dinero para recuperar su equipación. Según él, se necesitan 300 euros para recorrer los diez días de caminata, escondidos, hasta Eslovenia. No para los contrabandistas, sino para comprar un teléfono, ropa de abrigo nueva y comida.

El campamento de Vučjak se levantó el 16 de junio en el sitio altamente contaminado (de metano) que ocupaba un antiguo vertedero, a unos diez kilómetros de Bihać, en el noroeste de Bosnia y Herzegovina. La frontera croata se cruza por las montañas. Durante la guerra quese libró en los 1990, la zona estaba muy disputada y la zona en las inmediaciones del campamento sigue estando llena de minas.

Durante el verano, la tierra estuvo infestada de serpientes. Este otoño, son los jabalíes los que, todas las noches, vienen a buscar comida incluso en las tiendas de campaña proporcionadas por la Cruz Roja turca. Hay de 800 a 1.000 de ellos durmiendo en este estercolero, en un lugar inmundo; hombres solos, a los que se les negó la entrada a los campamentos superpoblados de Bihać y Velika Kladuša, dirigidos por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que ahora sólo aceptan menores y familias.

Según Nihal Osman, coordinadora local de Médicos sin Fronteras (MSF), entre 7.000 y 8.000 migrantes aguardan en el cantón de Bihać; 3.200 en los campos de Bira, Miral, Sedra y Borići, más de 4.000 en casas vacías o fábricas abandonadas o en las tiendas de campaña de Vučjak. En el campamento, las condiciones sanitarias son aterradoras.

Muchos refugiados regresan heridos del juego, tras los abusos de la Policía croata. Casi todos sufren diarrea y enfermedades de la piel, incluidos muchos casos de sarna. El ayuntamiento de Bihać entrega 20.000 litros de agua al día, pero las duchas al aire libre están llenas de basura. Los residentes deben hacer sus necesidades en el exterior: los aseos han estado fuera de servicio durante mucho tiempo. Con las nieblas húmedas del otoño, algunas tardes las temperaturas ya son negativas; muchos sufren de gripe, mientras que MSF informa de numerosos casos de tuberculosis y SIDA.

"Si estas personas siguen al aire libre, como hoy, algunos morirán este invierno", advierte Nihal Osman. Aquí, las temperaturas pueden descender por debajo de -20°C y las hogueras hechas con ramaje no serán suficientes. "La ONG no interviene en el campamento de Vučjak, negándose a apoyar su existencia. Para llevar a cabo su misión humanitaria, su personal opera en una pequeña clínica en la aldea vecina, a pesar de la hostilidad de los residentes locales. "Tenemos que ser discretos. Cerramos a las 3 de la tarde, antes de que la gente regrese del trabajo", cuenta Nihal Osman.

Sólo la Cruz Roja local entrega una comida al día -este lunes un cacito de arroz, un poco de salsa de carne, unas finas rebanadas de pan y un litro de soda-. Desde el verano, las organizaciones internacionales instan a las autoridades bosnias a encontrarles otro lugar, pero han hecho oídos sordos. "Todo el mundo se centra en el escándalo humanitario en Vučjak", dice Nihal Osman, "pero el problema es europeo. Cada vez son más las personas que toman la ruta de los Balcanes y el cantón de Bihać es la salida natural". De hecho, Bihać, en el extremo noroccidental de Bosnia-Herzegovina, es el punto más cercano a Eslovenia e Italia, el objetivo que todos los que llegan hasta aquí quieren alcanzar. Buscar asilo allí y continuar su viaje más tranquilamente hacia los países de la Unión Europea occidental y septentrional. En el caso de Bosnia y Herzegovina, en 2019 se registraron 28.327 llegadas oficiales, casi 5.000 más que en 2018 y casi 30 veces más que en 2017. En Europa, sólo Grecia registró más llegadas. Bosnia y Herzegovina supera ahora a España e Italia.

Al recordar su experiencia personal durante la guerra de 1992-1995, los habitantes del cantón de Una Sana miraron inicialmente con simpatía y solidaridad a los exiliados varados en este callejón sin salida de la ruta de los Balcanes. Pero a día de hoy prevalece un sentimiento de cansancio y exasperación. En las últimas semanas se han convocado varias manifestaciones contra los migrantes en Bihać y las autoridades locales bloquean los esfuerzos de los pocos trabajadores humanitarios sobre el terreno, como Médicos sin Fronteras. De hecho, los refugiados pagan un precio muy precio por los oscuros cálculos políticos realizados por las autoridades locales y las de la capital, Sarajevo.

Una larga odisea balcánica

El control fronterizo y la gestión de la migración son teóricamente responsabilidad del Estado Central de Bosnia y Herzegovina y de su Ministerio de Seguridad, pero el cantón de Una Sana, que tiene su propio Ministerio del Interior, es responsabilidad de la Federación de Bosnia y Herzegovina, una de las dos "entidades" de este país todavía dividido. Sin embargo, las autoridades del cantón creen que han sido abandonadas por las autoridades federales y que deben hacer frente solas a la crisis. Por lo tanto, su política tiene por objeto hacer lo más difíciles posible las condiciones de vida de los migrantes para disuadirlos de permanecer en su territorio. Durante las últimas dos semanas, incluso han prohibido la circulación de refugiados. Y, los que son acorralados en la calle por la Policía, son enviados inmediatamente a Vučjak.

Por su parte, la OIM, que gestiona todos los campamentos en Bosnia y Herzegovina, delegando los poderes normalmente conferidos al Estado, también está tratando de reubicar a los migrantes e insiste en la apertura de otros campamentos oficiales en el interior del país, en Tuzla o Sarajevo. Algo que es poco probable que se lleve a cabo, ya que Bihać sigue siendo la "puerta de entrada" a Croacia. Además, muy pocos migrantes se atreven a aventurarse por el norte de Bosnia, que depende de la República Srpska, la otra "entidad" del país, cuyas autoridades abogan por la firmeza absoluta y se niegan a abrir centros de acogida.

En los campamentos oficiales, la OIM está aumentando las campañas de retorno voluntario. Muchos trabajadores humanitarios creen que la organización está menos preocupada por dar una respuesta humanitaria que por contribuir a la "gestión de la migración", es decir, a las políticas destinadas a disuadir a los exiliados de intentar llegar a la Unión Europea. Y les sorprende la ausencia casi total de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), que parece haber delegado sus poderes en la OIM. Ni siquiera el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) está presente. Sólo un puñado de secciones nacionales de la Cruz Roja han enviado equipos.

"A las autoridades locales les gustaría que estas personas se fueran a otro lugar, ya que tienen demasiados inmigrantes que gestionar en su territorio", añade Hannu Pekka Laiho, en una misión de observación de la Cruz Roja finlandesa. El problema es que cada uno de los actores implicados en esta crisis se pasa la pelota: los bosnios, pero también la OIM y la Unión Europea". Apoyado en su bastón, el hombre se muestra conmovido por el destino de los desafortunados que terminan aquí. "Todo el mundo quiere acabar con Vučjak. Mientras, estas personas se encuentran abandonadas a su suerte. La tensión es palpable, pero me sorprende que no sea aún peor dadas las condiciones en las que deben vivir estos hombres. Todos los días me preguntan si se van a abrir nuevos campamentos en Bosnia o Croacia. No tengo nada concreto que decirles".

Dos nacionalidades dominan en Vučjak, los afganos y los paquistaníes, que se miran con hostilidad, cada uno en una zona. Los magrebíes, que no eran bien vistos, no se atrevieron a quedarse y se han ocupado sus viviendas. Este verano, un palestino murió asesinado por una herida de arma blanca. Sin embargo, también hay algunos indios, e incluso tres senegaleses, que han encontrado refugio en el sector afgano. Djallo, de 33 años, es de Kédougou, en la frontera entre Guinea y Malí. Primero se trasladó a Turquía y luego a Grecia, donde trabajó en granjas durante dos años. Luego se embarcó en la ruta de los Balcanes, después de ahorrar suficiente dinero, pensó, para unirse a un país rico de la UE.

Djallo detalla los pasos de su larga odisea balcánica. Cruzó las fronteras de Macedonia del Norte y luego de Serbia clandestinamente, pagando en cada ocasión varios cientos de euros a los traficantes de personas. En Preševo, en el sur de Serbia, los pakistaníes le vendieron por diez euros un justificante falso de una solicitud de asilo en Serbia, un documento que se puede obtener gratis. Luego pagó 150 euros por la travesía en barco por el Drina, el río que separa Serbia y Bosnia y Herzegovina, para posteriormente viajar a la región desde Bihać en autobús. Ha permanecido en Vučjak durante el último mes.

"En el norte de Macedonia, me quedé atrapado en una aldea donde retienen a la gente si las familias no envían dinero", asegura, entre temblores, envuelto en su desgastado abrigo y calzado con unos zapatos de plástico desparejados. Dos días antes, Djallo fue repatriado al campamento tras haber sido devuelto violentamente de Croacia. "Habíamos estado caminando con un grupo de paquistaníes y afganos durante diez días. Nos detuvieron cerca de Eslovenia y nos trajeron aquí... No opuse resistencia, pero la policía me lo quitó todo". Desesperado, sin dinero, Djallo planea volver. Al menos hasta Grecia, "porque allí, al menos, se puede trabajar y ganar algo de dinero". La violencia de la Policía croata tiene como objetivo disuadir a la gente de emprender el viaje. Zagreb ha recibido felicitaciones de sus socios europeos por su "buena gestión" de las fronteras e incluso puede ser invitada a unirse pronto al espacio Schengen.

Traducción: Mariola Moreno

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