Los aliados occidentales ya no son un bloque compacto en la guerra de Ucrania

Ancianos en un banco cerca de una casa destruida en el pueblo de Andriivka, en la región de Kiev.

Ludovic Lamant (Mediapart)

Del “regreso de la OTAN” hasta las vacilaciones europeas, la guerra en Ucrania, que entró el 24 de mayo en su cuarto mes, sigue redibujando los equilibrios geopolíticos.

Sobre el terreno, tras el endurecimiento de los combates en el flanco oriental decidido por Vladímir Putin a finales de marzo, la toma de Mariúpol el 20 de mayo es la primera gran victoria de los rusos. En el Dombás, las fuerzas de Moscú buscan “eliminar todo lo que está vivo”, decía el 24 de mayo el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, mientras los combates se intensificaban esta semana a las puertas de la ciudad oriental de Sievierodonetsk.

La resistencia de las fuerzas ucranianas, respaldadas por los envíos de armas de los países occidentales, hace pensar que los combates continuarán durante mucho tiempo. “Estamos en una guerra de alta intensidad, pero se puede imaginar una guerra de baja intensidad durante los meses posteriores”, predice Tara Varma, directora de la oficina de París del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, por sus siglas en inglés). 

La responsable de la inteligencia estadounidense, Avril Haines, habló a mediados de mayo de una evolución hacia una “guerra de desgaste", subrayando “una trayectoria más imprevisible, que podría adoptar la forma de una escalada”. Según Avril Haines, Moscú no ha cambiado sus objetivos de guerra iniciales, incluida la toma de Kiev. La retirada hacia el este del país fue, para ella, sólo temporal.

Por su parte, Vladímir Putin blandió, entre líneas, la amenaza nuclear, advirtiendo el 27 de abril a los Estados que entregan armas a Ucrania: “Aquellos que pretendan interferir desde fuera en lo que está ocurriendo [...] deberían saber que los ataques que llevaremos a cabo en represalia serán relámpago”.

En los primeros días de la invasión rusa, las capitales de la Unión Europea (UE) y de Estados Unidos se apresuraron a expresar su apoyo al régimen ucraniano, que concretaron de diversas maneras: entregas de armas, incluso letales, sanciones económicas contra los oligarcas rusos y el régimen, reparto de inteligencia militar con Kiev (en ruso)...

Pero las mismas capitales habían fijado su línea roja: no convertirse en partes del conflicto (aunque la definición de beligerante pueda ser debatida en el derecho internacional). “Nuestras fuerzas no están, ni estarán, involucradas en el conflicto con Rusia en Ucrania”, declaraba Joe Biden el 24 de febrero. “No estamos en guerra con Rusia”, aseguró Emmanuel Macron en una alocución el 2 de marzo.

Ante la perspectiva de un largo conflicto, en un contexto cambiante y extremadamente tenso, ¿son suficientes estas rudimentarias posiciones de principio: apoyo a Kiev sin tomar parte formalmente en el conflicto?

¿Hasta cuándo hay que entregar las armas y con qué objetivos? En qué condiciones volverá a hacerlo la OTAN, a la que Emmanuel Macron definió “en estado de muerte cerebral” en 2019, el garante de la seguridad en Europa? ¿Es posible todavía preparar el terreno para las conversaciones de paz con Vladímir Putin o hay que hacer todo lo posible para provocar un cambio de régimen en Rusia?

Mientras que el debate sobre estas cuestiones clave permanece silenciado en Francia, en parte debido al largo periodo electoral en curso, se está intensificando en otros países. Como veremos a continuación.

En Estados Unidos crecen los llamamientos para que Biden aclare su estrategia

El Congreso de Estados Unidos asestó un duro golpe el 19 de mayo al aprobar un plan de apoyo a Ucrania de 40.000 millones de dólares (casi 38.000 millones de euros), que incluye 6.000 millones para equipar al país con vehículos blindados y reforzar su defensa aérea. La suma es colosalThe Economist ha calculado que en tres meses de guerra, Washington ya ha enviado más a Ucrania que lo que proporcionó a Irak o Afganistán en cualquier año completo.

Otro hecho destacable es que, a pesar de la proximidad de las elecciones de mitad de mandato en otoño, existe un consenso político entre republicanos y demócratas sobre la cuestión (con la excepción de algunos congresistas republicanos aislados). Al mismo tiempo, el discurso de los responsables estadounidenses se ha vuelto más belicoso, con Vladímir Putin en el punto de mira.

A finales de marzo, Joe Biden manifestó que el presidente ruso “no podía permanecer en el poder”, lo que se consideró en su momento un error diplomático. Pero el secretario de Defensa, Lloyd Austin, advirtió a finales de abril que el objetivo de Estados Unidos era “ver a Rusia debilitada hasta el punto de que no pueda volver a hacer este tipo de cosas, como invadir Ucrania”.

Nancy Pelosi, la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, declaró durante una visita a Kiev a principios de mayo que el apoyo de Estados Unidos duraría “hasta que Ucrania ganase”. Julianne Smith, la embajadora de Estados Unidos ante la OTAN, dijo el 20 de mayo desde Varsovia que quiere "proteger la integridad territorial y la soberanía” de Ucrania, sin aclarar a qué fronteras se refería (antes o después de la anexión rusa de Crimea en 2014). “Queremos la derrota estratégica de Rusia”, dijo. Todas estas son salidas que no facilitarán las negociaciones de paz, si es que llegan a producirse.

“¿Está tratando Estados Unidos de poner fin al conflicto?”, se preguntaba The New York Times en un editorial reciente. [...] ¿Se trata de debilitar permanentemente a Rusia? ¿Quiere la administración desestabilizar a Putin, hasta que sea sustituido? […] ¿O se trata principalmente de evitar que el conflicto se extienda, en cuyo caso por qué presumir de proporcionar información que no sólo mata a los rusos, sino que hunde uno de los buques de guerra de Rusia?”

El riesgo de mantener esta vaguedad estratégica, prosigue el diario estadounidense, es no sólo olvidar el propio interés de Estados Unidos, sino también socavar la seguridad a largo plazo en el continente europeo. Mientras otros medios de comunicación también lamentan la falta de un verdadero debate público sobre la estrategia estadounidense, la periodista Anne Applebaum, en Atlantic Monthly, defiende a ultranza una posición: “La guerra no terminará hasta que Putin pierda”, convencida de que “Occidente no debe ofrecer a Putin una salida, nuestro objetivo debe ser su derrota”.

Otros, más prudentes, consideran que Joe Biden debe explicar a Volodymyr Zelensky los límites que pone a su apoyo, para evitar el riesgo de una escalada del conflicto. Tanto más cuanto que Estados Unidos ha decidido teóricamente, desde finales de los años 2000, desprenderse del continente europeo para invertir más en la llamada zona “indopacífica”, para reforzar sus relaciones de poder con China. Joe Biden estuvo de gira por varios países asiáticos del 19 al 24 de mayo, con la esperanza de importar el modelo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte a sus socios japoneses y surcoreanos...

Pero este debate es aún más delicado en el lado europeo, como resume el historiador Adam Tooze en el semanario británico New Statesman: “Más allá del necesario apoyo a Ucrania a corto plazo, ¿qué visión tiene Estados Unidos de la seguridad en Europa? ¿Tienen solo uno? En cualquier caso, dejando a un lado la hipótesis de una escalada nuclear, Rusia se mantiene alejada de Estados Unidos y tiene poco impacto en su economía. No se puede decir lo mismo de Europa”.

La UE discute si debe ofrecerle a Putin una "salida”

Entre los líderes europeos, la brecha se ha ampliado en las últimas semanas sobre los objetivos de apoyo a Ucrania. El presidente del Consejo de ministros italiano, Mario Draghi, declaró a mediados de mayo que “hay que alcanzar un alto el fuego lo antes posible”. “Tenemos que hacer que Moscú vuelva a la mesa de negociaciones”, adelantó, mientras que varios partidos de la coalición que apoya a Draghi en el poder en Roma se debaten sobre la conveniencia de seguir enviando armas a los ucranianos.

El 18 de mayo, el Ejecutivo italiano incluso presentó un plan de paz, enviado al secretario general de la ONU, cuyo punto de partida es una desmilitarización de la línea del frente, un requisito previo que parece muy difícil de prever estos días, dada la intensidad de los combates en el Dombás.

Inspirados en un principio de realismo que algunos profesores universitarios consideran “fuera de lugar”, Berlín y París están más o menos en la misma línea que Roma, con la idea de que habría que evitar la afrenta de la “humillación” a Vladimir Putin. La paz que vendrá “no se hará ni en la negación, ni en la exclusión de unos y otros, ni siquiera en la humillación”, declaró Emmanuel Macron el 9 de mayo en el Parlamento Europeo en Estrasburgo.

La reciente declaración de Clément Beaune, ministro francés de Asuntos Europeos, para quien la adhesión de Ucrania a la UE “probablemente llevará 15-20 años”, va en la misma dirección. Fue una ducha de agua fría para los líderes pro-UE en Kiev. Porque sugiere que el Ejecutivo francés se niega a romper todo vínculo y toda posibilidad de diálogo con Vladímir Putin, a pesar de la invasión de Ucrania y de los crímenes cometidos contra la población civil, especialmente en Bucha, por las fuerzas rusas.

El jueves pasado, en el Foro Económico de Davos, el canciller alemán Olaf Scholz pretendió endurecer su tono, asegurando que “no habrá paz impuesta [por Rusia], Ucrania no la aceptará, y nosotros tampoco”. Jugando con dos barajas, Volodymyr Zelensky había sorprendido a finales de la semana pasada, anticipando, en una declaración que se interpretó como una concesión, que “el final del conflicto será diplomático, [...] hay cosas que sólo podemos conseguir en la mesa de negociaciones”.

Tanto los Países Bálticos como Polonia han adoptado un enfoque más radical, siguiendo el ejemplo de Estados Unidos y la OTAN. “La paz no puede ser el objetivo final”, declaraba la primera ministra estonia, Kaja Kallas. “La única solución que veo es una victoria militar que ponga fin a esto de una vez por todas y que castigue al agresor por lo que ha hecho”. De lo contrario, advirtió, “volveremos a la casilla de salida: tendremos una pausa de un año, dos años, y luego todo volverá a empezar”.

“He oído hablar de intentos de permitir a Putin salvar la cara en la escena internacional”, manifestó el primer Ministro polaco Mateusz Morawiecki el 19 de mayo. “Pero, ¿cómo se salva lo que ha sido totalmente desfigurado?”.

La investigadora del ECFR, Tara Varma, confirma el tira y afloja en la UE: “Los europeos están entre la espada y la pared porque les cuesta concebir lo que sería una posguerra después de Putin, pero también lo que sería una posguerra sin Putin”. Y continuó: “No hay indicios de que haya una lucha dura en el Kremlin, para tomar el relevo de Putin... Pero en este momento, Putin no quiere una solución diplomática. Él es el que empezó la guerra y sigue siendo el único que puede detenerla”.

Una OTAN ampliada, ¿para qué?

El momento es tanto más vago por cuanto el dúo franco-alemán pivote tradicional en tiempos de crisis (por ejemplo, cuando era necesario lanzar un plan de recuperación post-pandemia en 2020 o realizar compras colectivas de vacunas anticovid), se ha desvanecido. Prueba de este plan fallido, el plan de un viaje conjunto de Emmanuel Macron y Olaf Scholz a Kiev, tras la reelección del primero a principios de mayo, no prosperó.

Al frente de una frágil coalición formada por partidos que todos han tenido que revisar algunos de sus fundamentos bajo el impacto de la guerra (la política energética para los Verdes, las relaciones con Moscú para los socialdemócratas, el dogma del rigor presupuestario para los liberales), Olaf Scholz se ve en parte limitado por cuestiones políticas internas relacionadas con los vínculos de su partido con Rusia. Ha expresado su solidaridad con el presidente alemán Frank-Walter Steinmeier (también del SPD), que fue declarado persona non grata en Kiev acusado de haber mantenido una relación demasiado estrecha con Vladímir Putin. 

Berlín también está inmersa en una revolución de su modelo energético, hasta ahora muy dependiente de las importaciones rusas, que promete ser especialmente peligrosa. “No se trata de una falta de liderazgo, sino de una fase de aplicación [entre París y Berlín] que se prolonga un poco a causa de la guerra en Ucrania”, se defiende por su parte el Elíseo.

Independientemente de los esfuerzos de París por crear una “Europa de la defensa” que supuestamente marque el “despertar estratégico” de la UE, la pertenencia a la OTAN y el vínculo transatlántico siguen siendo, más que nunca, los garantes de la seguridad a los ojos de los países de Europa Central y Oriental, así como de los Estados bálticos.

La OTAN, organización creada en 1949 para contrarrestar al enemigo ruso, experimenta así una vuelta a la normalidad, simbolizada no sólo por el espectacular giro de Berlín, que se ha comprometido a aumentar sus gastos militares, sino también por la solicitud conjunta de adhesión de Suecia y Finlandia (complicada por el veto turco).

Esto no impide que el historiador británico Adam Tooze ironice: “El júbilo atlantista es tan ruidoso que la gente parece haber olvidado una realidad: si el objetivo de la OTAN es impedir la agresión rusa y mantener la paz en Europa, ha fracasado claramente”. E insistió: “No es sorprendente que la invasión rusa haya resucitado a la OTAN. ¿Pero es una reactivación real? ¿Tiene la OTAN una visión? ¿O es su reacción a la guerra de Ucrania simplemente un reflejo mecánico e involuntario?”.

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Entre las vacilaciones de Estados Unidos, que se ha orientado más hacia Asia y China en los últimos años, y la UE, que sigue luchando por convencer de su credibilidad en cuestiones geopolíticas, la OTAN intentará desarrollar su doctrina durante una cumbre en Madrid este mismo mes de junio, donde debería publicarse su nuevo “concepto estratégico”, es decir, sus prioridades para los próximos años.

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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