Los cuatro errores fatales de Putin en Ucrania, según el director de la CIA y exembajador en Moscú

Conversación telemática entre el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y su homólogo francés, Emmanuel Macron.

René Backmann (Mediapart)

Un mes después de que el Ejército ruso haya invadido Ucrania, de la nebulosa de la guerra emerge una evidencia: Putin ha fracasado. Su estrategia ha sido un desastre. Y cada día está más claro que no tiene un plan B. Como la mayoría de los dictadores, no tuvo dudas y, por tanto, no había imaginado que la realidad pudiera resistirse a su voluntad. Y que la enorme ventaja de Rusia en fuerzas convencionales sobre Ucrania podría traicionarle. Como tampoco tuvo a bien someter su proyecto a un examen crítico antes de llevarlo a la práctica, por lo que ahora es el único responsable de su fracaso.

Si, como piensa el exdirector del Mossad, Ephraim Halevy, “su amenaza de utilizar armas nucleares revela sobre todo su desconcierto, su humillación, su enfado ante el importante daño que se acaba de infligir a su prestigio, tanto en el interior como en el exterior”, se comprende mejor por qué, desde hace unos días, algunos de sus asesores o diplomáticos intentan con sus interlocutores extranjeros fórmulas para una salida aceptable de la crisis. Y por qué hizo que su gente anunciara el viernes que ahora “concentrará el grueso de los esfuerzos en el objetivo principal: la liberación del Donbáss”.

O lo que es lo mismo, la “República Popular de Lugansk” y la “República Popular de Donetsk”, los dos enclaves controlados por los separatistas rusófonos en el Este del país. Un repliegue que el Estado Mayor intenta laboriosamente presentar como una especie de victoria al precisar que “las capacidades de combate de las fuerzas ucranianas se han reducido considerablemente”. Todo ello mientras se refuerza el asedio de Mariúpol, se multiplican los pequeños asaltos en la región de Kiev en ruso y se ataca los alrededores de Lviv. Como si hubiese que demostrar que, a pesar de todo, la guerra continúa. O para consolidar algunas de las posiciones establecidas con la vista puesta en una posible negociación de alto el fuego.

Pero la realidad del campo de batalla y del equilibrio de poder político y diplomático es implacable para su altivez nacionalista. A pesar de los ataques masivos e indiscriminados de la aviación, de los misiles y de la artillería rusos, que han sembrado la destrucción, la muerte y el terror, convirtiendo a 10 millones de ucranianos –una cuarta parte de la población– en refugiados, en el extranjero, o desplazados, no se ha conseguido ninguno de los objetivos que Putin encomendó a su Ejército en la invasión del 24 de febrero.  

Al enviar a entre 150.000 y 200.000 soldados al asalto del antaño “país hermano”, al apelar a los jefes del Ejército ucraniano a levantarse contra sus dirigentes y a tomar el poder, el presidente ruso esperaba obtener el control total del país y de su capital en pocos días, si no en pocas horas. Incluso parecía convencido de poder obligar entonces al jefe de Estado y al Gobierno –o a los nuevos dirigentes designados por el Ejército ruso– a enmendar la Constitución para proclamar la neutralidad de Ucrania, aceptar la desmilitarización del país, reconocer Crimea como territorio ruso y la independencia de las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk.

Los ucranianos, unidos y alineados detrás de su presidente Volodymyr Zelensky, convertido en jefe de la guerra y héroe nacional, ayudados por la Unión Europea, Estados Unidos, la OTAN y la ONU, han opuesto a la fuerza de invasión rusa una resistencia ingeniosa y valiente, que fue capaz de encontrar en pocos días los puntos débiles de la enorme maquinaria bélica rusa. Y explotarlos con una habilidad y eficiencia sorprendentes.

Atascada en sus viejos esquemas tácticos, paralizada por una logística deficiente, una red de comunicaciones anticuada y el mediocre espíritu de lucha de los reclutas alistados en una guerra con intereses nebulosos, la fuerza de invasión rusa, que dispersaba sus esfuerzos en una docena de objetivos, ha abandonado la mayoría de ellos.

El sábado, tras cuatro semanas de combates que, según un artículo del Komsomolskaya Pravda rápidamente retirado, han causado cerca de 10.000 muertos en sus filas, entre ellos al menos cinco generales, el Ejército ruso sólo controlaba una ciudad, Jérson, donde se llevaba a cabo un contraataque ucraniano. Y Mariúpol, en el mar de Azov, llevaba semanas sitiada, donde el ataque ruso al teatro que se utilizaba como refugio habría matado a casi 300 personas.

París negocia actualmente con el Kremlin una operación humanitaria organizada con Grecia y Turquía para evacuar a quienes deseen salir de entre los 150.000 habitantes atrapados en las ruinas de esta ciudad portuaria devastada.

Pérdidas sin precedentes en las últimas décadas

Obviamente, es poco probable que Vladimir Putin admita su responsabilidad en este desastre estratégico, que ha sumido a Rusia en un aislamiento diplomático sin precedentes y a su economía en una crisis histórica. “Todo va según lo previsto”, repite Putin en sus comparecencias públicas. “Está ocurriendo exactamente lo contrario”, declaraba Pavel Luzin, analista militar ruso y antiguo asesor del opositor encarcelado Alexei Navalny, a The New York Times. “Hacía décadas que los Ejércitos soviético y ruso no sufrían tantas pérdidas en tan poco tiempo”.

Confirmación de que no todo va según lo previsto: el general Yershov, que iba a hacerse cargo de Jarkov, ha sido destituido; el jefe del FSB (sucesor del KGB) encargado de reclutar agentes en Ucrania, ha sido detenido, junto con su adjunto. Incluso el ministro de Defensa, Sergei Shoigu, cercano a Putin y en el cargo desde hace diez años, parecía estar en problemas. El sábado reapareció en público tras haber estado “desaparecido” durante diez días.

¿Cómo es posible que un jefe de Estado que a menudo se presenta como un tomador de decisiones frío y calculador, que sopesa todas sus opciones con extrema cautela, se embarcase en una aventura tan desastrosa para él y para su país, una aventura de la que ahora intenta desesperadamente, sin admitirlo, salir, movilizando a amigos y socios diplomáticos para hacer llegar su mensaje?

El actual director de la CIA, William Burns, que fue embajador de Estados Unidos en Rusia de 2005 a 2008, conoce bien a Putin y su mundo. A principios de este mes, ofrecía su testimonio ante el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, respondiendo a esta pregunta con bastante precisión. Y arroja una luz inquietante, no sólo sobre la personalidad del presidente ruso, sino también sobre la naturaleza y el funcionamiento del poder.

“Durante años, Putin ha estado decidido a dominar y controlar Ucrania, impulsado por una mezcla incendiaria de culpa y ambición. Y, lo que es más importante que nunca, ha creado un círculo de asesores cada vez más estrecho a su alrededor, todavía más estrecho debido al covid. Es un sistema que no hace fácil la carrera de quienes cuestionan o desafían su criterio. Así que Putin fue a la guerra convencido de que Rusia estaba en una buena posición. Creía que Ucrania era débil, fácil de intimidar. Los países europeos que podían ayudarle tenían otras preocupaciones. Alemania lidiaba con la sucesión de Angela Merkel, Francia estaba en plena campaña electoral. Era el momento ideal […]. Excepto que en cuatro puntos clave, sus valoraciones eran completamente erróneas:

Considera que el Ejército ruso, que se ha beneficiado desde la guerra de 2008 en Georgia de una importante mejora, se ha vuelto mucho más moderno y profesional. No era el caso. Parece que Rusia aún no se ha librado del legado soviético. Los informes optimistas sobre el terreno no siempre son ciertos. Pero eso no impide que se abra paso hasta la cima.

Por lo tanto, creía que el Ejército ruso ocuparía Kiev en 48 horas y que Ucrania opondría muy poca resistencia, tanto militar como civil. Incluso estaba convencido de que Volodymyr Zelensky huiría para salvar su vida. De hecho, tras dos semanas de combates, el Ejército ruso aún no había conseguido rodear la ciudad. Además, la idea, propuesta por la inteligencia militar y su servicio de seguridad, de enviar un comando de las fuerzas especiales chechenas a Kiev para asesinar a Zelensky resultó desastrosa. Los servicios de inteligencia ucranianos demostraron ser muy eficaces. Se frustraron varios atentados contra la vida del presidente y se capturó o mató a varios miembros del comando.

Dadas las modestas sanciones impuestas por Occidente tras los combates en el Donbáss y la ocupación de Crimea, pensó que las reservas financieras que había acumulado le permitirían hacer frente a una crisis similar. No preveía que el conflicto adquiriría una dimensión completamente diferente. Tampoco previó que cientos de miles de millones de reservas de divisas serían congeladas en el extranjero y que los daños a la economía rusa serían graves y se agravarían día a día.

Putin no creía que Biden y los líderes de la UE se pusieran de acuerdo tan fácilmente para actuar juntos contra Rusia. En particular, pensó que Biden toleraría la conquista militar rusa de una pequeña parte de Ucrania”.

Después de arrastrar a su país a una guerra que no puede ganar y que está arruinando por sus ambiciones imperiales y sus errores de apreciación, ¿qué puede hacer Putin?

Farol

¿Continuar, incluso invocando de nuevo la amenaza de su armamento nuclear táctico, para disuadir a los países amigos de Ucrania de aumentar su ayuda y entregar armas “ofensivas” (aviones, helicópteros de combate, tanques, misiles tierra-tierra o aire-tierra)? Los responsables de los servicios de inteligencia estadounidenses que acompañaron a William Burns durante su comparecencia ante el Comité de Inteligencia no parecen alarmados por esta hipótesis. “Putin no está loco”, aseguró uno de ellos. “Es un interlocutor racional, cruel, pero no psicópata”.

Avril Haines, la directora de inteligencia nacional responsable de coordinar las actividades de la veintena de servicios estadounidenses, ha señalado que “cuando Putin anunció la puesta en alerta de sus fuerzas nucleares, lo que ocurrió fue muy inusual […]. A diferencia de lo que vemos en otros casos parecidos, nuestras agencias no vieron ningún signo de actividad o movilización de las unidades implicadas”. En otras palabras, el anuncio de Putin habría sido un farol diseñado para disuadir a Occidente de aumentar su ayuda a Ucrania.

En Israel, donde el Gobierno está jugando un complejo juego ante esta crisis porque los militares quieren preservar su “coordinación táctica” con sus colegas rusos en el espacio aéreo sirio, mientras que los diplomáticos no quieren enfadar al aliado y protector estadounidense, fuentes conocedoras de la situación en Rusia creen que Putin está buscando una salida que le permita no quedar mal. No descartan la posibilidad de actuar como mediadores. Pero también señalan que el presidente ruso ha dado últimamente señales contradictorias.

Uno de ellos señala que “ha observado ‘cambios positivos’ en las posiciones ucranianas, al tiempo que precisa que está ‘dispuesto a detener la guerra si se logran sus objetivos’. Y anunció que estaba considerando reclutar a 16.000 ‘voluntarios’ sirios”.

“Con el paso de los años, Putin ha perdido el contacto con la realidad”, dice a Haaretz el psicólogo israelí Shaul Kimhi, que ha estudiado los perfiles de muchos líderes árabes para el servicio de inteligencia militar de su país. “Es como todos los demás dictadores que han permanecido demasiado tiempo en el poder. Acaba con la sospecha, el desprecio por los demás, la creencia de que él es el único que importa, una visión retorcida de la historia y una complacencia generalizada. Esto lleva a decisiones precipitadas y a errores estratégicos”.

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En otras palabras, la diplomacia todavía puede tener un papel que desempeñar en este conflicto, siempre que se preste atención a las “decisiones precipitadas” y los “errores estratégicos”. Sobre todo, siempre que se proponga una solución mutuamente aceptable antes de que el presidente ruso pueda imponer su propio proyecto: un país partido en dos, según el modelo de Corea que, tras su división, vivió tres años de guerra.

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés: 

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