El Gobierno Meloni hace de la cocina italiana un arma identitaria
Si escuchamos a los miembros del Gobierno de Giorgia Meloni comentar la posible inclusión de la cocina italiana en el patrimonio cultural inmaterial de la Unesco, se podría pensar que se trata de elegir la mejor gastronomía del mundo. Para el ministro de Agricultura y Soberanía Alimentaria, Francesco Lollobrigida, Italia tiene “todos los requisitos para convertirse en la primera cocina del mundo en ser reconocida como patrimonio inmaterial en su totalidad”.
El comité técnico encargado de examinar la candidatura italiana emitió un primer dictamen favorable el 10 de noviembre. Este reconocimiento consagraría una cocina “reconocida como elemento fundamental para el planeta, en todas sus dimensiones: productores, ganaderos, agricultores, pescadores, transformadores, cocineros, restauradores, personal de sala, empresarios”, repite sin cesar el ministro desde hace meses.
Sin embargo, “no se trata ni de recetas, ni de productos, ni de cocina”, explica Michele Fini, profesor de la Universidad de Ciencias Gastronómicas de Pollenzo. “La Unesco promueve prácticas que se transmiten dentro de la sociedad y la población, en ningún caso reconocería la superioridad de una cultura sobre otra”, afirma.
Massimo Montanari, presidente del comité científico encargado de redactar el expediente, aclara el sentido de la iniciativa en el libro Tutti a tavola (Todos a la mesa, editorial Laterza), que acaba de coescribir con Pier Luigi Petrillo. “La cocina es una parte esencial de la cultura italiana, al igual que la pintura renacentista o las iglesias barrocas […]: es el placer de estar y comer juntos, de ofrecer a los demás algo de nosotros mismos, de conversar, de comprender, de compartir”, escribe el historiador.
¿Qué hay más italiano, se pregunta, que el ritual del café? Estamos lejos de “la lista de todos los productos de nuestros terruños que hacen que nuestra cocina sea especial y única”, en palabras del ministro Francesco Lollobrigida, o de “la forma más elevada de diplomacia italiana”, como afirmó su colega de Cultura, Alessandro Giuli.
Aumento de las exportaciones
¿Cómo explicar esta disonancia entre el contenido de la candidatura y la retórica que utiliza y abusa el Gobierno de extrema derecha desde el lanzamiento de la campaña oficial, en marzo de 2023? “¡Es gastronacionalismo!”, exclama el profesor Michele Fini, coautor junto con Anna Claudia Cecconi del libro Gatronazionalismo (ediciones People, 2021). “Estamos gravemente enfermos. Si los demás países han contraído una gripe, Italia se encuentra en fase de neumonía.”
En 2020 surgió por primera vez el trabajo conjunto de la Academia Italiana de la Cocina con la Fundación Casa Artusi, dedicada a la promoción de la cocina familiar, y la revista La Cuisine italienne para proponer la candidatura de esta cocina como “práctica social”. Apenas unos meses después de su llegada al poder, el Gobierno de Giorgia Meloni lo convirtió en una prioridad. Y esta famosa candidatura se convirtió rápidamente en el estandarte privilegiado de su cruzada identitaria.
El reto económico es enorme: durante los primeros nueve meses del año, la exportación de productos agroalimentarios italianos aumentó un 5,7 %. Si se confirma el crecimiento, el país alcanzará el récord de casi 70.000 millones de euros en exportaciones en 2025. El ministro de Agricultura, cuñado de Giorgia Meloni y ferviente promotor del Made in Italy en todos los ámbitos, estima en 250.000 millones de euros el peso de la cocina italiana, incluyendo el atractivo turístico que ofrece la gastronomía.
Hoy en día, defender la cocina es como defender la libertad de expresión
Según Francesco Lollobrigida, uno de cada dos turistas viene a Italia por la comida. “A menudo se construyen itinerarios de promoción turística en torno a esta supuesta identidad, aunque no tengan mucho que ver con la historia real de los territorios que se quieren promocionar”, analiza el historiador de la alimentación Alberto Grandi en su obra La cucina italiana non esiste (La cocina italiana no existe, ediciones Mondadori), que provocó indignación cuando se publicó en 2024. “Esos esfuerzos han acabado siendo la esencia misma de la fantasmal cocina italiana”, escribe.
El argumento del marketing no es el único que explica el fenómeno. “Hace treinta y cinco años, el retorno a lo local, como reacción a la globalización, se convirtió en el combustible que alimentó este incendio”, comenta Michele Fini. “La élite política vio en ello la posibilidad de obtener un consenso. Hoy en día, defender la cocina es como defender la libertad de expresión.”
Para el historiador de la alimentación Alberto Grandi, el punto de inflexión se produjo durante la crisis económica de los años 70. “El boom económico nos dio los medios para preparar una cocina de calidad, mientras que antes los italianos comían poco y mal”, recuerda. “Cuando perdimos en industrialización e innovación, nos reinventamos, seleccionamos nuestro pasado pensando que era el elemento más destacado de nuestra identidad.”
En Italia, las campañas electorales también se desarrollan en torno a banquetes o fiestas gastronómicas locales. El líder del partido de extrema derecha La Liga, Matteo Salvini, habla de la defensa de los productos italianos como de “una batalla de civilización” o de los tortellinis sin cerdo como de un “borrado de la historia italiana”.
La diplomacia de la carbonara
En noviembre, a raíz de una publicación en Facebook de Francesco Lollobrigida, eurodiputados de Fratelli d'Italia (FdI), el partido de Giorgia Meloni, expresaron su indignación a la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola. El motivo de su ira era la presencia, en los estantes del supermercado de la institución, de botes de salsa denominada “carbonara”, con una bandera italiana en la etiqueta, cuya composición no tenía nada que ver con la receta original. El historiador Alberto Grandi afirma haber recibido insultos y amenazas de muerte por cuestionar la italianidad de platos emblemáticos.
El secuestro identitario de la cocina italiana es ahora total. “Hoy en día, todas las fuerzas políticas, tanto de derechas como de izquierdas, están a favor del uso de la comida para exaltar un sentimiento nacionalista sin medir los daños”, opina Michele Fini. “Eso lleva a una idea de superioridad, de desprecio hacia las tradiciones percibidas como extranjeras.”
Sin embargo, insiste Massimo Montanari en su obra que resume el espíritu de la candidatura ante la Unesco, la cocina italiana “es un patrimonio colectivo que pertenece a todos”, “una esponja capaz de absorber las influencias de una pluralidad de culturas y las tradiciones de otras cocinas para transformarlas y hacerlas suyas”.
Basta pensar en el cuscús siciliano, que tiene su propio concurso anual en Sicilia, importado de la cocina árabe y luego italianizado. Pero esta diversidad, elemento central de la candidatura italiana, se ha convertido en la “de los pueblos y municipios italianos”, según los ministros de extrema derecha promotores del proyecto.
Pero son cada vez más numerosas las pequeñas tiendas, de las que tanto les gusta presumir de italianidad, que cierran sus puertas. El turismo de masas que se ha desarrollado en algunas regiones del país ha dado lugar a lo que los italianos llaman la “foodización” de sus ciudades.
“Los soportales de Bolonia están desiertos, han desaparecido los comercios históricos que formaban parte del panorama de la ciudad y solo quedan lugares para comer o beber”, lamenta Alberto Grandi. “Eso tiene efectos perversos en nuestros centros urbanos, pero también en nuestra economía. Corremos el riesgo de frenar el desarrollo de nuestro país en nombre de una pureza y un pasado que nunca han existido.”
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Traducción de Miguel López