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Conflicto palestino-israelí

La intoxicación, el arma de destrucción masiva de Netanyahu

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El área de Urbanismo de Jerusalén dio el visto bueno, el pasado 16 de diciembre, a la construcción de 891 nuevas viviendas en la colonia urbana de Gilo, al sur de la ciudad. Una vez finalizadas las obras, los edificios se sumarán a los múltiples asentamientos levantados por Israel en la periferia de Jerusalén, pero en territorio palestino, lo que va a aumentar la división –tal y como desean los urbanistas-estrategas israelíes– entre Jerusalén Este y Cisjordania. Esta decisión llega después de que, en abril, las excavadoras arrasaran el bosque de las montañas de Belén, donde darán comienzo las obras; una decisión municipal que confirma un asunto político paralizado en 2012 y cuya aprobación final tendría que haberse hecho pública a principios de noviembre de 2015.

Sin embargo, dicha decisión se postergó durante cinco semanas, a petición del Gobierno, para evitar que interfiriese en la visita del primer ministro a la Casa Blanca, el pasado 19 de noviembre. En este encuentro, Benjamin Netanyahu y Barack Obama debían abordar la renovación de la ayuda militar norteamericana a Israel para los próximos diez años. Y el jefe del Gobierno israelí no quería bajo ningún concepto poner en peligro dichas negociaciones permitiendo que el Ejecutivo municipal de Jerusalén anunciase una decisión que pudiese causar malestar a sus interlocutores. Sobre todo porque guardaba un as en la manga para conseguir un mayor compromiso por parte de Estados Unidos.

Después de que durante más de tres años, Netanyahu haya librado una verdadera ofensiva de descrédito contra Barack Obama y su Administración –responsables en opinión del primer ministro israelí de una excesiva indulgencia para con los palestinos y sobre todo de una peligrosa ingenuidad en sus negociaciones con los dirigentes iraníes sobre la desmilitarización de su programa nuclear– ahora había cambiado de táctica y contaba con sacar el mayor partido posible de su maniobra. El primer ministro israelí, obligado a aceptar –muy a su pesar– el acuerdo nuclear alcanzado en julio entre Teherán y los 5+1(Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Rusia, China y Alemania), había renunciado a hacer que las negociaciones encallaran, a pesar de sus advertencias apocalípticas y, se presentaba reconvertido en político pragmático y retorcido, lo que le llevó a adoptar una nueva estrategia: la de constatar la nueva realidad estratégica y el regreso de Irán al panorama diplomático internacional, a cambio de hacer pagar a Estados Unidos un alto precio por la alteración del equilibrio regional. Una alteración que también ha provocado una irritación palpable en Arabia Saudí donde el régimen se muestra indignado por que Teherán se halla nuevamente en condiciones de disputarle la supremacía regional.

Presión sobre Obama

Durante varios meses, Netanyahu, que hace tiempo que cree que Obama es nefasto para Norteamérica y un enemigo para Israel, no ha dejado de recordar la amenaza que sigue representando el régimen de Teherán, por mor de este acuerdo internacional, para la seguridad de Israel; no ha dejado de insistir en la responsabilidad de Washington y de requerir a Estados Unidos que proporcione a Israel los medios para defenderse. Al contrario que sus principales jefes militares, que aprueban el acuerdo sobre la cuestión nuclear iraní y no ven a Irán como una amenaza principal para Israel, el primer ministro israelí no ha dejado de repetir que la República Islámica no es digna de confianza, que seguía deseando la destrucción de Israel y que era responsabilidad estratégica y moral de Washington asegurar la protección de su aliado israelí.

En otras palabras, significaba que Netanyahu y su ministro de Defensa Moshé Yalón querían conseguir que la ayuda militar norteamericana, que asciende a 124.000 millones de dólares desde 1962, ronde los 3.000-5.000 millones de dólares anuales durante los próximos diez años. En opinión de los dirigentes israelíes, la maniobra resultaba más sencilla porque Obama –que considera el acuerdo alcanzado con Irán como uno de los principales objetivos de su segundo mandato– debe hacer frente a un Congreso reticente y donde los republicanos le acusan de haber “tirado a Israel al tren” en las negociaciones con Irán. Y donde los amigos de Israel son bastante numerosos e influyentes entre los demócratas para ponerlos en aprietos.

No se equivocaban. Según las palabras de Moshé Yalén, a su regreso de Washington, la Casa Blanca ha aceptado la práctica totalidad de las demandas israelíes. Además del aumento de la ayuda que puede alcanzar al menos los 4.000 millones de dólares anuales, Israel ha obtenido, en virtud del carácter existencial del peligro iraní y de la situación de caos que se vive en la región, la entrega de una escuadrilla adicional del nuevo avión de combate furtivo norteamericano F-35, un refuerzo de sus 83 F-15 y el suministro de varios aviones de motor pivotantes V-22, capaces de despegar y de aterrizar verticalmente, como los helicópteros.

A esto se suma el suministro de municiones guiadas, bombas de 4 toneladas antibunker, el compromiso norteamericano de participar en el desarrollo de los sistemas antimisiles Arrow, Magic Wand y Iron Dome, así como en las investigaciones sobre ciberguerra y de tecnologías de localización de túneles. El importe total definitivo del presupuesto comprometido, el número exacto de aviones que se suministrarán y los plazos de entrega se determinarán en el transcurso de las negociaciones que llevarán a cabo los expertos, que acaban de iniciarse y que es posible que se prolonguen hasta que entre en funciones el sucesor de Obama, en enero de 2017.

Falta de visión política a largo plazo

¿Esta notable buena voluntad norteamericana tiene contrapartida? No. Poco después del regreso de Washington de Benjamin Netanyahu, tras la victoria alcanzada, así como el apoyo de su mayoría, ha retomado, a instancias de su ministro de Defensa, más halcón que nunca, sus críticas contra las políticas en Oriente Medio de Washington, a quien acusa de mostrarse débil frente al Estado Islámico y complaciente frente a los dirigentes palestinos. El primer ministro israelí, que en 2012 no ocultó las simpatías que sentía por el rival republicano de Obama, Mitt Romney, estaba incluso dispuesto a recibir en Jerusalén al más caricaturesco de los candidatos a las primarias republicanas, el multimillonario y populista Donald Trump, que no se arredra ante ningún asunto y siempre dispuesto a machacar a la Administración demócrata. No obstante, después de que Trump se mostrase partidario de vetar “la entrada total y completa de musulmanes en Estados Unidos”, provocando una enorme oleada de indignación, en Estados Unidos y fuera, la visita se ha cancelado. De momento.

Netanyahu –que carece de visión política a largo plazo pero se muestra obsesionado por proteger el statu quo que ha impuesto a los palestinos– es un experto a la hora de vivir al día en política y en propinar golpes mediáticos carentes de futuro, ideados conjuntamente con sus asesores de comunicación, para hacerse con el espacio, explotar lo mejor posible los acontecimientos en curso y desviar la atención del asunto más incómodo: la agonía del diálogo con el presidente palestino Mahmud Abás. Netanyahu, y los suyos, ha aludido sin tapujos durante años a la prioridad que concedía a la “amenaza existencial” que constituía la perspectiva de la bomba A iraní, reforzada por “fugas” reiteradas sobre el inminente ataque aéreo israelí contra las instalaciones nucleares de la república Islámica. Y todo ello para dejar de lado las negociaciones con el presidente de la Autoridad Palestina.

Cuando el argumento se revelaba insuficiente para convencer a Estados Unidos o a la Unión Europea, alarmados por la interminable agonía del proceso de paz, el discurso agotado sobre la “falta de socio” o la alusión a la división palestina y a la “amenaza de Hamas” reaparecían como “elementos del lenguaje” de la diplomacia israelí. Y cuando la Unión Europea, irritada por el inmovilismo israelí, anunciaba su intención de imponer un etiquetado específico a los productos israelíes importados procedentes de las colonias de la Cisjordania ocupada, Israel denunció sin complejos la discriminación antisemita y el regreso a la estrella amarilla. Sí, al presentar a sus compatriotas el etiquetado de los productos de las colonias como un boicot a los productos judíos, Netanyahu llegó a decir que la moción que había votado el Parlamento Europeo le hacía pensar en “una época en que los productos judíos eran etiquetados”. “Tenemos la memoria de la historia y recordamos lo que sucedió cuando en Europa se etiquetaron los productos de los judíos”, llegó a decir en un comunicado oficial.

En este clima de paranoia de Estado, hábilmente mantenido desde el Gobierno de Israel, el campo de batalla sirio en los límites fronterizos israelíes, donde la “guerra contra el terrorismo yihadista” que aducen los occidentales y Rusia se superpone ahora a la guerra civil entre los defensores y los enemigos del régimen, proporciona a Netanyahu motivos legítimos para lanzar la alarma, pero también –y sobre todo, de momento– argumentos providenciales para alimentar su comunicación victimista. Aunque sea sobre el terreno donde se libra una 'guerra santa' contra dos enemigos de Israel –Irán y Hézbolá de Líbano, aliados del régimen de Damasco–, el Estado Islámico, que se extiende actualmente en provincias enteras de Irak y de Siria y que expande el terrorismo hasta el corazón de Europa, se ha convertido en el discurso israelí en el aliado de hecho de los palestinos. Islamistas o no.

El primer ministro, así como sus acólitos –que desde octubre se ha visto confrontado a una ola de apuñalamientos o de alunizajes que han causado ya la muerte de 17 israelíes (y de 123 palestinos)– no ha dudado a la hora de presentarla como una extensión local de las masacres del Estado Islámico en Siria. Esta afirmación entra en abierta contradicción con las constataciones de sus propios servicios de seguridad. Según los militares y los agentes israelíes, la práctica totalidad de los palestinos asesinados o detenidos por haber perpetrado o preparado atentados contra israelíes han actuado a título estrictamente personal, no tienen ninguna vinculación con ninguna organización política o religiosa y nunca antes habían tenido problemas con las fuerzas del orden.

Tienen una edad media de 21 años, es decir, nacieron mayoritariamente tras los acuerdos de Oslo, son originarios de Cisjordania, pero también de Jerusalén Este, incluso de la minoría palestina de Israel. Son actores, según el investigador Julien Salingue, de un “nueva sublevación” que pone de manifiesto tanto la existencia de una crisis de liderazgo como de proyecto en Palestina. “¿Realmente pensaban que jóvenes que a diario son víctimas, en Jerusalén y en Cisjordania, de la opresión y de la discriminación, desde su más tierna infancia, permanecerían callados eternamente? Una nueva generación palestina se subleva contra la ocupación y es necesario constatar […] que estos jóvenes no se reconocen en ningún líder y no reivindican ninguna pertenencia partidista”, escribe

“El Ejército, más humano; los políticos, más violentos”

Consideraciones que Netanyahu no quiere hacer. Como si no existiese ni ocupación, ni colonización, ni muro de separación, ni humillación, ni descrédito de los dirigentes, ni impasse diplomático, ni cólera, ni desesperanza entre los palestinos, sino sólo un odio profundo innato del Estado de Israel y de los judíos, el primer ministro israelí se limita a hacer un llamamiento a la movilización patriótica y a la vigilancia armada. Y cuando la ministra sueca de Asuntos Exteriores, tras condenar los apuñalamientos a israelíes, lamenta la respuesta “desproporcionada” de los servicios de seguridad o de los civiles armados y condena las “ejecuciones sumarias” que han seguido a varios atentados, es acusada de “apoyar el terrorismo” por sus declaraciones “falsas e irresponsables”.

Benjamin Netanyahu, primer ministro controvertido en su propio país, muy criticado incluso por su incapacidad a la hora de controlar el aumento de la pobreza, de resolver la crisis de los asentamientos o de organizar la explotación de los yacimientos de gas natural de las costas israelíes, es un experto comunicador. Tanto es así que no dudó, tras los atentados del 13 de noviembre de París, a la hora de afirmar que Israel y Francia llevaban a cabo una “guerra común contra el terrorismo” y subrayar que “es el mismo islam radical el que actúa en Israel y en París”.

Olvidaba que sus propios servicios de seguridad, movilizados por él mismo “para proporcionar a Francia toda la ayuda posible” no han establecido ningún vínculo entre los apuñalamientos o los alunizajes cometidos en Israel y las masacres de París reivindicadas desde Siria por el Estado Islámico. Olvida también que el Estado Mayor del Ejército israelí, que no hace el mismo análisis que el jefe del Gobierno de esta nueva ola de terrorismo, preconiza, para ayudar a restablecer la calma, gestos de “conciliación” con los palestinos –multiplicar los permisos de trabajo en Israel, conceder permisos para construir en la zona C de Cisjordania, bajo control militar israelí– en lugar de reforzar la presencia militar y multiplicar las medidas punitivas, como la destrucción de las casas de las familias de terroristas. “Vivimos en un mundo extraño”, escribe el exministro de Rabin, Uzi Baram, en una tribuna publicada en Haaretz. “El Ejército se está humanizando y es más realista, mientras que los políticos son más violentos y brutales. Un mundo absurdo: Israel 2015”.

Cuando lo único que importa es demonizar al adversario para demostrar que ya no es un interlocutor válido y que no existe por tanto un socio para alcanzar la paz, la preocupación por los matices, la búsqueda de la verdad no tiene gran peso.

¿De qué sirve abordar los peligros de medio siglo de ocupación y las revueltas que engendra cuando se está convencido de que la violencia palestina no es más que la traducción de un odio antisemita milenario? Este maniqueísmo histórico, mortífero en Israel, es más temible por cuanto se exporta y altera peligrosamente la lucidez de los partidarios incondicionales de Israel fuera de Oriente Próximo. En Nueva York o en París, tanto como en Israel, el proceso es idéntico: se hace pasar al ocupado por agresor y al ocupante por víctima. Y se persigue el mismo objetivo: disimular detrás de una nube tóxica el rechazo israelí a la hora de alcanzar una solución negociada a la cuestión palestina.

El presidente del Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia (CRIF, por sus siglas en francés), Roger Cukierman, a propósito de una exposición de Médicos Sin Fronteras dedicada a la vida diaria de los palestinos en Gaza y en Cisjordania (In between wars, en París), acaba de escribir al Dr Mego Terzian, presidente de MSF, una carta en la que califica la muestra “de incitación al odio” y de “apología del terrorismo”. Y añade que “sólo incita a la violencia antisemita y aumenta la amenaza terrorista en París”. Nada menos.

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Traducción: Mariola Moreno

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