El poder de la narrativa rusa obliga a Biden a cambiar de tono sobre Ucrania
En su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York, la semana pasada, Joe Biden realizó un sorprendente cambio semántico sobre Ucrania: desapareció la narrativa de una gran lucha global de "democracias contra autocracias", y fue sustituida por un nuevo discurso más atento al "Sur Global" (el mundo no occidental) y sus preocupaciones. Volodímir Zelensky se refirió igualmente en el uso del trigo y la energía como armas globales de Putin contra Ucrania. Ambos presidentes insistieron en los principios de soberanía e integridad territorial. Una contraofensiva discursiva que llega tarde frente al éxito de la narrativa rusa.
El discurso de Biden expresó la necesidad de encontrar una narrativa común y global que sea más eficaz que la del enfrentamiento entre democracias liberales y regímenes autoritarios, que no ha funcionado. Lo que está en juego en esta guerra de narrativas es crucial: en la escena internacional, las percepciones son a menudo más importantes que la realidad. Esta contraofensiva discursiva refleja tanto el temor a un rechazo cada vez mayor del mundo no occidental a esta guerra ya muy larga, como el de un hastío de la opinión occidental, en particular de la americana. Pero ilustra sobre todo el éxito de la narrativa rusa. O más bien de las narrativas rusas, porque hay muchas.
¿Qué está diciendo Putin sobre esta guerra? Está la narrativa doméstica, que enfrenta a Rusia con los "nazis ucranianos", en línea con la "gran guerra patriótica", la Segunda Guerra Mundial, que la historia oficial rusa ha reescrito para reducirla a un enfrentamiento entre la URSS y la Alemania nazi, ignorando el pacto germano-soviético que la precedió.
También está la narrativa dirigida al resto del mundo, que presenta esta guerra como la lucha de Rusia contra "el decadente Occidente liderado por Estados Unidos, con la OTAN como su brazo armado". En esta narrativa, Rusia no invadió Ucrania: fue Rusia la que fue "atacada por la OTAN".
Fiona Hill, experta en Rusia de la Brookings Institution y ex asesora de las administraciones Bush y Trump, resumió la situación en una notable conferencia el pasado mayo: "Contrariamente a lo que Putin y otros afirman, esta guerra no se ha convertido en una guerra por poderes entre Estados Unidos o el 'Occidente colectivo' y Rusia. En el escenario geopolítico actual, esta guerra se ha convertido en todo lo contrario: una rebelión por poderes de Rusia y del "resto del mundo" contra Estados Unidos".
La versión rusa llega a todo el mundo porque se ha sembrado en suelo fértil. Hay que remontarse a los daños causados por la invasión americana de Irak, que siguen muy presentes 20 años después. Pero eso no es todo.
Una rebelión por poderes
Tras dos décadas marcadas por las guerras americanas en Irak y Afganistán, las reacciones a la guerra en Ucrania ilustran una vez más el grave declive de Estados Unidos en cuanto a su capacidad de influencia y autoridad "moral" a la hora de asumir el liderazgo mundial. La desilusión con el papel americano en el mundo se ha extendido por todas partes, incluido Estados Unidos. Para algunos, más bien de la extrema derecha trumpista, Estados Unidos debería centrarse ante todo en sus problemas internos y en sus propias fronteras. Para otros, más de la izquierda progresista, Estados Unidos es un Estado imperial que ignora las preocupaciones de otros Estados y abusa de su peso militar.
“Nada de esto significa que se vea con buenos ojos la invasión rusa de Ucrania", concluye Fiona Hill. “Pero el prisma a través del cual ven la guerra otros Estados y comentaristas es su posición respecto a Estados Unidos. Así, por asociación, Ucrania está siendo castigada debido al apoyo americano a sus esfuerzos por defender y liberar su país".
Con la guerra de Ucrania, Rusia se ha convertido en el símbolo de la resistencia contra la dominación de Estados Unidos, e incluso más allá: se ha convertido en el instrumento de venganza del mundo no occidental, el de los países colonizados por los europeos, del mundo musulmán humillado por dos décadas de intervención militar, de China que no olvida la guerra del opio del siglo XIX, y el de América Latina por el papel de la CIA en los golpes militares.
El Fidel Castro del siglo XXI
En Europa, esa retórica también es atractiva y se apoya en un antiamericanismo persistente que le da una base sólida. Pero no lo explica todo, y en particular el éxito de la narrativa rusa en la extrema derecha estadounidense. Por eso Putin tiene otra narrativa, dirigida a las sociedades europea y americana, que el Kremlin lleva años desplegando y retransmitiendo, resumida de nuevo en un discurso el año pasado: "Hay dos Occidentes: el primero es un Occidente tradicional, con valores cristianos, con el que Rusia tiene afinidades. Pero también hay otro Occidente, agresivo, cosmopolita, neocolonial, que actúa como arma de la élite neoliberal y trata de imponer sus extraños valores al resto del mundo".
Es lo que el periodista Christopher Caldwell describió precisamente en 2017 en un texto titulado Por qué a los conservadores les gusta Putin: "Putin representa para los conservadores populistas lo que Fidel Castro representaba para los progresistas: alguien que se resiste al mundo que le rodea. No hacía falta ser comunista para apreciar la forma en que Castro luchaba por la autonomía de su país. Del mismo modo, el comportamiento de Putin le hace simpático incluso para algunos de los enemigos de Rusia, para países a los que no les gusta el actual sistema internacional. Putin se ha convertido en un símbolo de la soberanía nacional en la lucha contra el globalismo. Esta es la gran batalla de nuestro tiempo. Como demuestran nuestras últimas elecciones [2016], eso también es cierto para Estados Unidos."
La multiplicidad de narrativas rusas sirve así a múltiples propósitos, todos los cuales presentan la invasión rusa de Ucrania como una guerra defensiva, contra la hegemonía americana o en defensa de los valores tradicionales frente a los valores "liberales" de un Occidente decadente y agresivo.
Estas narrativas rusas son, por supuesto, una estrategia de influencia en la era de las guerras de la información, estrategia que también tiene como objetivo continuar socavando las sociedades occidentales y alimentar una polarización política corrosiva, a su vez instrumentalizada por los actores políticos locales para sus propios fines.
En el mundo no occidental, permite movilizar la opinión pública y las élites de países antaño colonizados y aún despreciados por las viejas potencias europeas; aprovechar la energía de países que desafían un orden internacional insostenible; consolidar la alianza con la otra gran potencia revisionista y nueva superpotencia del siglo XXI, China. No olvidemos que Putin ha esperado a firmar su alianza ilimitada con Xi Jinping antes de lanzar la invasión en febrero de 2022, cuando sus tropas llevaban más de un año concentrándose en las fronteras de Ucrania, y que China está proporcionando ayuda militar a Rusia (así como a Irán y Corea del Norte).
Rechazo de la modernidad occidental
Esta estrategia de influencia está funcionando, según un apasionante estudio de la Universidad de Cambridge, publicado a finales de 2022: analiza las percepciones de la guerra en Ucrania en todo el mundo, que los autores han comparado con los cambios en las percepciones de Rusia, China y Estados Unidos en todo el mundo en los últimos 20 años, basándose en una agregación de encuestas de opinión.
Los gráficos del informe muestran la fuerte correlación entre una visión positiva de Rusia y China, y el grado de conservadurismo cultural, o a la inversa, entre una visión negativa de Rusia y China, y el nivel de "liberalismo social". Los autores señalan que "en todas las sociedades más conservadoras, especialmente en Oriente Medio y el África subsahariana, los dos países son vistos muy favorablemente".
Y concluye: "Mientras que las sociedades occidentales se han vuelto cada vez más progresistas, otras culturas del mundo no lo han hecho, y esta brecha se ha ampliado con el tiempo. Eso ha abierto una oportunidad para que líderes políticos como Putin se presenten como el defensor de los valores tradicionales frente a la ‘decadencia occidental’. Y ésta es sin duda la clave de la creciente popularidad de Rusia en las regiones socialmente más conservadoras, como Oriente Medio, África y el sur y el sudeste asiático. El resto del mundo está unido en su rechazo a la modernidad occidental y a las instituciones políticas y sociales asociadas a ella".
China, por su parte, ha hecho del respeto de la soberanía nacional un elemento central de su política exterior. Eso también le permite, concluyen los autores, "presentarse como una alternativa benévola para las sociedades que temen la influencia de la cultura y los medios de comunicación occidentales" y una alternativa que tolerará o incluso ayudará a las políticas destinadas a limitar o bloquear esa influencia.
Para muchos países, y para amplios sectores de la población de los países que están del lado de Ucrania, esta guerra ha elevado el estatus de Rusia, convirtiéndola en el símbolo de la resistencia a Estados Unidos y a Occidente, y en el abanderado de su venganza por, a elegir: la colonización, la guerra de Irak, todos los males de Oriente Medio o América Latina; pero también el "wokismo", la "ideología de género", el feminismo, la pérdida de estatus de los hombres, etc.
Para el Kremlin, lo que está en juego con esas narrativas y su difusión está muy claro: se trata de una estrategia de poder destinada a maximizar su influencia mundial y a desviar la atención de sus dificultades sobre el terreno y de su poder autoritario y mafioso dentro de la propia Rusia.
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Traducción de Miguel López