Una nueva derecha neocolonial y autoritaria se abre paso en Sudamérica
La primera vuelta de las elecciones presidenciales en Chile, celebrada el 16 de noviembre, ha confirmado una tendencia que se viene observando desde hace al menos dos décadas en el subcontinente sudamericano: el debilitamiento de la derecha tradicional. Su candidata, Evelyn Matthei, obtuvo el 12,8 % de los votos, la misma proporción que el candidato de 2021. Mientras el país experimentaba un fuerte giro hacia la derecha, los partidos de la “vieja derecha” posdictatorial, en particular Renovación Nacional, del expresidente Sebastián Piñera, y la Unión Demócrata Independiente (UDI), han quedado estancados en un nivel bajo.
Antes de analizar la situación de estos partidos en el resto de Sudamérica y explicar este retroceso, es necesario precisar qué se entiende, en este contexto, por “derecha tradicional” o “vieja derecha”. Así se designa al conjunto de movimientos conservadores que en ocasiones siguieron a las dictaduras militares retomando sus políticas económicas en un marco políticamente liberal, es decir, garantizando una serie de derechos y libertades fundamentales.
Esos partidos defendían una visión clásicamente neoliberal, según la cual la democracia está sujeta a las limitaciones del capital, en particular la apertura internacional de las economías, capital que a su vez debe tolerar ciertas regulaciones para garantizar la aceptación del marco.
Esa derecha conservadora retomó la gestión de los asuntos públicos tras las dictaduras militares, apoyándose en las élites exportadoras y financieras. Evidentemente, su naturaleza es muy diferente según los países. La derecha colombiana se ha mostrado muy autoritaria y represiva, mientras que otras han sido más liberales. Pero, en todos los casos, han sido objeto de una doble crítica, tanto por su izquierda como por su derecha, desde la década de 2000.
El crecimiento neoliberal ha sido caótico y desigual, por lo que la derecha ha sufrido una serie de duras derrotas frente a la izquierda, que, por su parte, ha promovido un marco redistributivo dentro de los modelos económicos existentes.
Caída de las derechas neoliberales
Tras la victoria de Hugo Chávez en 1998, Argentina volvió al peronismo de izquierdas en 2003, el mismo año en que Lula ganó en Brasil. Le siguieron Uruguay en 2005, Bolivia y Chile en 2006, Ecuador en 2007 y Paraguay en 2008. La izquierda también ganó en Perú en 2021. Incluso la muy conservadora Colombia se decantó por la izquierda en 2022.
Esos movimientos fueron fatales para las derechas neoliberales locales. Ni siquiera cuando el aura de la izquierda se desvaneció tras el estallido de la burbuja de las materias primas, a principios de la década de 2010, las derechas no lograron realmente seducir de nuevo al electorado.
La victoria de la derecha argentina en 2015, con Mauricio Macri, fue un desastre político y económico, y desembocó en una severa derrota en 2019. Lo mismo ocurrió con la presidencia de Sebastián Piñera en Chile entre 2018 y 2022, que culminó con la victoria del candidato de izquierdas Gabriel Boric.
En muchos casos vimos como se recurrió a la violencia: el subcontinente fue testigo de varios golpes de Estado institucionales contra la izquierda, en Paraguay en 2012, en Brasil en 2014 y en Perú en 2021. En Colombia, la derecha se mantuvo en el poder durante mucho tiempo gracias a una política de represión institucional violenta.
La población se ha mostrado reacia a volver a políticas de desigualdad que se mostraron ineficaces
¿Cómo se explica el rechazo a las derechas neoliberales sudamericanas? El primer factor es económico y social. Las políticas aplicadas han sufrido un doble fracaso: el aumento de la desigualdad y, a partir de mediados de la década de 2010, el debilitamiento de la senda de crecimiento.
A pesar de su decepción con la izquierda, la población se mostró reacia a volver a políticas de desigualdad que se mostraron ineficaces. Varios sectores del capital perdieron interés en las políticas neoliberales de apertura total de los mercados, en un mundo que se está reconfigurando en torno a la rivalidad entre China y Estados Unidos y la creación de zonas de influencia. La prioridad ahora es asegurar los mercados y protegerse de la competencia mediante una relación “privilegiada”, sobre todo con Estados Unidos. Un movimiento que se une a las obsesiones civilizatorias de la extrema derecha.
El segundo factor es que la derecha neoliberal sudamericana está plagada de corrupción y escándalos. Encarna el poder de una clase dominante que se ha vuelto profundamente impopular y que, en ocasiones, no duda en recurrir a la violencia para mantenerse en el poder. En este sentido, su rechazo va de la mano del de la izquierda, en un sentimiento en general de “¡váyanse!”.
Además, esa derecha, como buena adepta del neoliberalismo, ha desarrollado una gestión tecnocrática y desencarnada que la ha alejado de gran parte de la población y ha reforzado la impresión de que se ha apoderado del poder.
Extremismo de mercado
Entre una izquierda en declive y una derecha tradicional sin atractivo se ha creado un vacío donde se han instalado las “nuevas derechas”. Movimientos que han surgido no solo de su crítica exagerada de la izquierda institucional, asimilada al comunismo y al chavismo, sino también de la derecha neoliberal. Esta crítica se ha basado en varios ejes.
En primer lugar, la crítica global a las élites políticas y a su gestión, incluida la de la vieja derecha. Este eje defiende la idea de un hombre surgido del pueblo, con sentido común, que se opone a un político corrupto e incapaz. Destaca las figuras positivas del empresario y del artesano trabajador frente a las del burócrata y el político.
Eso permite desarrollar una imagen de novedad y rebelión contra el orden establecido con la que se adornan las grandes figuras de la extrema derecha contemporánea sudamericana, como ha señalado el politólogo Pablo Stefanoni en ¿La rebelión se ha pasado a la derecha? (edit. La Découverte, 2022). Pero también permite renovar el discurso neoliberal con un discurso libertario o cuasi libertario que critica la apropiación burocrática de la economía por parte del Estado. Una apropiación que las derechas neoliberales no habrían hecho más que mantener y desarrollar.
En su último libro, Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica (edit. Planeta, 2024), Javier Milei ataca duramente la experiencia de Mauricio Macri. Para él, los neoliberales (que él llama neoclásicos) como su predecesor “buscan perfeccionar el funcionamiento del mercado atacando lo que consideran fracasos”, pero, “al hacerlo, no solo abren las puertas al socialismo, sino que reducen el crecimiento económico”.
Los neoliberales quedan así relegados al rango de aliados objetivos del socialismo, dando paso a un extremismo de mercado cuyo principal objetivo es la reducción drástica del gasto social.
Espectros del socialismo y el wokismo
En este sentido, el fracaso económico de las viejas derechas abre la puerta a una radicalización libertaria que permite reunir a una parte de las élites económicas. Pero también abre la puerta a la idea de que esas derechas tradicionales han puesto en peligro la “civilización”.
José Antonio Kast, candidato de extrema derecha a la presidencia de Chile, considera en su programa que la derecha tradicional se ha convertido a la idea del “fin de la historia” y, por lo tanto, ha abandonado la “guerra cultural”. Absorta por su deseo de parecer democrática, esa derecha tradicional ha aceptado las reformas wokistas de la izquierda, poniendo en peligro, según esa interpretación, la civilización. A ello se suma la acusación de “colaboración” con el socialismo.
La extrema derecha reivindica, al contrario, la guerra como método de gestión de la sociedad. No solo en el plano de las ideas, sino también de forma concreta, en la lucha contra la corrupción y la violencia. Un método que sigue el modelo, por supuesto, de Nayib Bukele, presidente de El Salvador, que ha convertido su país en una inmensa prisión a cielo abierto.
Esta nueva derecha combate la “globalización” del neoliberalismo para defender un “mundo occidental” civilizado. Y quien dice defensa de Occidente en esta parte del mundo, dice visión neocolonial y alineamiento con Washington. Una posición que se ha convertido en oficial en Buenos Aires desde hace varias semanas.
Copiar, unirse o desaparecer
La victoria de Javier Milei, a finales de 2023, contribuyó a estructurar estratégica e ideológicamente los movimientos de esta nueva derecha. El presidente argentino hizo campaña con un discurso antielitista, libertario, anti-woke y prooccidental. A pesar de su influencia, el movimiento puede estructurarse en torno a diferentes polos según los países, en función de las situaciones locales. En Perú, al igual que en Chile, varios partidos pueden pertenecer a esta nueva derecha.
Lo que es seguro es que, a partir de ahora, ante la apisonadora de esta nueva derecha, la derecha tradicional se ve obligada a adaptarse o unirse a la extrema derecha si no quiere desaparecer. A veces, la unión puede significar la desaparición, como en el caso de Argentina, donde, en las elecciones legislativas de octubre, los de Mauricio Macri fueron absorbidos por el bando presidencial como un componente menor.
En el resto del continente, la evolución es diversa. A veces, la izquierda consigue mantenerse en el centro, por diferentes razones: la fuerza del Estado de derecho en Uruguay, el fracaso de la extrema derecha en Brasil o el descrédito de una derecha en Colombia que ya ha jugado la carta de la nueva derecha sin dar respuestas a la sociedad civil.
Pero en estos dos últimos países, la resistencia de la izquierda no va acompañada de una resistencia de la derecha tradicional. Es la extrema derecha la que, a partir de ahora, constituye la principal fuerza de las derechas. Este es también el caso de Perú y Chile.
En otros países, una parte de la derecha tradicional ha evolucionado para adoptar posiciones de extrema derecha en contra de sus otros componentes. En Ecuador, Daniel Noboa, elegido en 2023 y reelegido en 2025, ha adoptado los métodos autoritarios de Nayib Bukele, una postura pro-Washington y políticas económicas libertarias.
En Bolivia, la derecha tradicional encarnada por el expresidente Jorge Quiroga, antaño cercano al dictador militar Hugo Banzer, fue derrotada en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales por Rodrigo Paz, un outsider. Oficialmente, Rodrigo Paz es centrista y demócrata cristiano, pero durante su campaña afirmó inspirarse en la experiencia de Milei. El presidente argentino le ofreció “consejos” durante su investidura.
Un caso interesante es el de Paraguay. Desde el golpe de Estado institucional de 2012 contra el presidente de izquierdas Fernando Lugo, la política paraguaya se limitó a los juegos de corrientes internas del partido dominante de la derecha, el Partido Colorado. En 2013, la victoria de Horacio Cortés representó una evolución hacia una visión política cercana a lo que se convertirá en la extrema derecha libertaria. Derrotada por la vieja derecha católica de Mario Abdo, elegido presidente en 2018, esta corriente volvió al poder en 2023 con Santiago Peña.
Pero en las elecciones de 2023, el principal adversario del Colorado fue un nuevo partido, el Movimiento Cruzada Nacional (MCN) de Payo Cubas, que obtuvo el 23 % de los votos. Este partido pertenece claramente a la nueva derecha: un discurso sistemáticamente antielitista que conduce a una voluntad de lucha contra la “burocracia” y un discurso nacionalista centrado en la lucha contra los “brasileños de Paraguay” que compran tierras en el país.
Crisis democrática en Brasil y en América Latina
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La derecha ha cambiado pues de naturaleza en América Latina, siguiendo la evolución del capitalismo local y la situación geopolítica. En consecuencia, la derecha neoliberal ha perdido toda relevancia. Ahora parece estar tomando el control de muchos países del subcontinente, una mezcla de nacionalismo neocolonial pro estadounidense tradicional y de libertarismo.
Traducción de Miguel López