Putin da forma a una nueva Europa en lugar de destruirla

Antoine Perraud (Mediapart)

La Europa política podría nacer de la agresión rusa en Ucrania, para consternación de Vladimir Putin. El crimen de la guerra no sólo no es rentable, sino que produciría el efecto contrario al esperado: el advenimiento de una opinión pública europea, la afirmación de los valores democráticos y el despertar de un Viejo Continente capaz de pasar de los páramos de Venus al campo de Marte.

La reacción al calvario de Ucrania no se hizo esperar y borró la culpa original de los acuerdos de Múnich que, en septiembre de 1938, habían entregado Checoslovaquia a las ambiciones de Adolf Hitler. Este abandono por parte de Europa Occidental no es una noticia antigua para los pueblos de Europa Central.

El 12 de marzo de 1999, Hungría, la República Checa y Polonia entraron en la OTAN, por iniciativa de Estados Unidos, que organizaron una ceremonia de ingreso para ellos en Independence, Missouri. Los tres países tenían líderes de centro-izquierda (por decirlo rápidamente): Gyula Horn, el primer ministro húngaro; Václav Havel, el presidente checo; y Bronisław Geremek, el ministro de Asuntos Exteriores polaco.

Cuando se les preguntaba por qué pasaban del imperialismo soviético al estadounidense, respondían –rechazando esta pregunta como digna de una ideología anticuada– que se ponían bajo el escudo de la única potencia capaz de protegerlos: "Estados Unidos no nos abandonará como Gran Bretaña y Francia abandonaron a Checoslovaquia, y por tanto a Polonia, en Múnich", como nos dijo Bronisław Geremek en 1993.

En 2022, la invasión de Ucrania por parte del Kremlin ha provocado una fuerte e incluso impulsiva reacción de la Unión Europea. Washington a veces parece estar en la segunda línea, mientras que Emmanuel Macron y Boris Johnson parecen querer olvidar la pusilanimidad de Edouard Daladier y Neville Chamberlain en septiembre de 1938.

Efecto Kuwait, efecto Malvinas

Por supuesto, el presidente francés y el primer ministro británico actúan también –o incluso sobre todo– como políticos: uno quiere beneficiarse, en vísperas de unas elecciones, del aura del caudillo que tanto caracterizó a François Mitterrand en 1991 durante la liberación de un Kuwait invadido por Irak; el otro, acorralado en Londres por el escándalo provocado por su transgresión de las normas sanitarias durante el encierro, necesita urgentemente encontrar el efecto Malvinas que tanto rentabilizó a Margaret Thatcher en 1982.

Sin embargo, más allá del lado pequeño del catalejo y con el telón de fondo de la angustia ucraniana, destaca un punto de inflexión como el que la historia conoce dos o tres veces por siglo y que Charles de Gaulle había anticipado: el nacimiento de una "Europa europea". El fundador de la V República lo había reclamado constantemente, en particular durante sus conferencias de prensa celebradas entre 1959 y 1968.

La más explícita data del 23 de julio de 1964. En el Palacio del Elíseo, flanqueado por todo el Gobierno, que incluía la figura del secretario de Estado de Asuntos Culturales, André Malraux, el general habló de "lo que puede y debe ser una política europea e independiente". La famosa tautología gaullista estaba en pleno apogeo: "Para nosotros, los franceses, se trata de que Europa se haga europea. Una Europa europea significa que existe por sí misma y para sí misma, es decir, que en medio del mundo tiene su propia política".

Haciéndose pasar por opositor, el orador señaló que una Europa sin política "seguiría sometida a lo que le llegara del otro lado del Atlántico". Y criticó la subordinación "a lo que Estados Unidos llama su 'liderazgo'".

Habilidoso, pretendía apoyar a Washington liberándose de su dominio: "Las razones que, para Europa, hacían de la alianza una subordinación se desvanecen día a día. Europa debe asumir su parte de responsabilidad. Además, todo indica que este acontecimiento redundaría en beneficio de los Estados Unidos, sea cual sea su valor, su poder y sus buenas intenciones. Porque la multiplicidad y la complejidad de las tareas superan ahora, quizá peligrosamente, sus medios y su capacidad.

En esta misma conferencia de prensa, De Gaulle vio de lejos y señaló tanto las grietas de la historia como los peligros que se avecinan: "China, separada de Moscú, entra en la escena mundial, colosal por su masa, sus necesidades y sus recursos, ávida de progreso y consideración. El imperio de los soviéticos, la última y mayor potencia colonial de este tiempo, está viendo desafiada la dominación que ejerce sobre inmensas zonas de Asia, primero por los chinos, y los satélites europeos que se había concedido, por la fuerza, están siendo gradualmente apartados".

Por lo tanto, lo que nos está estallando en la cara en 2022 estaba previsto en 1964. También se imaginó la unidad, o incluso la unificación, de una Europa que estuviera a la altura de las circunstancias, dirigiendo su propia política con total independencia: "La política es una acción, es decir, un conjunto de decisiones que se toman, de cosas que se hacen, de riesgos que se asumen, todo ello con el apoyo de un pueblo. Sólo los gobiernos de las naciones pueden ser capaces y responsables de ello. Ciertamente, no está prohibido imaginar que un día todos los pueblos de nuestro continente se unirán y que entonces podrá haber un gobierno de Europa, pero sería ridículo pretender que ese día haya llegado".

¿Y si ese día hubiera llegado por culpa de Vladimir Putin, que se habría disparado en el pie atacando a Ucrania? ¿Y si de las ruinas humeantes de Keiv, Kharkhiv y Odessa surgiera una Europa preponderante? Tanto más cuanto que el Brexit permitirá a Europa imponerse por fin, sin que Londres le ponga palos en las ruedas al Atlántico.

Además, Charles de Gaulle había advertido que no se debía contar con los estadounidenses antes de un determinado momento. En sus famosas entrevistas televisadas con Michel Droit, entre las dos vueltas de las elecciones presidenciales de 1965, el general había saldado civilizadamente su cuenta con el aliado yanqui: "En 1914, estábamos en guerra contra Guillermo II, los americanos no estaban, llegaron en 1917, y lo hicieron muy bien, para ellos y para todos. En 1940 no estaban y fuimos arrollados por Hitler, y fue en 1941, porque los japoneses hundieron parte de la flota americana en Pearl Harbor, cuando Estados Unidos entró en la guerra."

Justo antes de esta evolución, el primer presidente de la V República preveía el futuro de Europa de la siguiente manera: "Empezará siendo una cooperación, quizás después, a fuerza de vivir juntos, se convierta en una confederación. Bueno, estoy muy contento de preverlo, no es en absoluto imposible".

De Gaulle nunca dejó de defender una teoría de vasos comunicantes geopolíticos: llenar la Europa europea vaciándola de su zona atlántica. Porque al final, y en último lugar, llega la hora de la verdad nuclear.

Durante la conferencia de prensa del 14 de enero de 1963, el general no se anduvo con rodeos: "Estamos en la era atómica y somos un país que puede ser destruido en cualquier momento, a menos de que el agresor se desvíe de la empresa por la certeza de que él también sufrirá una destrucción atroz. Esto justifica tanto la alianza como la independencia".

El estratega continúa explicando que la exclusividad nuclear estadounidense le había convertido en el protector fiable y obligado de Europa hasta que la Rusia soviética adquirió la bomba atómica en 1949: "A partir de entonces, los estadounidenses se enfrentaron, y se enfrentan, a la hipótesis de la destrucción directa. A partir de entonces, la defensa inmediata, y podría decirse que privilegiada, de Europa y el apoyo militar a Europa, que hasta entonces habían sido los elementos fundamentales de su estrategia, pasaron a un segundo plano"

No quiero mencionar aquí las hipótesis en las que Europa podría ser objeto de acciones nucleares localizadas, pero cuyas consecuencias políticas y psicológicas serían inmensas

El viejo militar francés nacido en el siglo XIX dedujo lo siguiente: "Nadie en el mundo, especialmente nadie en Estados Unidos, puede decir si, dónde, cuándo, cómo o hasta qué punto se utilizarían las armas nucleares estadounidenses para defender a Europa".

De ahí la apuesta francesa por el arma nuclear, calificada de bombinette por sus detractores. De Gaulle lo justificó, en 1963, con argumentos escalofriantes. Pero forman parte de una lógica que Vladimir Putin nos obliga a redescubrir en 2022: "La fuerza atómica es única en el sentido de que es ciertamente eficaz, y aterradora, aunque no se acerque al máximo imaginable".

Y el presidente continúa con este desarrollo que nos habla sorprendentemente, 59 años después: "No quiero evocar aquí las hipótesis en las que Europa podría sufrir acciones nucleares localizadas, pero cuyas consecuencias políticas y psicológicas serían inmensas, si no existiera la certeza de que se desencadenaría inmediatamente una represalia del mismo grado. Sólo quiero decir que la fuerza atómica francesa, desde el principio de su organización, tendrá la oscura y terrible capacidad de destruir millones y millones de hombres en pocos momentos. Este hecho no puede dejar de influir, al menos en cierta medida, en las intenciones de cualquier posible agresor".

Charles de Gaulle supo prever la escalada: "Como un hombre y un país sólo pueden morir una vez, la disuasión existe en cuanto tenemos lo suficiente para herir de muerte a nuestro posible agresor". Pero, al mismo tiempo, defendió la desescalada, con su tan repetido lema ternario: "Relajación, comprensión, cooperación".

Mutualización atómica

El general no llegó a prever una posible –o imposible– mutualización atómica. ¿Hasta qué punto una "Europa europea", libre de la tutela de Washington, debería responder a una amenaza nuclear contra uno de sus miembros? ¿Es concebible extender a toda la "confederación" que se establecería en el Viejo Continente la garantía de una respuesta, en caso de agresión, por parte del fuego nuclear francés?

A tal locura mimética que corre el riesgo de escapar a la gramática de la disuasión para sumergir el universo en la nada, es lícito preferir esperar, si no instigar, al período posterior a Putin: nadie es eterno. Rusia ha visto a otros y beberá el putinismo como un secante bebe tinta, parafraseando al hombre del 18 de junio.

Entonces y sólo entonces podrá desplegarse una "Europa europea", "del Atlántico a los Urales": de Brest a Ekaterimburgo. A través de Kiev, ya que, por desgracia, la sangre ucraniana tuvo que cimentar una cierta idea de Unión Europea...

Texto en francés:

La Europa política podría nacer de la agresión rusa en Ucrania, para consternación de Vladimir Putin. El crimen de la guerra no sólo no es rentable, sino que produciría el efecto contrario al esperado: el advenimiento de una opinión pública europea, la afirmación de los valores democráticos y el despertar de un Viejo Continente capaz de pasar de los páramos de Venus al campo de Marte.

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