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Algunas reflexiones tras vacunarme en el Zendal

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Javier Herrera Navarro

Por esos azares del destino, est 19 de abril, día de mi cumpleaños, recibía la primera dosis de la vacuna (me ha tocado Moderna) en el tan bunkerizado y antipático Zendal. Y he de reconocer y en honor a la verdad que, en contra del caos que me temía, se resolvió la papeleta a pedir de boca.

Al llegar, en efecto, hay cola, pero apenas dura cinco minutos ya que se forma exclusivamente para que te distribuyan por tres entradas según el tipo de cita recibido. A mí como me llamaron por teléfono entré por una pasarela donde en apenas dos minutos me encuentro, sin comerlo ni beberlo, en el recinto dispuesto para la vacunación.

Sin esperar nada, enseguida me he visto sentado en una silla y atendido por una enfermera (cualificada, por suerte) que, tras las preguntas de rigor sobre alergias, medicamentos que tomaba, etc; me ha inoculado el suero sin haber sentido la más mínima molestia.

Después pasé a una sala de espera contigua para comprobar durante un cuarto de hora si existía reacción y tras terminar ese tiempo, allí mismo, tras una mampara, pasé por el registro donde te dan un certificado de que estás vacunado de la primera dosis. Y dentro de 28 días, la segunda.

Tras eso ya estás libre y en apenas dos minutos sales de nuevo al exterior donde en un parquin tienes el coche. Y vuelta a casa.

Mientras estaba en la sala de espera una secreta emoción me invadía aún no sé si por sentirme un ser privilegiado con mejor suerte que otros, por mi probada capacidad de resistencia o por sentirme en las mismas condiciones de igualdad que la mayor parte de mis compatriotas.

Aunque pudiera ser que también sintiera que una fuerte dosis de sufrimiento se me iba en esos instantes y eso me animara a empezar a ver las cosas a partir de hoy de otra manera, digamos que menos angustiosa. Pero intuyo que también la emoción procedía del hecho de sentirme parte de un engranaje de salud pública que funciona gracias a la solidaridad que se desprende de un sentimiento de igualdad que a mí me parece indisolublemente unido al tan manido de libertad, pues sin él éste carece de sentido.

La presión sobre los países ricos para liberar las patentes de las vacunas se intensifica (y EEUU podría mover ficha)

He ahí la gran patraña del populismo ayusista: querer transferir su concepto de libertad, basado en la desigualdad, a todas las esferas, incluidas las pertenecientes a los estratos sociales dominados y esclavizados por esa sempiterna mentalidad del «agradecido», propia del vasallo hacia el señorito...

Eso pensaba en el interior de esa denostada obra faraónica de la cada vez más innombrable diva de la política madrileña. Menos mal que no me encontré en ese tránsito hacia la salida con ningún cartel electoral o alusión a su efigie de muñeca diabólica,muñeca diabólica pues juro que lo hubiera arrancado de cuajo sin importarme nada ni nadie...

Javier Herrera Navarro es socio de infoLibre

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